sábado, 6 de diciembre de 2008

Un gorrión herido, geor (Ganador LNOL)

Consigna: escribir un cuento de no más de 200 palabras que comience: "Se hundió sin saber cómo emerger..."

Se hundió sin saber cómo emerger de las profundidades de su ego. Cada momento compartido era un ulular de sirenas dolientes, que la atrapaban en un abismo de vértigo y lujuria. No había retorno de ese mundo de sensaciones y placeres no compartidos. Solitaria, se atornillaba en el éxtasis mientras contemplaba impávida la decadencia que la rodeaba. Un espíritu puro en un equipaje que se marchitaba sin compasión.

El teatro de Nueva York estalló en aplausos con el último acorde de su voz de oro. Ella era su público y se alimentaba de la fascinación que producía con su música en una simbiosis casi mística. Una lírica prodigiosa, un arte que ella transmitió como nadie.

Edith curó las alas de aquel gorrión herido, nacido bajo un farol en una calle cualquiera de Paris, y voló hacia Marcel. Para vivir el amor que se le negó en vida y que, como una cruel paradoja del destino, fue el impulso vital que la catapultó a la gloria.

Hoy escucho su fantástico trino que parece entrar por mi piel y decirme que recuerde cómo se hace para emerger del abismo.

Geor

lunes, 3 de noviembre de 2008

La hormiga gigante

Éramos tres chicos descubriendo el mundo. Lo tangible estaba ante nuestros ojos y cada cual le daba su mirada. Lo intangible era otra historia, de eso no hablábamos; sólo capturábamos la experiencia sin saber qué huellas dejaría en nosotros. El ritual, cada tarde de aquel verano caliente, era repetido hasta que debíamos volver a casa, con las mejillas arrebatadas y el asombro vibrando en nuestras miradas.

El juego consistía en captar cualquier imagen con una lupa y describir lo que veíamos. Anotábamos en un cuaderno la experiencia y luego lo guardábamos en una caja de lata que yacía enterrada bajo el viejo alcanfor.

Cuando Marita murió por sobredosis, Lucho y yo volvimos, luego de diez años, a desenterrar aquel cuaderno. Éste se abrió en la hoja donde ella había escrito: “las tres hormigas gigantes acarrean un peso descomunal sobre sus espaldas, pero es ella la que lleva la carga más pesada. Un dedo humano le arrebata la vida en un certero golpe. Ella lucha infructuosamente. Los dos compañeros pretenden reavivarla, no lo logran y escapan asustados. Es curioso, el dedo ahora es pequeñito y la hormiga gigante. Es muy bella en su quietud. Pobrecita. Voy a enterrarla en mi jardín”.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Casimiro

Casimiro es un hombre con todas las letras, aunque algo despistado.
Desde que lo conocí me enternecieron sus modales pausados y su mirada profunda, que parecía atravesarme. Tiene costumbres extrañas y habla consigo mismo, aunque lo hace tan bajito que no entiendo lo que dice. Conmigo casi no habla pero hace otras cosas que son mucho más interesantes, y en eso soy muy afortunada porque, a mi edad, la mayoría de las mujeres se quejan de que sus maridos ya no las atienden. Y no hablo de cursilerías; jamás me regaló flores o bombones.

Hoy cumplimos cuarenta años de casados y me hizo una confesión y una propuesta.

“Mi querida y fiel Lucrecia. Después de casi una vida juntos debo decirte que soy un ser de otro planeta, un extra terrestre. El día que te conocí había aterrizado en la Tierra, a la que me costó mucho adaptarme. Te amé apenas verte y te sigo amando. Pero hoy debo regresar a Marte y quiero que vengas conmigo. Hay cosas que allá no se estilan pero si me acompañas podríamos seguir con nuestras prácticas nocturnas, tan excitantes. ¿Qué me dices?”

Juré amarlo hasta que la muerte nos separe.

Niño Índigo

Sucedió en mi pueblo, un día del más frío invierno que recuerdo. Fue durante el festejo de mi cumpleaños número diez. La abuela Inga me hizo una gran torta de manzana y nuez. Mi madre calentaba el chocolate cuando el cielo se puso rojo y una rara penumbra adelantó la noche. El asombro primero y lo inverosímil después: un encuentro de dos mundos, que sólo yo experimenté. Para mi familia fue un capricho más de la naturaleza, un suceso de los tantos que suceden en el campo.

Salí afuera y vi al cielo unirse con la tierra. Aunque era de noche, pude ver el sol sin encandilarme; por sus rayos él se deslizó como en un tobogán de luz. Un niño igual a mí vestido de blanco entró en mi cuerpo y una voz interior susurró: “Vengo de Saturno para decirte que tu hora ha llegado. Estás listo para informarnos sobre la conducta de los habitantes del planeta azul”.

Desde entonces, cada noche viajo hasta Antares, mi estrella; ella me nutre de la energía que necesito para cumplir mi misión en este denso y extraño mundo, donde los hombres se niegan a entender. Quisiera poder quedarme allí.

Semiramis, hija de una paloma, de depoetasydelocos (mención LNOL)

En los jardines flotantes de Babilonia se posa una paloma azul, perdida busca a su madre.
Abandonada a su suerte cuando aún no tenía plumaje.
Apiadándose de su soledad un hombre construyó una jaula de dorados barrotes para contenerla.
Ella ansiaba vivir en libertad, quería revolotear sobre las flores de los majestuosos jardines.
El destino que es sabio la liberó de su prisión, convirtiéndola en una bella mujer que con el tiempo sería reina de Babilonia.
Pese a todo la bella Semiramis dejaba ver su mirada triste.
Shamshi el guerrero enamoró a la bonita mujer.
Adad-Nirani fue el primer fruto del amor que se profesaban, un ángel de ojos color de cielo y cabellos robados al sol.
Nadie podía presagiar el futuro incierto.
Semiramis recibió una carta, buscó la fragancia de los jazmines para leerla.
Tenía el corazón estrujado por el dolor, al conocer la traición de su primogénito.
Guardó el sobre en su pecho, buscó una filosa daga para hundirla en su corazón, así llamaría al olvido.
Hoy esa solitaria paloma sigue su vuelo entre las flores, se eleva al cielo, tal vez encuentre el nido perdido.

El Maestro, de Lili Marleen (ganador LNOL)

Caminó hacia atrás buscando un horizonte invertido en los confines del alma. No encontró ningún signo en la Naturaleza que pudiera ayudar a los hombres. Los registros akáshicos se habían esfumado y la Atlántida descansaba en algún lugar. El jardín sucumbió y sus discípulos permanecieron a su lado. La dimensión se había modificado; les quedaba una muralla dividiendo sus cerebros. En la parte izquierda conservaban la lógica y en la derecha la intuición. Sólo los vórtices de energía en un viaje lleno de giros los llevaría al paraíso perdido. Puede que los majestuosos Jardines Colgantes de Babilonía no representen ni un mito ni una utopía y que en algún momento puedan descubrir que esos jardines existen en el futuro…

jueves, 23 de octubre de 2008

Pantomima, de Lili Marleen (mención LNOL)

Esta escena comienza en una calle donde las macetas estallan de flores con pétalos que semejan sábanas. Un gato abraza una casa y el pájaro prisionero yace muerto dentro de la jaula. Muchos hombres con su mano izquierda se toman su frente gacha, mientras otros elevan su mirada al cielo. En una silla una mujer está cosiendo ropa mientras los muchachos juegan con vehículos de diferentes modelos. Las niñas entran y salen de las casas dando brincos con improvisadas muñecas en sus regazos Tras una profusa niebla cambia la luz. La luna de utilería que bañó la escena anterior ahora ha bajado mucho más y se torna como un sombrero.

Es un lugar que asemeja a un museo. Los hombres miran con interés y emiten imágenes más que elocuentes a través de gestos y miradas. El ambiente ahora guarda relación con su estatura. Están leyendo las placas donde se exhiben unas pequeñísimas estatuas de cuerpo entero pertenecientes a hombres notables de una época pasada.

Polifemos, de Randos (mención LNOL)

Si se me pregunta cuando comenzó esta vocación por la vigilancia no convencional les diré que a mis 7 u 8 años. Empecé colocando un grabador durante una charla que mantuve con una amiga de mi hermana, que a poco de tirarle la lengua empezó a hablarme pestes de ella creyendo que yo estaba en todo de acuerdo.Con el tiempo me aburrí, deseché el juguete hasta que se me ocurrió dejar prendida durante una noche una cámara de video en la habitación de la galería; el lugar donde jamás ingresaría pasada la medianoche.La sola quietud quedó impresa, pero La fantasía de estar presente mientras la cinta corría, me estimulaba placenteramente.

Durante la vigilia del viernes- gracias a sofisticados medios que fui incorporando- descubrí que los destrozos de las casas del otro lado del puente, las producen gigantes ciegos, “Polifemos”, que guiados por el ladrido de los perros y los olores del pantano, les hincan el diente a esas endebles estructuras de adobe y cartón; las roen como a casitas de chocolate hasta las primeras luces del alba, ocasionando ese horrible espectáculo de paredes, puertas y ventanas carcomidas.

Principio del fin, de Celia

-Tibia es la noche, empapada de fragancias que resbalan por los ropajes de los ilustres paseantes. El Rey, dos sacerdotes astrólogos y un alto dignatario caminan por las terrazas húmedas y hablan de imperios, mapas y códigos, astros y vaticinios.La luna alfombra pasos y alumbra palabras. Todo parece eterno como la noche, sabio como los siglos, firme como la confianza de los poderosos en el porvenir.Una mujeruca se agazapa bajo un sicomoro al paso de los mandatarios. Es vieja y arrugada y ya nadie reclama sus servicios en el Templo de Ishtar. Todas las noches se guarece en las sombras de los Jardines y se alimenta de frutos caídos, grillos y polillas. Arrebujada en su túnica rueda como un amasijo informe cuando uno de los jerarcas la patea como a escoria.”¡Paso libre al Rey!”Los ilustres continúan su sosegado trayecto mientras sus educadas voces susurran conquistas y proyectos.Tras ellos, un amasijo informe de telas yace desnudo del viejo cuerpo que lo habitaba. En su lugar, un palpitante ramillete de culebras surge y se dispersa multiplicándose por todos los rincones, contaminando de muerte la tierra y las raíces. Y una flor se cierra.
Y la eternidad se adelgaza.

A vos, de hugozimmer

A vos que me salvaste tantas veces de monstruos horribles que esperaban tras las puertas.A vos que convertiste las mas siniestras pesadillas en dulces sueños.A vos que habitas en mis gestos, en mis maneras y vas conmigo con tu sello.A vos que repartías las monedas en partes iguales fuéramos los que éramos, hermano, amigo o compañero del colegio.A vos que me regalaste lo mejor que tenias, y que lo único que te guardabas eran las amarguras escondidas. A vos que me contabas chistes cuando el agua subía hasta el cuello.Por vos creo en el cielo, aunque fueras la única habitante, creo. Por que cuando me faltan fuerzas, cuando me estoy cayendo, en la tristeza, te apareces en mis pensamientos, y me das esa potencia inusitada, y escucho como que fuera hoy , aquella canción que cantabas:“Por cuatro días locos que tenemos que vivir, por cuatro días locos te tenes que divertir” Y entonces en lo peor de mis infiernos, tu sonrisa me salva con solo mirar al cielo.

El jardinero

Hoy debo escribir sobre los jardines colgantes de Babilonia y yo, que vivo en Babia, me pregunto qué significado tendrán, en mi miserable existencia, esos antiguos jardines que nunca existieron. ¿O sí? Lo único cierto es que Nabucodonosor II fue un rey y yo soy un simple mortal que apenas puede vivir de sueños. Quizás lo que nos una, a ese rey caldeo y a mí, es que mi oficio es de jardinero y él, parece que construyó aquellos fantásticos jardines en honor a su reina, en prueba de su gran amor.

Yo, por más flores que le lleve a la mía, no logro conquistar su solitario corazón, aunque abrigo la secreta esperanza de que algún día descubra la maravilla que le aguarda en mi jardín y lo bien que se sentiría en él. Aún ignora que éste necesita su luz y su mirada puesta en cada semilla caso contrario éstas se irán secando y morirán. Pueda ser que en sus laberintos encuentre el secreto del amor o también que se pierda en ellos para siempre. Si se produce el milagro y me acepta, nuestra historia trascenderá los sinuosos vericuetos del tiempo y seré como aquel famoso rey.

Babilonia

Babilonia,
imperio bañado por el Tigris y el Eufrates,
tu poderío cultural,
el más grande del occidente asiático;
tus murallas y tus cien puertas de bronce
guardaron las pasiones y arrebatos de los dioses.
Tu terreno fértil, tus colinas húmedas,
propiciaron el conocimiento, la astronomía,
las ciencia exactas, las artes.
Hoy aquel brillo sucumbe junto a la majestuosidad
de los Jardines colgantes,
emblema del amor que yace sepultado en tus ruinas.
Por los celos y la envidia de quien no merece
llamarse hombre.
Quien en su pequeñez,
no reconoce la magnificencia de sus ropajes.
Y en su incomprensión,
destruye la vida
en todas sus manifestaciones.
Es, fue y será el hombre,
quien en su afán de superar a Dios,
en su arrogancia,
erige una Torre,
desconoce que El está
en cada planta, en cada flor
que el Rey obsequió a su reina,
en los senderos de abetos,
en los laberintos
cubiertos de verde follaje;
en la semilla que pisotea altanero.
No sabe que en ese Jardín se condensa
la verdad de todas las cosas,
el misterio del hombre,
el ciclo de la vida,
la simiente que crece, se reproduce y muere,
para volver a nacer, una y mil veces.

jueves, 9 de octubre de 2008

Seda de araña, por Lilianfossi (mención foro de cuentos LNOL)

El departamento de desarrollos y proyectos de la líder en neumáticos laboraba frenéticamente en la nueva invención. El Ceo y, el poderoso grupo de inversores, entre ellos, la automotriz interesada, iniciaban una nueva era en las carreras. . Se encontraban sumergidos totalmente en el proyecto. Las reuniones y el trabajo; con todo el personal abocado a la tarea se transformaron en full time. No había feriados, familia; ni días, ni noches. Todo al máximo secreto, incluso al personal se les construyó un magnifico hotel dentro del predio de la fábrica, con el objeto de evitar contacto con el exterior y fuga de información. Aunque el proyecto había costado al principio, millones de pesos; el costo de aplicación actual era ínfimo, con ganancias por sobre el100%. Estimándose en días, el recupero de la inversión. El piloto estaba garantizado y era el aval ante los fanáticos. Las consultoras dieron el ok sobre todo los concerniente a legislación y reglamentos locales e internacionales. El camino estaba allanado de cualquier sorpresa. Las pruebas pilotos afiladas a perfección. Por fin se había logrado que los gusanos de seda elaboraran seda de araña. Las gomas, el traje, el auto, fabricados con ese producto, elástico y fuerte.

PD: La seda de araña es màs resistente y elastica que el metal. Se considera que un pequeño làpiz de esta seda, puede detener un aviòn. Se està buscando imitarla quimicamente y se ha experimentado con gusanos de seda: introduciendo genes de seda de araña en cromosomas de gusanos de seda. Para el 2010 se lanzarà ropa de esta seda. besos

Rutinas de hipódromo, por Celia (Ganador foro de cuentos LNOL)

-Justo cuando arrancaron los caballos cayó a mi lado, blandito, como si las piernas se le derritiesen. Nadie en la tribuna se dio cuenta; no era momento de fijarse en esos detalles, la carrera había comenzado y requería toda la atención, también la mía que había apostado por Tornasol. Una corazonada.
Lunazul, la yegua baya, le sacaba un cuerpo a medio recorrido; aproveché un segundo para mirar hacia abajo: un tiro en la cabeza. Todavía se movía un poco, los últimos estertores. Tornasol se activó de pronto. La gente enronquecía, Tornasol arreciaba. Me pregunté si sería un ajuste de cuentas. ¿Se trataría de un mafioso? Quizá... Tornasol ya rebasaba una cabeza al segundo. ¿O se habrían equivocado de objetivo? Esas cosas pasan. ¡Tornasol! ¡Tornasol primero! Qué alboroto. La gente lo deja todo perdido, la tribuna llena de habanos a medio fumar, boletos arrugados, envoltorios de chocolates, me lo decía al final un encargado de la limpieza: "señora, cuánta porquería, ¿ha visto?" y lo señalaba a él, que ya estaba muerto del todo. "¿Lo conocía, era algo suyo?" Entendí sus dudas. "Mi marido. Pero puede recogerlo con todo lo demás, descuide"- respondí. Y lo barrió entre papeles, chicles, mondas de mandarina?

martes, 30 de septiembre de 2008

Topazio, de rubiainteligen2 (mención foro cuentos LNOL)

Mireille observaba a su hija frente al tocador. El corte a lo garçon y la clochè de terciopelo, enmarcaban su rostro aniñado. Se había convertido en una bella mujer, que vestía a la moda parisina.

Afuera, junto a la acera, aguardaba la flamante Bugatti verde inglés de su compañero de universidad.

-Ivi, se dice que las universidades son semilleros de espías. Temo por ti.-Sólo voy a estudiar, madre. No te inquietes.

La joven, había elegido el profesorado de Filosofía.
A Mireille, le alarmaba el enorme interés de su hija, por los debates políticos que se llevaban a cabo en la sala Magna de la casa de estudios. Los universitarios admiraban a Lenin, mientras todavía conmovía la noticia del fusilamiento de la espía holandesa Mata Hari, cinco años antes.El creciente temor de que su hija cayera en las redes del espionaje, no la dejaba dormir. Hasta que una noche, mientras Ivonne estaba ausente, encontró entre sus apuntes la evidencia de que pertenecía al grupo Topazio.Por ese motivo, cuando el grupo de hombres llamó a su puerta, preguntando por Ivonne, vistió con ropas de su hija y no dudó en entregarse, diciendo:
-Yo soy Ivonne. Vivo sola en París.

TRUST, de Geowal (mención foro cuentos LNOL)

Suena el fonógrafo mientras el humo del Partagás persiste en el haz de luz que proyecta la lámpara. Soña despidió a su amante y deberá esperar su regreso. Su cuerpo recto, sin curvas, enfundado en un vestido de satén gris que deja entrever el contorno afilado de sus rodillas; el chal beige, de crespón de seda, mueve sus flecos al compás del taconeo que se repite, insistente, por la habitación. El volverá para escapar juntos. Durante tres años pudieron ocultar su amor entre los altibajos de su trabajo en la T.R.U.S.T., esa falsa organización creada por Félix Dzerzhinsky para destruir a la contrarrevolución que pretende derrocar al régimen bolchevique. Sydney descubrió el engaño y participa de su última reunión en la supuesta resistencia rusa; de ese modo nadie sospechará. Soña deberá estar atenta a los tres golpes en la puerta, seguidos de un silencio y luego dos golpes más. Chequea los pasaportes falsos, el dinero, y se viste con algo más cómodo para viajar. Un ruido en el pasillo la lleva, confiada, hacia la puerta. En breve descubrirá el doble engaño: para un hombre con ideales, el amor es un mero instrumento.

Lo que se hereda...

A mi me gusta espiar y dicen que eso lo heredé de mi abuela materna, una mujer de armas llevar. Me compré un telescopio y desde la ventana de mi quinto piso, cada tanto soy testigo de historias que darían para escribir varios libros. La policía me pagaría fortunas por los datos que guardo en mi memoria. Hombres y mujeres golpeadores, ancianos pervertidos que también espían –aunque con fines muy diferentes a los míos-, y hasta un crimen. Sí, fui testigo de un asesinato en el edificio de enfrente. No lo reporté porque el hombre me vio y yo no soy quien para meterme en la vida de otros; fisgonear es una cosa, pero buchona no soy. Eso sí, me operé la nariz, me cambié el color del pelo y de los ojos y me mudé a este lugar, que es más seguro. Mi abuela escapó en la post guerra y salvó la vida de mi abuelo al esconderlo dentro de una vaca que venía en un barco desde París.Los dos eran espías británicos. Ahora me tengo que ir a cenar con los otros internados. Acá están todos locos. Una de ellas se cree Cleopatra. Yo me divierto espiándolos.

Las sábanas blancas, de Galagata (mención foro cuentos LNOL)

Quiero soltar amarras y emprender un viaje sin retorno hacia abajo, mar profundo. Un olor a algas a moluscos a yodo y sal me salpica y penetra. En las profundidades veo una cama, sábanas blancas infladas por un viento inexistente. Dormido un hombre descansa. El olor a mar sale de su piel. Exuda. Tomo su mano, está fría. Se despierta y me encuentro con sus ojos.Allí descubro un mar infinito colmado de corales y madréporas, me dejo arrastrar y me elevo por encima de las olas en un viaje eterno.Vuelvo a la pureza de sus ojos. Sonríe. Sus afilados brazos me envuelven y yo no se qué hacer con su olor y decido amarlo. Océano en calma permito que sus manos heladas me recorran y se entibien. Caigo zozobrando entre las olas que depositan su espuma en la orilla.Ha pasado mucho tiempo… ¿Cuánto? No lo sé, el ya no está. Una sonrisa de alga marina feliz, ilumina mi rostro. Me interno en sus aguas hasta tocar fondo, mis pies se afirman para luego con la fuerza de las piernas y un último impulso emerjo, dejando el cuerpo fatigado sobre las sábanas blancas de mi cama.

Hidratación, de Celia (mención foro cuentos LNOL)

-Desde pequeña me gustó el agua. Bebía no menos de cincuenta vasos al día pese a la opinión generalizada de que era perjudicial para la salud. En la adolescencia podía pasar casi un día entero sumergida sin que mi piel se arrugase ni perdiera su color. A los veinte años, durante unas vacaciones en Cerdeña, me introduje en el mar y ya no salí más.Mi vida submarina es como cualquier vida pero el tiempo parece comportarse de otra forma. Todo semeja más lento y a menudo me dejo llevar por la cadencia y es como si navegase por las leyes físicas, y el antes fuera ahora y el después ya pasó.Sé que a muchos puede parecerles una existencia aburrida y sin sentido, pero aquí se sufre y se goza con gran intensidad porque todo está impregnado de la sal de las lágrimas y el gorgoteo vibrátil de la risa.Ahora vivo en una colonia de almejas. Las almejas son los seres más tristes de este mundo, por eso estoy aquí, porque hace poco unas redes capturaron a mi amado pulpo gigante. Y nada es comparable al amor de un pulpo ni al silencioso luto de las almejas.

Profundamente, de hugozimmer (mención foro cuentos LNOL)

La vi en el mar, a pesar de tanta agua pude ver sus lagrimas, en la profundidad nos encontramos, en la casi oscuridad del desamor, quise abrazarla pero ¿que puede un desconocido si no asustarla?, en su mano estaba el papel del poema escrito con sangre. Me ofrecí a recitarlo, solo una leve sonrisa como un abrazo, los dos nos despedimos, moríamos de amores distintos pero tan parecidos, ella perpetua, yo ignoto.Ella poetiza, yo un lector anónimo.

Dos calamares en apuros

-Corré Nadia, corré... hoy los buzos salieron nuevamente a inspeccionar. Va a llover sangre, lo presiento.-¡No seas “zamborotudo” Clito! Siempre a la defensiva, buscando excusas para no aventurarte. Hoy es un precioso día, el agua está más cálida que otras veces, se respira paz y calma. ¡Carascupines! ¡Me chiflan tus miedos!-¡Déjate de usar esas palabras rimbombantes!... ¿por qué no maldecís con palabrotas comunes, las que decimos todos?-Porque mi padre me lo ha prohibido y además, me gusta más cómo suenan y no ofendo a nadie. “Ropertucio”, por ejemplo. ¿Tienes idea a qué me refiero? No, no sabes si te estoy insultando o diciéndote un piropo y me encanta tu expresión de sorpresa cuando te las digo... Sos un marisco muy "éplíptico" Clito y además... muy pero muy “sabrospiro”. -No pestañees de esa manera que me turbas Nadia. Basta de hablar y corré mujer, corré....-Si, voy a correr contigo hasta el arrecife de corales. Vamos "boronito" calamarcito. Ven conmigo y no fantasees; de paso... podemos... podemos... “corcupilar”... Si hasta me sonrojo de solo pensarlo...
Clito y Nadia huyeron despavoridos con el estruendo y atónitos contemplaron el agua teñirse de rojo. -¡“Carampalpitas” Clito, mi héroe. ¡Qué tipos “prosopompudos”!

Noche de hotel, por Celia (mención foro cuentos LNOL)

-Él –no importa su nombre- prende un cigarrillo turco. Tumbado en la cama, lanza anillos de humo que se entrelazan en la penumbra violácea del amanecer. Ella –tampoco su nombre importa- se viste con la elegancia de un potrillo. Con movimientos pausados ajusta sus medias y el vestido de satén negro se convierte en una segunda piel. Es ella, no cabe error, sus informadores nunca fallan pero… ¿dónde esconde la fórmula? Anoche él mismo fue despojándola de sus ropas, lentamente, buscando, al acompasado ritmo de un amor que no era amor pero se le pareció tanto…Ella lo mira de reojo. No estuvo mal –piensa-, y ahora va a completar su éxito saliendo del hotel con la fórmula intacta. Se mira al espejo y no siente pena por su pelo. Siempre lo lleva corto, a lo “garçon”: las modas conspiran a su favor. Dentro de unas horas la raparán por completo y anotarán la fórmula que lleva tatuada en su cabeza. Treta antiquísima de espías y criptógrafos –se dice-, y sonríe; se pinta los labios con calculada indolencia y le envía un beso volandero, carmesí.Y se va. Él, pensativo, aparta un pelo de la almohada y sigue fumando.

Aniversario de bodas, por Grifo (ganador foro de cuentos LNOL)

A fines de 1920, la NKVD planeó infiltrar el sistema de inteligencia inglés, contactando brillantes estudiantes universitarios británicos. George fue uno de ellos, pero sólo simulaba su traición a Inglaterra, pues sus informes a los rusos eran absolutamente falsos.
Casado con Bárbara, una bella mujer dedicada a su hogar, cuya única arma asesina eran aquellos dulcísimos ojos celestes que lo enamoraron, cierta noche George festejaba con ella el cuarto aniversario de bodas, cenando en un lujoso restaurante londinense.
-¡De acuerdo! Cuando regrese de mi viaje -accedió él ante la insistencia de Bárbara por tener un hijo.
-¡Oh, cariño! Me haces tan feliz.
Mientras tanto, dos hombres los observaban desde una mesa próxima.
Fingiendo ir al baño, George se ausentó brevemente para hacer cierto llamado telefónico -Bárbara no podía saber que estaba casada con un espía- y al regresar, tomó su copa de champán brindando por el futuro hijo. Dos minutos más tarde? caía muerto.
Bárbara saltó entonces de la silla y huyó con aquellos hombres de la mesa vecina. Su cartera beige escondía el veneno, y sus ojos claros como el de sus ancestros; el odio. En la mesa de aquellos sujetos quedaron dos copas de vodka a medio beber?

En el fondo, de Gabriel Busquets (premio foro de cuentos LNOL)

No me di cuenta cuando llegamos después de navegar una hora. Tomé el tanque automáticamente mirando hacia el mar sin verlo. Ajusté el regulador, controlé la carga pero no soporté y me paré en la cubierta mirando al horizonte vacío, quebrado por la sensación de fuego en el pecho. Te extrañé -me dijo. Luego la catarata de sentimientos desbarrancándose milimétricamente uno detrás del otro.
El día caluroso y húmedo y el traje y el golpe de agua en la cara. Un simple y certero "te extrañé" justo cuando andaba con el corazón en la mano, un momento inoportuno.
Hay un poco de suspensión pero la visibilidad es buena. Luego las noches en vela sin sentido y ahora en el desierto de la mente el tiempo detenido solo con tu imagen repetida hasta el hartazgo. Acostado en la arena en posición fetal, me invade repentinamente todo tu ser y me gana un pequeño llanto. Dibujo nada con los dedos en la arena mientras los peces huyen sin que yo lo perciba, solo un atrevido pez mariposa se anima pero no lo veo. Ya no tengo ojos para él.
Creo estar definitivamente en el fondo.

El bolso marrón por Galagata (mención foro cuentos LNOL)

Emma Mollet es una mujer joven y bonita. Sus ojos, de un azul profundo miran desconfiados hacia los lados, en tanto aprieta contra su pecho un bolso marrón.
Sabe que muchos asesinarían sin piedad por tenerlo; la vida de miles, millones, depende de él. Ella misma corre peligro de muerte.
Emma se dirige a la isla de Melee; sólo allí se sentirá segura y sin temor.
Sube a su auto de propulsión a hidrógeno y masas moleculares. En ese preciso instante aparecen dos desconocidos que sin darle tiempo a reaccionar la toman por el cuello y le aplican un chip en la cien, el dolor hace que Emma suelte el bolso que uno de ellos levanta presuroso.
Abandonan a la mujer agonizando y se dirigen a su Tamagawa híbrido, las puertas caen herméticas. Uno de ellos se dispone a espiar el contenido del bolso. El terror aparece en su rostro. Mira a su amigo que se entrega sin resistencia en tanto toma entre sus dedos el chip mortal. Sabe que solo vivirán segundos.
Los suficientes como para ver el objeto sin forma ni color que comienza a asomar y se expande pulsante y húmedo fuera ya… del bolso marrón.
Iris Faba.

Mensis por Grifo (mención foro cuentos LNOL)

El Inspector UWK627 dejó de chatear con su hija, y ahora pensaba en Z311R4, un sujeto que gracias a él moriría en Mensis -la cárcel de alta seguridad de la base lunar- condenado a la pena capital. La ejecución se produciría ya, y el policía esperaba la noticia en la página de la prisión.
El criminal había desarrollado un programa que valiéndose de un inocente correo electrónico, entraba al microchip cerebral de su víctima; copiaba su clave bancaria; y luego borraba la memoria de aquel dispositivo, evitando dejar rastros del mail invasor. Desafortunadamente, borrar el microchip era letal. Con la clave en su poder, Z311R4 obtenía en las terminales del banco en cuestión, una tarjeta impersonal cargada con los bonus propiedad de su víctima, que se utilizaban como dinero electrónico.
La última voluntad del reo fue despedirse de su padre con un mail, cosa que hizo rodeado de guardias. “¡Hola papi!”, decía el asunto, y el texto rezaba: Mi último pensamiento es para vos, jamás te olvidaré.”
Al día siguiente, UWK627 fue hallado muerto frente a su computadora, con el microchip cerebral en blanco. Nadie supo jamás cómo sucedió, pero en el monitor podían leerse claramente dos palabras: ¡Hola papi!

Censor Cerebral de lilianfossi (cuento ganador foro LNOL)

Nicholas Avaca estaba furioso. Se vengaría de su infiel y ambiciosa esposa. No necesitaba sicarios, pero si una buena coartada. Por suerte tenia licencia de importación y exportación de chips. Preparó su viaje a Australia. Se despidió de su esposa como si nada hubiese pasado y embarcó. Allí lo esperaba una pequeña operación. El implante de un diminuto chip de silicio con 100 electrodos en una parte locomotora de su cerebro. Cuarenta y ocho horas después; recibió un mensaje en el hotel." Viajar urgente. Accidente fatal de su mujer"
El condolido inspector le explicaba lo sucedido. La aspiradora de su casa inteligente se volvió incontrolable, enroscó la manguera en el cuello y la mató por asfixia. Se decretó muerte accidental.
Luego de la ceremonia funeral y las condolencias de sus amigos; solo por fin; sirvió dos copas de champagne y frente al retrato de ella expresó "Brindemos querida por esta gran ocasión. Por suerte soy importador y exportador de chips. Una simple operación. Una actividad de la célula grabada y enviada a un ordenador y, el permiso de mover y dirigir un dispositivo externo con solo pensarlo nos ha permitido a los dos no sufrir. Buen viaje a la eternidad". lilianfossi

jueves, 11 de septiembre de 2008

Voluntades compradas

Corría el año 2050 cuando el ingeniero Mariano Doménico desarrolló un invento revolucionario: una fina malla térmica que protegería a las personas tanto del frío como del calor intenso. Con su uso se podría mantener la temperatura normal del cuerpo sin necesidad de vestirse o desvestirse en exceso. Sara, una bioquímica atractiva e inteligente, quien se había enamorado de Mariano, fue parte importante del desarrollo del producto al transformar el novedoso hilado en un aerosol; sólo bastaría con rociarse el cuerpo entero antes de vestirse para comprobar su espectacular efecto. El no había tomado conciencia del impacto que ello causaría en el mundo; tampoco Sara, quien cometió la imprudencia de confiárselo a su padre, un poderoso magnate de la industria de aire acondicionado.

Cuando Mariano consideró que su producto estaba listo para patentar y comercializar apareció muerto en su laboratorio. El mismo día desapareció todo rastro de la fórmula. El forense dictaminó “muerte súbita”. Sara recordó el vino que su padre le había enviado a Mariano la noche anterior. Lloró sobre el cuerpo inerte de su amante pero se consoló pensando que había una sola voluntad que el asesino jamás podría comprar. Felizmente la fórmula permanecía intacta en su mente.

Rutina

Se cortó la luz y me quedé sentada frente a la computadora con su mail a medio leer ¿Puedo haber sido tan estúpida de ver signos donde no los hay? ¿Puedo haberme equivocado tanto? La oscuridad de afuera se confundió con la de adentro y me quedé sentada, mirando cómo la luz de la luna se reflejaba en el estanque; parecía decirme que ella también estaba sola. Que su función era proyectar la luz, pero no era parte de su ser. Que como yo lo necesitaba a él, ella los rayos del sol para brillar.

Mis lágrimas corrían silenciosas y agradecí que nadie pudiera verlas. No podía compartir mi tristeza con ellos, no entenderían que mi corazón estaba herido y que tardaría en cicatrizar. La noche me protegía como una suave máscara y agradecí al corte de luz esa complicidad; al menos alguien se había apiadado de mí.

La luz volvió y otra vez la compostura. El tiempo de llorar pasó, guardé mi pena en un lugar secreto de mi conciencia y la casa se llenó de ruidos y exigencias. Me calcé una vez mi armadura, apagué la computadora y seguí con mi rutina.

Adiós a un fiel amigo

La última vez que lo vi me cegó su mirada penetrante diciéndome que estaba todo bien, que entendía y hasta agradecía mi decisión. Desde que lo conocí sus ojos me vieron de una manera especial, como diciendo: acá estoy, dame una orden y yo la cumpliré. Abrigame, dame calor y amor y seré tu fiel compañía. Acaricié su cabeza y me despedí de él y él de mi, hasta en eso fue obediente, sabía que sólo pretendía librarlo de su dolor, que no podía verlo sufrir un minuto más.

Desde hoy extrañaré su ladrido sostenido e insistente a la hora de comer, su cola moviéndose de un lado al otro cada vez que me veía llegar. Adiós Boby, mi fiel y cariñoso amigo. Jamás pensé que tu ausencia me dolería tanto.

domingo, 3 de agosto de 2008

Una lección de amor

Mientras trataba de poner mi lámpara nueva descubrí que la vieja tenía arreglo. ¿Por qué desecharla si todavía podía aguantar un tiempo más? La observé detenidamente en todos sus detalles: el bronce algo opacado por la falta de cuidado, los cables sucios y viejos y en, algunas partes, gastados; el portalámparas flojo y partido. Todo tenía arreglo pero había buscado el camino más fácil: tirarla a la basura y comprar otra. Decidí darle una oportunidad. Con esmero fui componiendo todas las piezas gastadas por el tiempo. Me quedó como nueva y me alegré por ella y por mí. Salí más contenta a la calle y me dirigí al geriátrico a visitar a la tía Lita. Ella me recibió con los brazos abiertos y con su risa contagiosa que no hablaba de su soledad y de la tristeza que, yo sabía, le provocaba el encierro. Estaba sola en el mundo, el tío Paco, su marido, se había muerto hacía dos años y no tuvieron hijos. Con mis hermanos habíamos decidido internarla en ese geriátrico después de descubrir que ya no podía vivir sola. El encargado nos había dicho que tomaba y que se aparecía en camisón a cualquier hora de la noche, en el palier de entrada, alarmando a los vecinos. La noté más avejentada, su mirada algo más opaca y gris aunque trató de disimularlo con chistes. Me habló del tío la mayoría del tiempo. De los viajes que habían hecho juntos, del amor que los unió durante tantos años. Sus manos temblorosas tomaron las mías y me agradecieron la visita. -Lita, tengo algo que decirte. -Si, m’hijita, te escucho. -Quiero que vengas a vivir con nosotros. Con los ojos vidriosos, tratando de reprimir la emoción, me dijo: -No querida. De ninguna manera. Yo ahora estoy sola pero he sido muy feliz con tu tío Paco. Nuestro amor fue tan perfecto que la falta de los hijos lejos de empañar nuestra unión, la aumentó. Yo aquí vivo por su recuerdo, cada día espero el momento que el Señor decida llevarme para encontrarme con él. Tú estás comenzando tu vida. Tienes un marido y cuatro niños maravillosos que criar. Yo sería un estorbo para ustedes. -Ya lo hablé con Joaquín y él está de acuerdo. Te pido que aceptes tía, nos harías muy felices a todos si vivieras con nosotros. -Esta bien hijita. Déjamelo pensar. Vuelve mañana y te daré una respuesta. Me fui de allí con una rara sensación. A la mañana siguiente, me di una ducha rápida y cuando me disponía a salir a buscarla, segura de que esta vez iba a convencerla, sonó el teléfono. Era la directora del geriátrico para decirme que la tía Lita había muerto durante la noche, mientras dormía. Sin sufrir, como ella quería. Me senté en la cama y lloré por ella y por mi.

martes, 29 de julio de 2008

Penélope

Eran dos seres que habían sido destinados el uno para el otro. Las edades no importaban. Ella era algunos años menor y él un hombre maduro. Se encontraron en Internet y se reconocieron de otras vidas, de otros tiempos. El juego de seducción comenzó y la magia hizo estragos en los dos corazones solitarios. Intercambiaron fotos y mails. Todo fue perfecto hasta que el silencio de los dos interrumpió el hechizo. Cuando hay tanta pasión acumulada, la energía puede descontrolarse. Ella pensó que él se había asustado y él pensó lo mismo. En estos juegos del amor el miedo es un tirano que ahuyenta nuestras mejores intenciones y las esconde entre tules y sedas para saltar en el momento menos pensado.
Penélope finalmente tuvo noticias de él, pero fueron tristes, repletas de reproches y dolor. Se desesperó, no sabía cómo hacer para que él entendiera que los planetas no se habían alineado esta vez y una mano oscura había cortado esa fluida comunicación que los había unido. El cerró la llave de su corazón intempestivamente, se sintió herido y se lo dijo. Ese fue el único mail que llegó. Los otros, los de Penélope, siguen vagando en algún lugar del ciberespacio, esperando que él se decida a leerlos. La puerta está sin llave y ella sigue tejiendo ilusiones de día y destejiendo de noche, porque sabe que Odiseo volverá a ella y matará a todos los miedos, esos pretendientes intrusos que lo confundieron, para permanecer con ella, como está escrito, como debe ser.

domingo, 27 de julio de 2008

Golpe de calor

Me senté en el bar de la esquina de Corrientes y San Martín para tomar algo fresco. El calor insoportable estaba apretando mi cerebro pero lo sentía en los pies. Busqué un lugar cerca de la ventana y fijé la mirada en toda esa gente que pulula, como hormigas, por la ciudad. Caras de dolor, de aburrimiento, de contento, de resignación, de zozobra, caras, tantas caras y cuerpos que se me venían encima y me apretaban y me ahogaban... Con el primer trago, el fresco líquido entró por mis venas hasta mis pies y miré otra vez por la ventana. Ahora veía sólo zapatos, zapatos negros, marrones, blancos, azules, rojos, verdes, amarillos, celestes. Zapatos de hombre y de mujer sin sus cuerpos, caminando desenfrenados en todas direcciones; algunos se detenían indecisos o esperaban a cruzar la calle, pero todos se movían nerviosos para adelante, para el costado, se detenían, seguían... De repente comenzaron a caminar para atrás y todos se dirigían a mi y una multitud de zapatos al revés se paró del otro lado de la ventana, esperándome a que saliera. Miré a mi alrededor y las demás personas que estaban en el bar parecieron no notarlo. Entré en pánico. Una señora que estaba al lado mío desapareció pero se olvidó los zapatos. -¡Señora! Grité pero al rato me di cuenta de que en el bar no había nadie y todos se habían ido dejando allí sus zapatos y los zapatos de afuera empezaron a entrar y se me vinieron todos encima y...

-Señor, señor...

-¿Qué, qué pasa?

-No lo sé, pero está muy pálido. ¿Se siente bien? ¿Quiere un vaso de agua?

Le pagué, me tomé un taxi con aire acondicionado y lo llamé al Cholo, que sabe una torta de estas cosas y además, es veterinario. Me dijo que tenía un golpe de calor. Que cuando él les pone herraduras a los caballos en pleno verano les pasa lo mismo.

-¿Pero cómo que les pasa lo mismo? -le pregunté. –¿Qué es lo que les pasa?

-No -me dijo- eso no lo puedo saber, pero se ponen así de idiotas, empiezan a dar vueltas y se quieren sacar las herraduras.

-¿Y? ¿Qué tiene que ver eso con lo que te estoy contando?

-No tengo ni idea viejo, creo que a mi también me agarró un golpe de calor.

lunes, 21 de julio de 2008

¿Quién soy yo?

Me paro y observo a mi alrededor. Por momentos todo está bien, en su lugar, como tiene que ser. Y de repente, el caos, el torbellino, la casa, los hijos, las obligaciones. Mi mente alborotada busca el silencio y lo pide a gritos.

¿Quién soy? La respuesta se hace esperar; estoy demasiado ansiosa por saber. Me entrego y busco la quietud. ¿Quiénes son mis hijos? ¿Quién es mi marido? ¿Quiénes son mis amigos? No lo sé. Sólo sé que mi vida sin ellos no tendría sentido y muchas veces la vida con ellos me pesa. ¿Quiénes somos todos? ¿Para qué vinimos a este mundo extraño? ¿Para luchar por un lugar propio donde destacarnos?

¿Quién soy yo? En la limitación de mi cuerpo no soy nada. Una cara, una imagen que me devuelve el espejo pero que no es igual a la que ven los otros. Un envoltorio que mi mente utiliza para regodearse en pensamientos negativos que taladran mi cerebro sin pausa buscando quién sabe qué cosa. En lo que trato de entender de mi espíritu, un alma que encuentra a otras almas con quien se conecta y otras con quien apenas puede comunicarse; un ente solitario que deambula por universos misteriosos y desconocidos.

Y mis sentimientos, mi corazón. ¿A quién responden? ¿A una necesidad de amor que se nutre de trueques engañosos? ¿Yo te doy si me das algo a cambio y si no me das lo que quiero, te cargo de culpa para que vuelvas a amarme?

¿Quién soy yo?

Un salto al vacío

La orquesta tocaba en el lugar. Sentada en la barra esperaba ansiosamente a Germán. Me congratulé por haber salido de casa temprano, ya que en el camino me crucé con un piquete que no me dejaba pasar; estacioné el auto a diez cuadras y caminé hasta el pub. Por fin habíamos decidido encontrarnos y nos citamos en este bar alejado del mundanal ruido. Los músicos tocaban jazz moderno, las luces bastante tenues para mi gusto y el salón de un tamaño mediano, decorado con buen gusto, tenía a los costados unos confortables sillones rojos conformando espacios más íntimos.

Hacía días, quizás semanas, que me había obsesionado con Germán. Nos conocimos de casualidad en casa de unos amigos y si bien de entrada no me había llamado la atención, él se acercó a mi de una manera tan natural y despreocupada que me cautivó al segundo. En aquel momento mis hormonas todavía estaban revolucionadas por Julián, un rubio con quien antes de comenzar un romance que se insinuaba tempestuoso y pasional me había anunciado, sin mucho preámbulo, que se iba a Rusia, persiguiendo a un novio a quien no podía olvidar. Así que, sin recuperarme del todo del shock, trasladé mi lívido de Julián a Germán, con una velocidad pasmosa. Me enamoré perdidamente de la barba oscura y canosa de este último y de su manera un tanto excéntrica de vestirse. La charla esa noche había girado en torno a la situación del país y, aunque tenía ideas un tanto anarquistas y contradictorias, había algo en sus modos, en su manera de hablar, en sus gestos, que me habían atrapado. Aunque no me resultó tan fácil conseguir que se fijara en mí y no era cuestión de que me le regalara tan fácilmente. Durante casi seis meses intercambiamos mails y mantuvimos una comunicación solamente epistolar. No volví a verlo hasta esa noche en que por fin sentiría su olor, podría rozar su mano como al descuido y mirarlo directamente a los ojos; en eso me tenía fe porque escribir no es mi fuerte y soy lo que se dice muy torpe para expresar mis verdaderos sentimientos en frases seductoras o dejarlo con la pelota picando, como dice mi amiga Roberta. Estaba nerviosa y me había tomado un whisky puro para darme valor. No había comido nada desde el mediodía por lo que el alcohol se me subió directamente a la cabeza; eso me permitió no notar el retraso de Germán y me concentré en mis pensamientos y en disfrutar de la música. Me pedí otro whisky, esta vez con algunas aceitunas y mientras el barman llenaba el vaso me concentré en el líquido color malta y en las formas que adquirían las gotas al fusionarse unas con otras. Un barullo proveniente de la entrada llamó mi atención y me encontré mirando hacia allí con una sonrisita estúpida y despreocupada. Miré la hora, eran las nueve y nos habíamos citado a las ocho. Comencé a impacientarme pero decidí caminar hasta la puerta para ver qué pasaba: un tipo quería entrar y no lo dejaban, me acerqué un poco y lo vi; tenía una gorra en la cabeza que le tapaba toda la cara, sólo se le veían los ojos, y se estaba peleando con el encargado del bar.

-¡Es que adentro me están esperando hace una hora! ¡No se da cuenta de que necesito entrar!

-Lo siento señor. Podrá entrar sólo si se quita esa máscara de la cara.

-Dígame dónde dice que está prohibido entrar con la cara tapada. ¿Acaso hay alguna regla municipal que lo prohíba?

-Es regla de la casa. Últimamente hemos tenido muchos robos y no podemos arriesgarnos.

-¡Pero ya le he dicho que no traigo ningún arma! ¡Revíseme, vea!- el hombre alzó las manos pero el encargado no hizo ningún gesto para palparlo de armas.

La voz me resultaba familiar y no necesité mucho tiempo para darme cuenta de que era Germán.

-¿Germán? ¿Sos vos?

-¡Hola Luisa! ¡Menos mal que saliste porque este pelo tudo no me dejaba entrar!

-Pero...¿se puede saber por qué tenés puesto un pasamontaña?

-Vení. Vamos que después te explico.

-¿A dónde vamos?

Sin contestarme me tomó suavemente de la mano y nos fuimos caminando hacia la esquina, donde finalmente se sacó la gorra de lana. Entramos a un café, nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, me miró a los ojos, tomó mis manos entre las suyas y con la sonrisa más seductora del mundo me dijo:

-¿Te querés casar conmigo?

Hace diez años que estamos juntos. Cada día Germán me sorprende con algo diferente: un día es peronista, al otro conservador y al otro radical; por suerte no milita. El dice que la política corrompe y que por eso se hizo anarquista. Un día me trae flores, otro día llega, sin decir nada nos mete a todos en el auto y nos lleva al Planetario; a veces se enoja y grita pero enseguida se encierra en el baño, pone la música a todo lo que dá y sale al rato, me pide perdón y me da un beso. Me vuelve loca con sus cambios de ideología y con sus excentricidades y también me vuelve loca de amor. Mi vida a su lado es un salto al vacío pero él siempre aparece en el momento justo para salvarme. Es mi amor loco, mi puerto seguro, mi amigo tierno y el mejor padre que podría haber elegido para nuestros cuatro preciosos hijos. Nunca me explicó el porqué del pasamontaña; alguno de estos días quizás me acuerde de preguntarle.

No más yo

Con la lámpara encendida o apagada, a oscuras o encandilada, sé que camino aunque no sepa dónde voy. Lloro, río, me emociono, acaricio, abrazo, suelto, amarro, sigo caminando, me encuentro, me pierdo, fumo, me calzo un jean, rejuvenezco, me descalzo, bailo, vuelo, giro, doy vueltas y me divierto. Soy un remolino que se lleva el viento, una brisa suave que se va convirtiendo en vendaval que arrasa con mis penas y las hace añicos. Me tiro al piso y me arrastro, me doy vuelta sobre mi misma y como un resorte me levanto, salto, brinco, vibro y me elevo. Vuelo y te encuentro en el aire. Nos confundimos en un abrazo y mutamos; ahora somos nubes, luego soles, luego rocas, luego fuego, luego lunas, luego espejos y cristales que se derriten y se funden en una sola copa, nueva, fulgurante, única. Y ahora caminamos, aunque no sepamos dónde vamos, lloramos, reímos, nos emocionamos, nos amamos. Ya no más yo, ahora nosotros.

Al menos, hoy (de Alicia)

Decidí podar la enredadera. Y llenar de floreros con campanillas azules, toda la casa. Y también decidí hacer unas cuantas cosas más.
No atender el teléfono.
Abrir todas las ventanas para que las cortinas bailen como locas. Como nunca antes.
Saludar a todo el que pase por la vereda.
Poner la música bien fuerte y bailar griego, descalza.Vaciar los cajones y tirar un montón de cosas en bolsas negras. Salvo los jabones de violetas y mi túnica blanca, comprados durante algún veraneo en Brasil.
Poner el regador del jardín girando al máximo para que lo empape todo.
Juntar menta del cantero, para prepararme una enorme taza de té.
Cocinar un bizcochuelo de chocolate y otro con manzanas verdes. Para acompañar el té.
Dejarme el pelo suelto todo el día.
Andar por la casa con los ojos cerrados. Para verla distinta.
No barrer las hojas del patio, porque me gustan sus ocres variados.
Subir hasta la terraza para cortar un ramito del jazmín celeste del vecino, para mezclarlos con las campanillas.
Poner el colchón en el suelo y dormir una siesta con mi perra mestiza, en el medio de la galería del frente.
Es increíble las ideas que surgen y las cosas que hay para hacer, cuando se decide por fin, podar una enredadera y entender que se puede ser feliz. Es cuestión de empezar… Al menos, hoy.

El segundo aliento (para mis amigos del foro de cuentos LNOL)

Amiga, amigo, hoy quiero decirte tantas cosas
pero mi corazón adormecido se regodea en la pena
y me impide ver todo lo bueno que me diste.
Te conocí y me regalaste un pedazo de vida.
Caminamos de la mano y en un abrazo cálido nos fundimos
dentro de un mundo que a veces me pregunto si existe,
ese que no está pero está y que cala hondo
en cada palabra, en cada silencio.
Te conocí un veinticuatro de agosto, un año atrás,
cuando te encontré en un espacio nuevo,
que descubrí de casualidad, en la que no creo.
De a poco me fui habituando a tus estilos,
a tus modos literarios,
a tus maneras de regalarme en palabras tus sueños.
Y despacio fui interpretando tus duelos,
festejando tus humoradas,
vibrando con cada explosión de tu creatividad
y tu talento.
Y otra dimensión apareció con eso.
Me descubrí cambiando, mutando mi intelecto dormido
en un renacer muy adentro,
donde despertaron esos mudos anhelos.
Y pude hablarte de ellos.
Y me reconocí en tus poemas o en tus cuentos.
Lloré con vos el desgarro de la partida
de nuestro querido barquero.
Y cuando ya me sentí parte de ésto,
apareció también el miedo.
Y ahora espero el segundo aliento,
ese que elevará mi voz hasta el cielo
para que pueda decirte cuánto te quiero,
para pedirte perdón si alguna vez te herí sin saberlo.

Mañana será otro día (de Elisabeth)

De las arenas del tiempo vinieron los recuerdos,
se me terminaron las excusas para seguir el camino,
perdí la brújula y el horizonte
me pregunté cuál era mi destino.
Y no halle respuestas en mis lágrimas.
Ni en las de otros.
Ni en el amor o en la gloria.
Ni en la visión de un futuro brillante.
Ni en la alegría o la euforia…
Vi que todo era efímero y casual.
Un instante en el infinito.
Un destello en el cielo.
Un deseo perdido.
Miré a mi alrededor:
estaba sola
pero algo dentro mío decía:
“Dejá que pase la marea.
Mañana será otro día”.

sábado, 12 de julio de 2008

Los hermanos Nilsen

(versión libre de La Intrusa, de Jorge Luis Borges)

Corría el año mil ochocientos noventa y tantos. Los primeros fríos del retrasado invierno se hacían sentir hasta en los huesos, como si quisieran recuperar en intensidad el casi mes y medio perdido. Ese día las tranquilas calles de Turdera, semivacías, evocaban con cierta nostalgia épocas pasadas.

Yo me encontraba en la taberna del Mudo, para no perder la costumbre de los sábados a la tarde en que, luego de jugar una partida con los amigos, me sentaba ante una de las mesas que daban a la plaza, para ver pasar a la Juliana, camino a la Iglesia.

¡La muy zorra! Como si una confesión semanal la librara de su culpa. ¿Quién entiende a las mujeres? Pero, ¡qué linda era! Con esos ojos tan negros que contrastaban con su piel suave y blanca; aunque yo jamás había podido tocarla. Cada vez que imaginaba a los hermanos Nilsen hacerlo juraba que algún día los mataría. Yo la quería bien y hubiera podido ofrecerle un hogar seguro, si alguna vez me hubiera decidido a ofrecerle matrimonio; siempre que me proponía abordarla, surgía como un rayo, la imagen de Cristián y Eduardo Nilsen, y todo mi amor se convertía en odio.

Esa tarde la Juliana no había pasado. Esperé aproximadamente una hora más y, preocupado, me encaminé presuroso a lo de los hermanos. Anochecía y pude esconderme entre la maleza sin ser visto. La casa estaba a oscuras y no se oía ningún ruido, pero algo me decía que había gente adentro. Como un ladrón al acecho, empuñé el picaporte de la puerta trasera, que estaba sin asegurar y entré. Un gato cruzó por delante de mí y, maullando en la oscuridad, se escabulló por la puerta que yo había dejado abierta. Sigilosamente, y tratando de no hacer ruido, di con el dormitorio de ella.

La luz de la luna se reflejaba en la ventana, iluminando parte de la habitación. Había algo allí, una especie de atracción, que me impulsaba a entrar. Mi corazón latía a velocidad vertiginosa. Cuando ya no pude soportar esa opresión, y quise convencerme de lo absurdo de mi presencia allí, me di vuelta para salir. Entonces mi pie tropezó con un bulto. Mi corazón dio un vuelco al comprobar que se trataba del cuerpo de una mujer; al instante comprendí que era la Juliana.
¡Tanto tiempo había esperado estar a solas con ella! Y, una vez más, el destino sepultaba, con un cuchillo, todas mis vanas ilusiones. Lloré sobre el cuerpo inerte, en un tardío intento de expresarle mi cobarde y ya estéril amor; hasta que la realidad me recordó dónde y en qué difícil situación me encontraba. Ella había sido asesinada y yo ya no podía salvarla.

Aparentemente, no había nadie más en la casa y, antes de que me descubrieran, -con el corazón destrozado y jurando vengar su muerte- huí como si me persiguiera el mismo diablo. El gato aulló una vez más en un tono que me sonó a burla.

La noticia se generalizó muy pronto. Yo me uní a los chismosos para no despertar sospechas, acusando sorpresa ante lo sucedido. Los hermanos Nilsen fueron detenidos para declarar y, dado que el cuerpo había sido encontrado en el pantano –nadie había mencionado un cuchillo-, al cabo de tres días la Policía los dejó en libertad por falta de pruebas. La Juliana no tenía parientes en el pueblo y, como no era nadie, al poco tiempo el caso se cerró y el hecho pasó al olvido. Pero no para mi que, desde su muerte, no había tenido un solo momento de paz.

Seguí frecuentando la taberna del Mudo, cosa de pasar desapercibido, ya que no quería correr el riesgo de que me asociaran con aquel episodio. Últimamente, me había entregado a la bebida como único refugio de mis penas, aunque sólo conseguía acrecentar mi amargura y, por ende, mis ansias de venganza. Había planeado cuidadosamente la muerte de Cristián Nilsen quien, estaba seguro, era el único culpable. Pero antes el hombre tendría que confesarme su traición.
Una noche clara de octubre esperé en el Reñidero a que la paisanada se retirara del lugar. Cristián solía ser el último en irse. Cuando los dos quedamos solos le dije, como al pasar:

-Se la extraña a la doña. ¿No?

El hombre me clavó la mirada, sorprendido- -¿Supongo que se referirá a la Juliana?

-¿Y a quién iba a ser si no?

-Si, claro. Pero yo no soy de esos pollerudos que andan lagrimeando por ahí porque les falta china. La vida continúa y mañana debo madrugar, así que si me disculpa...

-¡Usted no va a ninguna parte! -le dije- y, tomándolo de la solapa, le mostré el filo de mi cuchillo.

-¡Antes me tiene que aclarar algunas dudas!

-Pero, ¿quién es usted y qué es lo que tengo que aclararle?

-Yo soy Juan Somoza y me va a decir la verdad, toda la verdad, desde el principio.

-No sé a qué se refiere –dijo-, pero supe que había entendido.

Y así fue que me enteré de la historia. El mayor de los Nilsen había intentado resistirse, pero el arma y mi decidida expresión terminaron por someterlo. Una vez que empezó a hablar parecía que estaba frente al confesionario. Me contó el modo en que ella lo había embrujado, primero a él y luego a su hermano Eduardo, enemistándolos y convirtiendo sus vidas en un infierno. El intento de ambos de venderla a un prostíbulo de Morón para que los dejara en paz, el posterior rescate y su vuelta para llenar el vacío que su ausencia había dejado en la casa que, sin ella, parecía una tumba, con su espíritu deambulando por cada rincón. Y, por último, el modo en que la había matado, a espaldas de su hermano. Me costaba creer que el hombre que hablaba entrecortadamente y en sollozos, fuese Cristián Nilsen. Yo me había hecho otra idea de ese recio varón, prototipo del orillero de la época.

Y, hecho curioso, su confesión no despertó mi más mínima compasión; por el contrario, un profundo desprecio se apoderó de mí y me abalancé sobre el miserable.
Comenzó la lucha y le asesté un fuerte golpe, desplomándolo inconsciente en el suelo. Faltándome el valor para matarlo, lo dejé allí tendido y me fui. Bastante castigo tenía ya con el peso de sus remordimientos y no era precisamente yo quien debía salvarlo, enviándolo al otro mundo.

Al cabo de una semana lo encontraron muerto en su casa. Nunca se supo la causa. Algunos dijeron que se había suicidado. Fui al velorio a presentarle mis condolencias al infortunado Eduardo, siempre hombre de ley. Por alguna extraña razón, nunca le había guardado rencor al menor de los Nilsen.

Caminemos juntos

Buen día hermano,
caminemos juntos
en este día aciago.
Compartamos nuestra única
bandera, la celeste y blanca,
sin estridencias.
No te dejes engañar
por el rencor que te inyecta
quien convirtió tus ideales
en vanas promesas.

Buen día hermano,
déjame ver tu rostro
que, como el mío,
sólo ambiciona un país
en paz, sin diferencias.
Marchemos unidos,
nadie te desprecia,
sólo el poder de aquel que busca
en nuestra enemistad
su riqueza.

Buen día hermano,
deja atrás el odio,
la lucha armada,
la violencia.
Camina conmigo
y peleemos de la mano
a cara descubierta,
con la fuerza de la Verdad;
esa que, con o sin máscaras,
siempre se manifiesta.

viernes, 11 de julio de 2008

Mafalda va al psicólogo

-Che Susanita, estoy algo alicaída. Me pesa la vida.

-¿Por qué no vas al psicólogo Mafalda? Mi mamá dice que te hace hablar y hablar y todos los problemas se evaporan, como por arte de magia.

-¿Te parece? Bueno, voy a ir. ¿Me pedís hora?

-Si, ya mismo me ocupo.

Mafalda llega a la sesión a la hora señalada. Un cartel en la puerta le llama la atención: Clínica del Otro Yo del Dr. Merengue. Mafalda se lleva la mano a la barbilla y piensa: “el Dr. Merengue es abogado, ahora tiene una clínica parece. Y bueno, ya que estoy acá, sigo”. La secretaria, que se parece mucho a Susanita, le dice que pase, que todo está listo.

-¡Buenos días Mafalda!- Un hombre atildado y correcto se pone de pie para recibirla y le extiende la mano.

-¡Buenas!

-¿Qué te trae por aquí querida niña?- le contesta Merengue mientras se pregunta qué se traerá entre manos esta mocosa insoportable?

-Me dijeron que venga a hablar con usted para que mis problemas se evaporen.

-Los problemas no se evaporan Mafalda. Se solucionan. Sólo tenés que decirme qué es lo que te preocupa. (Y pensar que es la hora en que la panadera preciosa sale a comprar harina y yo acá con esta nena precoz que seguramente vino a tomarme el pelo...)

-Antes que nada quiero hacerle una pregunta doctor: ¿Si usted es abogado cómo puede ser que ahora sea croquetólogo?

-(Y ahora... ¿de qué me disfrazo?) Mirá querida, como leíste en la puerta mi clínica se llama “El Otro Yo del Dr. Merengue” y mi otro yo es psicólogo.

-Ah bueno! Entonces... ¿estoy hablando con su otro yo?

-Exactamente. (¡Qué alivio, se lo tragó!)

-Pero su otro yo es algo degenerado, según tengo entendido. No sé si estoy en muy buenas manos.

Mientras los colores suben a la cara del Dr. Merengue, éste finge una carcajada y le contesta:

-Ay Mafaldita, sos incorregible... la gente es muy envidiosa e inventa cosas. Vamos a hacer una cosa. Vos contame tus problemas y vas a ver qué bien te sentís después. (Por suerte se está terminando la sesión... ésta es capaz de denunciarme)

-Bueno. Le cuento. La vida se me está haciendo algo insoportable y siento mucho vacío interior. Me pregunto muchas cosas que no tienen respuesta, entre ellas “qué hago acá contándole mis problemas a un perfecto desconocido, a un chanta, que eso es lo que es usted doctor”

-Jeje (mocosa estúpida... ya verá con quién se metió) mi amor, no me digas eso... ¿acaso te he dicho algo inconveniente, te he tratado mal, te he hecho llorar?

-Ninguna de las tres cosas pero yo no soy su amor y seguimos dando vueltas como en una calesita y mis problemas siguen estando sin resolver.

-Pero ¡Qué lástima, se acabó el tiempo! Nos vemos la semana que viene querida. El Dr. Sale apurado de la oficina... (uffff qué alivio... le diré a mi secretaria que la borre de la lista de pacientes, esta nenita es una bomba de tiempo)

-Adiós Otro Yo del Dr. Merengue. Creo que no voy a volver porque ya solucioné mis problemas... era cuestión de sacar para afuera lo que uno tiene atragantado adentro...
Mafalda se alejó del consultorio mientras pensaba: “la humanidad está irremediablemente perdida y con tipos como éste va a ser difícil que encuentre su rumbo...”.

domingo, 15 de junio de 2008

Soneto a papá en el cielo

Hace tiempo te fuiste, y me dejaste
sin despedirte ni avisar que partirías;
eras mi guía, mi faro, mi estandarte,
mi horizonte, la luz del sol, mi guarida.

No necesitaba contarte de mis sueños,
con sólo mirarme los intuías;
y me alentabas con tu valor y empeño
a encontrar en mis tristezas, alegrías.

Entre tanto hermano yo era tu preferida,
y ellos creían lo mismo pero yo no lo sabía,
era tu presencia un pilar, todo lo contenía;

fuiste el mejor ejemplo, el amor, la vida.
Te extraño papá, no sabes cuánto daría
por abrazarte una vez más, hoy en tu día.

martes, 10 de junio de 2008

Ella siempre y nunca (de Celia para Vivi)

-Se cortó la luz pero no se dio cuenta y si se dio cuenta no le importó. El crepúsculo avanzaba en el horizonte, en un cielo escarlata donde el sol y la luna escenificaban su batalla diaria. Se veía un sol henchido, orgulloso, y una luna arrugada y grisácea; nada hacía anticipar su victoria pero iba a ganar, porque no hay enemigo pequeño y ella, como la luna, también lo sabía. Los árboles más cercanos parecían dibujados con pluma; sobre la colina que señalaba los límites, allá donde la vista se perdía, los árboles no eran más que siluetas rellenas de negro. Un pájaro rezagado cruzó el espacio como una saeta y la anciana siguió su vertiginoso vuelo hasta que el ave se perdió por los márgenes del ventanal. El panorama que ofrecen los ocasos es tan bello como el de los amaneceres, pensó y, al punto, la misma pregunta que siempre se hacía- “¿será por eso?”- amenazó con amargarle una nueva velada. Es difícil ser vieja –se dijo- pero aún lo es más haberlo sido siempre. Los viejos tienen todo el tiempo del mundo para pensar, eso es lo malo de la vejez, pero yo tengo todo el mundo del tiempo para gastarlo en pensamientos.
Miró el sol, cada vez más exultante en su redondez, cada vez más a punto de extinguirse y, acto seguido, llevó sus ojos a sus manos marchitas, rugosas y grises como la luna segura de su victoria. Pero no hay enemigo pequeño y entre el sol, la luna y sus manos un ejército de seres ganarían la batalla cotidiana y mañana ya no abrirían los ojos a la nueva luz.
Se levantó penosamente de su butaca y dio unos pasos con la torpeza de su eterna vejez y la elasticidad de su perpetua juventud. Se sintió más inútil que nunca, siendo nunca lo mismo que siempre, su única medida. Se vio a sí misma como una mísera perdedora y otra vez, en su reloj que sólo marca la misma hora, esa que oscila entre el nunca y el siempre en punto, se preguntó para qué existía ella si la Vida le hacía su trabajo, si los vivos morían sin permitirle a ella un resquicio de ayuda. Se mueren ellos solos –pensó- , nadie me ha necesitado nunca.
De pronto, el sol cayó y la luna se irguió, triunfante, sobre sus rescoldos.

jueves, 8 de mayo de 2008

Un papel de caramelo

Estoy sola en un ascensor que se quedó atascado entre dos pisos. Me siento en el suelo, espero, pero el tiempo no pasa. Alguien vendrá pienso, pero nadie viene. Es domingo a la tarde, los domingos nadie sale de sus casas. Miro el piso, hay pisadas de hombres y de mujeres, alguna de un perro, pelos, un papel de caramelo, un botón y yo. Yo frente a mi misma, sin salida, sin un lugar por donde poder escaparme de los pensamientos que aparecen y desparecen y danzan en una melodía burlona taladrando mi cerebro. No puedo pararlos. Me desespero, me tomo la cabeza con las dos manos y sentada en posición de loto, miro el piso, tengo frente a mí el papel de caramelo. Lo miro fijo. El silencio es lacerante, me invade y se mezcla con mis pensamientos. Lloro, con un llanto hondo y profundo. Por mí, por vos, por este silencio que me recuerda al tuyo, por mis hijos que se están yendo, por los años perdidos, por los años ganados, por el trabajo, por las historias, por los poemas, por los amigos que se fueron y los que aún están. Por mi padre que se fue sin avisarme a los dieciocho cuando no tenía idea de lo que significaba un Edipo. Por mi madre que también se fue cansada de que no la comprendiera justo cuando empezaba a hacerlo. Por mis uñas despintadas y el dolor en el codo, y el precio de la carne y mi trabajo y por... este ruido salvador a turbina que arranca y me deposita de nuevo en mi realidad cotidiana, para que no siga pensando, para que no te siga extrañando y para que me olvide de que alguna vez me quisiste tanto.

La marea

Juan caminó hasta el muelle subiéndose el cuello del abrigo negro. Observó el horizonte que se confundía con la inmensidad del océano gris. Un barco pesquero hizo que desviara la mirada por un momento para volver a concentrarse en un punto lejano. Sumido en sus pensamientos no advirtió que la marea iba subiendo lentamente y empezaba a humedecer sus pies, enfundados en unas gruesas botas de cuero. No llevaba equipaje y todo indicaba que esperaba a alguna embarcación. ¿Se atrevería a volver? ¿Estaba dispuesto a enfrentarse a los fantasmas del pasado? Pensó en ella. Metió la mano en el bolsillo de la campera y palpó una vieja foto ajada por el tiempo. Se preguntó por qué guardaba ese retrato. El viaje era largo y todavía no estaba seguro si se atrevería a enfrentar la verdad. Tenía tiempo para pensar; todo el tiempo del mundo.

El recuerdo de Carola no lo había abandonado durante los tres años que permaneció en la isla. La imagen de los dos amantes en su propia cama lo perseguía como una burla siniestra; las imágenes se sucedían una tras otra: la expresión del horror en esa cara perfecta de Carola al escuchar el disparo y la sangre de Ricardo tiñendo las sábanas blancas de su propia cama; su huida cobarde después de matar a su socio y amigo que no se pudo llevar al otro mundo el peso de la traición, viva aún en su memoria. Los fantasmas desaparecían de su mente atormentada sólo cuando el alcohol lo trasladaba a un presente impregnado de amores pasajeros y fáciles. La venganza no había tenido los efectos deseados; su espíritu estaba amputado por el resentimiento y la pena.

El estruendo de una enorme ola lo sacó de sus cavilaciones; resbaló y la fuerza torrencial lo arrastró consigo en un segundo que le pareció un siglo. El agua helada le acalambró las piernas y su mente se oscureció hasta que todo fue silencio. Se aferró al retrato y gritó su nombre. Una suave quietud inundó su alma y se dejó llevar. El barco pesquero se acercaba despacio a la escollera, ajeno a todo.

sábado, 3 de mayo de 2008

El retrato

Ya no podré borrar de mi recuerdo aquel verano en Junín. Corría el mes de enero, eran mis vacaciones y no tenía demasiadas perspectivas de ir a ninguna parte hasta que surgió una invitación que marcó mi vida para siempre. Las cabalgatas a la luz de la luna, la gama de grises en el cielo de tormenta, el color verde intenso del pasto recién cortado, las caminatas alrededor de la laguna, el silencio del campo, siguen vivos en mí como si no hubieran pasado los años.

La invitación fue inusual. Damasia Domínguez no era mi amiga, pero nuestros padres sí y me habían convencido de que pasara ese mes en Junín. Como no tenía otra opción mejor acepté desganada, con esa displicencia típica de los dieciséis años.

Bastaron unos pocos días para que me diera cuenta de que no tenía nada que hacer en ese pueblo y que jamás podría considerar a Damasia mi amiga. Su diversión mayor era ir a la pileta del Club Social a tomar sol y escuchar Radio Sarandi, siempre a la misma hora, ya que su novio Daniel (que estudiaba en La Plata) hacía lo mismo. Era la única manera que podían mantenerse conectados. Ella anotaba prolijamente en una libretita los temas musicales que pasaban en la radio y él hacía lo mismo. A la tarde, la mayor diversión consistía en visitar a sus amigas o ir a la confitería del pueblo a tomar una gaseosa con lenguas de gato y ver pasar a la gente dar la vuelta al perro. En aquellos momentos recuerdo que extrañaba como nunca a mi familia, a mi casa.

Llegó un momento en que me resigné porque sabía que no podía volver –mis padres se habían ido de viaje- y decidí disfrutar como pudiera. Y como suele suceder en esos casos en que uno acepta el destino y se entrega, cuando menos lo esperaba se produjo el mágico encuentro. Nos lo cruzamos un día cuando caminábamos por el pueblo en esas calurosas y aburridas tardes. El paró la camioneta para saludar a mi amiga y el flechazo fue mutuo. Esa misma tarde nos invitó a tomar el té a su casa. Damasia se negó, quería ir a la pileta a encontrarse por la radio con Daniel. Yo me empeciné en ir y partí con sus padres, sin sentir el menor atisbo de culpa por dejar a mi “amiga”.

En cuanto llegué lo vi, él vino a mi encuentro y me llevó al jardín a mostrarme la laguna. Los demás parecieron desaparecer del entorno. Sólo existíamos él y yo. Me invitó a andar a caballo y nos fuimos solos. El mundo se había detenido y tenía otros colores, otros aromas, otros paisajes. Nada ya sería igual. Lo único que me importaba eran esos ojos atravesando mi cuerpo y mi alma. Volvimos antes del anochecer; el auto de los Domínguez estaba con el motor encendido, en la tranquera, esperándome. Bajé del caballo y corrí hacia el auto, con las mejillas rosadas y el corazón latiendo a un ritmo diferente. Les dije que Rosendo me había invitado a quedarme, que no se preocuparan por mí, que estaría bien. Aunque insistieron en que debía partir con ellos, mi determinación no les dio opción y se fueron.

Los días que siguieron a nuestro encuentro parecieron detener el tiempo. Cuando mi familia vino a buscarme él me mantuvo oculta y negó haberme visto. Les dijo que yo había regresado a mi ciudad natal, que él mismo me había llevado a la terminal a tomar el ómnibus. Lo mismo les informó a los policías que aparecían cada tanto preguntando por mí. Yo no quería ver a nadie más que a él. Respiraba a través de su cuerpo y cuando se ausentaba, lo que empezó a ocurrir cada vez más asiduamente, necesitaba su retrato para sentir el aire entrar por mis pulmones. Rosendo se había convertido en una adicción de la que no podía escapar. El salía con su camioneta todas las mañanas y volvía al atardecer para llevarme a recorrer el campo y hacerme el amor a la luz de la luna. A veces desaparecía por días y cuando volvía nos amábamos frenéticamente, con desesperación. El era todo lo que yo necesitaba: el agua, el alimento, las fantasías y los sueños. Hasta que dejó de venir. Yo había perdido la noción del tiempo y del espacio pero un día, en un rapto de cordura, tomé su retrato y empecé a caminar en dirección al pueblo. Llegué sin sentir cansancio, ni hambre, ni frío, hasta que me encontré frente a la estación de Policía. Un cabo salió a mi encuentro. Tenía en la mano un afiche con una foto mía.

-Señorita, la buscamos por tres años. ¿Dónde se había metido?

-No lo sé. Me perdí en un abismo y no recuerdo nada. Me pregunto por qué guardo este retrato. El viaje fue largo.

-Venga señorita, siéntese. Ahora le traigo un café.

El hombre me observó con asombro y me hizo una seña para que le entregara el retrato.

-Este hombre es Rosendo Leiva.

-Si ¿Usted lo conoce? ¿Sabe dónde lo puedo encontrar?

-Está muerto... lo acuchillaron hace dos años... su padre...

-¿Mi padre?

-Si, su padre lo mató y se entregó. Está en la cárcel del pueblo, cumpliendo una larga condena.

-¿Y mi madre? ¿Mis hermanos? ¿Por qué no me buscaron?

Nunca dejaron de buscarla señorita. De esto han pasado tres años. Hace una semana estuvieron por acá. Cada vez que íbamos a la estancia, todo estaba en penumbras y parecía no haber nadie. ¿Se puede saber dónde se encontraba usted?

-Allí. Allí estaba. Esperándolo...

Un loco encuentro

Cuando lo vi acercarse mi corazón dio un vuelco. Era él. No podía creerlo y estábamos los dos solos esperando el ascensor. Me saludó con una sonrisa amable y cuando la puerta se abrió, me hizo una seña de que subiera primero.
Los dos al mismo tiempo tratamos de tocar el número diecisiete y el roce de su mano me erizó la piel. Tenía miedo de que se diera cuenta de lo fuerte que latía mi corazón mientras me preguntaba qué decirle. Hacía dos meses que trabajábamos juntos y nunca habíamos cruzado más que un saludo. Algo en él me intimidaba y me atraía al mismo tiempo. Y yo sabía que mi presencia no le era indiferente. Sentíamos los dos esa corriente en el aire cuando estábamos cerca uno del otro. Pero no estaba lista aún para este encuentro inesperado. Cuando estaba pensando cómo encarar una conversación, el ascensor se paró entre los pisos doce y trece. La luz se apagó e inmediatamente volvió con menos fuerza aunque el ascensor siguió parado. Tocamos todos los botones que encontramos pero nada. No se movía. Esperamos un rato y él empezó a transpirar, noté que palidecía y parecía que se iba a desmayar.

-¿Te sentís bien?

-No, soy claustrofóbico.

-Bueno, tratá de serenarte. Seguramente enseguida vuelve a funcionar.

-No, no va a funcionar, lo sé, y me voy a desmayar y después me voy a morir acá adentro, encerrado con una mina que ni conozco. ¡Por lo menos si me hubiera quedado encerrado con Roberto, moriría más contento! Si no se abre esta puerta en breve los dos vamos a morir. Lo sé. ¡Dios, qué muerte tan absurda e inútil!

El tipo se puso a llorar a los gritos y llamaba a la madre y yo no sabía que hacer. A la sorpresa se sumó la rabia y empecé a insultarlo y a decirle quién se creía que era para decirme “mina”, que se calmara porque si no le iba a dar una cachetada.

-¡No, no puedo calmarme! No te dije que soy claustrofóbico, no aguanto los lugares cerrados... ¡Ay me muero, te juro que me muero! ¡Mamaaaaaaaaaá!!!!

Se abrazó a mí y yo lo empujé y le pegué una cachetada.

-¡Salí de encima mío, pedazo de idiota!

En medio de las trompadas me tomó la barbilla y me encajó un beso en la boca. Traté de apartarlo con toda la fuerza que pude pero de a poco fui sintiendo un calor interno que me envolvía y me dejé llevar. No podía creer que un puto me estuviera besando y de esa manera. Nos separamos un rato y quedé como atontada. No sabía qué hacer ni cómo continuar, sobrepasada por la situación, hasta que el ascensor empezó a moverse nuevamente. El me miró, y con la sonrisa más seductora del mundo, me dijo:

-¿Te lo creíste sonsa? Hace dos meses que no duermo pensando en vos, me tenés totalmente enamorado. Yo intenté pegarle de nuevo pero él atajó el golpe tomándome por la muñeca. Las puertas se abrieron en el piso diecisiete. Lo miré a los ojos antes de bajar y le dije:

-Esto me lo vas a pagar.- Me di vuelta encarando mi oficina para que no notara la sonrisa que no pude disimular.

El utilero (de Lili Marleen)

(Inspirado en la ópera AIDA de Giuseppe Verdi)

La primera vez que vió todo el material de la ópera AIDA, se enamoró para siempre de la cultura egipcia. Se lo escuchaba decir: "me gustaría ir allá, visitar Egipto, indagar in situ y en profundidad, todo lo que fue esa época esplendorosa, conocer el legado apabullante y misterioso de los faraones".
Siendo muy joven había ingresado al feudo de la música lírica, La Scala de Milán. Desde hacía muchos años integraba un grupo de avezados utileros que se movían presurosos, ahora él, más calmo por su vejez, los acompañaba con su experiencia. Apasionado por la ópera, un género que lo cautiva y moviliza, usó un montón de artimañas para conseguir alargar su actividad. Metros siderales de damascos, brocados, sedas orientales, pasamanerías y otros adornos, pasaron a inyectarle vida a esos lejanos personajes, como los pensara Giuseppe Verdi. Revisaba atentamente la utilería de la obra; armas, escudos, máscaras, cetros, pebeteros, etc...
Imaginarse a las nobles reinas y sus esclavas ataviadas con alhajas de tan exóticos diseños, lo hacian sentirse como parte de la mismísima ópera; éstos elementos lo transportaban simbióticamente. Vaya a saber por qué, y de dónde, esta ópera le traía resonancias. Su experiencia lo convertía en un mago que abre baúles, recorre galerías, y en las estánterias descubre exactamente lo que el régisseur le pide. Esa noche el teatro se preparaba para recibir una platea de lujo, muy ansiosa por oir cantar a la diva.
Empezó la función, el gran despliegue, la orquesta, las voces; todo brilló al unísono. En la platea, como de costumbre, cada vez que cantaba ella, se lo vió sentado al griego, su eterno enamorado. Ella, en lo alto, cantaba e interpretaba el drama, mientras él, más abajo, la contemplaba y escuchaba extasiado.
En el último acto, cuando Radamés es condenado a morir en una pestilente mazmorra, desechando la salvación que le ofrece Amneris, la hija del faraón, desde la oscuridad emerge Aida, la esclava etíope, para acompañarlo a transitar la muerte, y es cuando llega el final donde los aplausos repetidos e interminables, invandieron todos los rincones.
Francesco, entre bambalinas, afinaba el oido y espiaba por algún resquicio.
De repente, sintió que le faltaba el aire, que un profundo dolor se instalaba en su pecho, al punto que se dejó caer. Se le empezaron a mezclar recuerdos y escenas, todo fluctúaba entre la ficción y la vida real. En un desvarío que se precipitaba sin dejarlo reaccionar, le parece ver en la platea a Radamés, ocupando el lugar del griego, mirando y escuchando embelesado el espectáculo.
Las escenas se van esfumando, como escapándose dentro de un túnel interminable. Se vé caminando entre pirámides, admirando inmensas columnas de templos, penetrando en las tumbas y navegando por el Nilo. Lo que un día soñó, y le pareció casi imposible, ahora lo tenía ahí.
En la platea, Egipto dominaba la escena.

Al otro día, un diario local, publicó la noticia que en la Scala de Milán, durante la función de AIDA, un antiguo y veterano utilero, el Sr. Francesco Ferrante, abandonaba la vida a raiz de un paro cardíaco.

Martha Cassará (Lili Marleen)

viernes, 2 de mayo de 2008

A mis hijos

No estés triste, no llores.
Mira los pájaros del cielo,
cómo cantan
coqueteando con las flores.
Acá estoy
para cantarte mis canciones,
cada vez que tus ojos
lo pidan.
Velaré tu sueño
y haré malabares
para que sonrías;
para que celebres la vida,
y conserves esa mirada limpia,
ávida, inocente,
pícara, insolente,
malhumorada.
Yo enfrentaré por vos
las tormentas que el destino
te presente.
Subiré al cielo
y encontraré aquel cometa
que remontaste una vez
para pedirle te devuelva,
una a una,
todas sus respuestas.
Te contaré historias
de reyes
que celebraron victorias.
No llores.
Reí, luchá, arremeté, soñá.
Que no te venza el
desaliento ni la duda.
Que sea el valor
tu armadura;
Defendé tu verdad
con nobleza.
Y viví
con alegría y simpleza.
Mi lámpara será tu luz
Y mi amor tu fortaleza.

Yo sé

Yo sé cuál es la pena que te aqueja,
sé de tus miedos,
de las dudas que te enferman;
y de las tinieblas
donde tu corazón herido se atormenta.

Estás sufriendo
y no sos vos quien piensa;
sometes a una abnegada virtud
tu naturaleza;
y no querés escuchar
a tu alma inquieta.

No dejes que la duda te venza,
evita arrepentirte
del supremo error
de no ser vos quien elija;
y no des nunca vuelta la cabeza,
dirígila a tu Dios
y esperá Su respuesta,
y no confundas su pedido de ser digno
con no vivir,
ni ser vos mismo quien contesta.

Tu alma fue la llave

Tu alma fue la llave
que me devolvió a la vida;
mi musa, mi pitonisa
sonrisa tierna
suave caricia
sonora carcajada
brasa encendida.

Ella me llevó de la mano
a recorrer el universo
que había olvidado
dentro de mi misma.

Tu mirada hoy me regaló
la fe perdida
y me vi en tus ojos
rejuvenecida.

Recordé la dicha,
la alegría,
de un amor en ciernes,
de una esperanza tibia,
de vibrar una vez más
con aquella pasión
tan lejana y dormida.

Tiempo nuevo

Tiempo sereno,
sin amor y sin dueño.
Tiempo sin dolor y sin ruego,
sin llanto, sin desconsuelo.
Tiempo de soledad y sosiego,
de amor, sin pasión y sin fuego.

Tiempo nuevo, de crecer
y reemprender el vuelo,
de vivir sin los sueños viejos,
de reír desde muy dentro,
de dejar atrás, muy lejos,
los recuerdos.

Sin ti no puedo

No existe nadie,
entre tu amor y el mío.
Sólo tú estás en mis sueños,
en cada momento del día,
en mis anhelos.

Nada me ata a otro ser
que no seas tú,
tal como te veo.
No me dejes,
No te alejes,
Sin ti no puedo.

No es a cara o cruz mi juego,
sólo a tu amor apuesto.
No sé si te merezco,
sólo se que tu llenas
todos mis momentos.

Si supiera que tu estás
conmigo,
como yo estoy contigo;
sin dudas,
sin recelos,
sin esperar, sin desconfiar,
sin miedo,
rompería en un instante
todas las cadenas
que me atan
a este infierno.

Y correría a abrazarte,
a pedirte que no te vayas,
que no te alejes,
que no me dejes.
Porque sin ti no puedo.

Bendita quimera

Como señal escondida
del dominio inexorable
que ejerce el tiempo en nosotros
con sus idas y venidas.

Es nuestro amor un refugio
que esconde viejas heridas
y nos devuelve momentos,
horas, que ya están perdidas.

Como si acaso no fuera
tanto intervalo la prueba
de que es nuestra soledad
la que siempre nos acerca

Como si tantas murallas
no nos hubiesen bastado
para seguir persiguiendo
un sueño que nunca llega

Como si el viento barriera
todo el dolor de la espera
y con cada desilusión
otra esperanza naciera

Como si al verte no viera
que tú ya no me esperas
y que aferrarme a tu amor
fue una bendita quimera.

Mi ilusión y tu recuerdo

A veces quisiera ser
quien en realidad soy
y no puedo
y olvidar el llanto de ayer
para volver a ser yo
de nuevo.

A veces quisiera creer
que estar sola no es tan bueno
y que aprendí a compartir
mis sueños y mis desvelos.

A veces quisiera dar
todo el amor que contengo
y frente a otro llorar
sin temer a sus silencios.

A veces quisiera amar
y escuchar otra vez te quiero
y sentir que en mi corazón
ya no existe tanto miedo.

A veces quisiera ver
esa luz que se apagó dentro
para que vuelva a brillar
mi ilusión y tu recuerdo.

Poema viejo

Cuando te sientas solo y
te acuerdes de esos días
que como dos ladrones
robamos a la vida.

Cuando creas que nada
te llena la existencia
si no tienes certeza
de que es tuya mi vida.

Cuanto sientas deseos
de abrir nuestras heridas
y añores sueños de antes
que vibran todavía.

Cuando por las mañanas
despiertes y me veas
y sepas que de lejos
soy yo tu compañía.

Recuerda que hay un mundo
que nunca se termina,
donde no existen cuándos
ni amores a hurtadillas.

Ni miedos, ni ansiedades
que nublen nuestros días.
Allí estaremos los dos,
Yo en tu alma, tú en la mía.

La luz dentro mío

En este mundo púrpura,
me pregunto:
mi realidad es mi sueño?
O es cuando sueño que vivo?
Nada importa.
Atravieso campos verdes y el sol me acompaña;
me regala su calor, mientras las nubes se acercan,
pero no me alcanzan.
No llevo equipaje, quedó atrás;
No me hace falta.
El aire es mi sustento.
Soy parte de la naturaleza, que
impregna mis sentidos y me entrego
confiada a mi destino.
Ya no me asusta el trueno,
ni la oscuridad, ni el silencio.
Hay suficiente luz dentro mío.

jueves, 1 de mayo de 2008

Soledad Compartida (de Alicia)

Se cortó la luz. Como estás dormido, no has advertido nada.
Tu sueño se parece al de un niño confiado, cuya madre vela sus noches, con el cansancio pesándole en los párpados, pero firme, como un centinela de guardia.

La luz se fue. Y con ella la ventanita verde del radio-despertador, el punto rojo de la computadora, el punto rojo del televisor, y la sangre roja de mi corazón.
Qué larga será esta otra noche, también. Más aún bajo la capa negra de la medianoche. El silencio se oye cercano, y unos ladridos, lejanos. Un bebé llora. O acaso sea una gata en algún tejado caliente.
Se escucha una moto que pasa. Luego, un automóvil, raudo, despilfarrando música y risas por las ventanillas.

Qué lejos te siento, dormido, a mi lado. Tu respiración acompasada se empareja con la gota de la canilla de la cocina, que encontró el modo de hacerse notar, dentro de la taza que dejé en la pileta.
Qué lejos te siento, dormido, a mi lado. Tus párpados cerrados me esconden tu sueño que adivino con ella. Esa ladrona de sueños, que te secuestra, llevándote lejos, aunque no te hayas movido, de esta cama nuestra.

La luz ha vuelto. Y con ella la ventanita verde del radio-despertador, el punto rojo de la computadora, el punto rojo del televisor, pero no la sangre roja de mi corazón.

Qué lejos te siento, dormido, a mi lado.
Enciendo el televisor, dejándolo mudo, mientras recorro pantallas buscando alejarme, de esta soledad compartida, que hace tanto ya que es mi amiga, y como en cruel letanía, me susurra, "no lo quieras tanto".
APL©2008

martes, 29 de abril de 2008

Ese hombre ciego, algo loco

Era muy poco lo que sabía de él. Durante algún tiempo una velada permanencia lo había mantenido cerca de mí sin que yo lo notara. Sus ojos eran grises, igual que su cabellera y su vestimenta, y su mirada no parecía traspasar los límites de sus anteojos.

Yo intentaba imaginar, cuando lo veía en la biblioteca, de tarde en tarde, cómo se las arreglaría para leer todos esos libros: enormes volúmenes y enciclopedias polvorientas rodeándolo siempre. Nunca lo había visto conversar con nadie más que con ellos, salvo dos o tres veces en que entró acompañado de un muchacho joven, de unos veinte años, llevándolo del brazo.

En esa época yo iba a la biblioteca muy a menudo pues estaba preparando una materia para la facultad, de la cual dependía mi carrera. El siempre estaba allí. Cada vez que yo entraba, levantaba su mirada distraída hacia mí y yo presentía que me estaba esperando. Enseguida volvía a sus libros, en una actitud extraña, como con miedo a que intentara acercarme e invadir su intimidad.

Pasó un tiempo en el cual, para mi regocijo, no volví a frecuentar la biblioteca. Me costaba mucho estudiar y, ya que había pasado con mucha suerte aquel examen, no tuve necesidad de hacerlo hasta dos meses después, cuando los finales me obligaron a consultar algunos datos.

Pedí los libros que necesitaba y me senté en una de las mesas cercanas a la entrada. Allí estaba él; sin darme cuenta me había sentado a su lado. Cuando lo miré, algo en sus anteojos me llamó poderosamente la atención: no tenían cristales, pero igual los llevaba puestos. Como me encontraba muy cerca –y él parecía no haberme visto- pude observarlo a mis anchas. De pronto, sin volver su rostro hacia mí, lo escuché decir:

-Sé que me está mirando. Pero no, no se asuste por favor. Hace un tiempo que la conozco y me agrada mucho la fragancia que inunda este salón cada vez que usted entra. Pensé que ya no volvería...

En un primer momento no supe qué contestar. Su voz era grave y pausada; me extrañó que no me mirara.

-Gracias, señor. Yo también lo he visto antes por aquí. ¿Es usted profesor en la universidad?

No, ya no. Lo fui en un tiempo. Ahora sólo vengo aquí a estar con ellos, mis amigos de antaño, mis únicos amigos. No puedo dejarlos, me necesitan; se acostumbraron al contacto de mis dedos, a las pausas de mis reflexiones, a mi avidez por conocerlos, a esperarme. Y me presienten ¿sabe? Cada uno de ellos espera mis diarias caricias... No, no puedo abandonarlos; no debo. Adiós señorita, sé que debe irse, todos lo hacen. Pero no se preocupe, yo estaré siempre para cuidarlos.

Con la impertinencia de mi juventud, asombrada por sus palabras que parecían muy sentidas, le pregunté:

-Pero... señor...

-Leming, José Luis Leming, es mi nombre.

-Encantada Sr. Leming, yo soy Josefina y disculpe la pregunta pero, si usted no puede leer... ¿cómo es que... ?

-Si, la entiendo... usted sabe que yo estoy ciego... es algo absurdo que en estas precarias condiciones pase tantas horas rodeado de libros, pero voy a explicarle. Yo no puedo leer pero puedo imaginar lo que dice en cada una de sus páginas... es como si yo los hubiera escrito. Ellos me transportan de un mundo fantástico a otro, con ellos he recorrido infinidad de caminos, me he aventurado en infinidad de situaciones y he conocido infinidad de personas...

-Disculpe señor, pero tengo que irme o llegaré tarde a la facultad.

El no dijo nada pero juraría que me estaba mirando cuando se despidió de mí con una sonrisa complaciente.

Al cabo de muchos años suelo preguntarme qué habrá sido de él; de ese hombre ciego, algo loco.

Pedro y los duendes

-¿Cuántos años tenés, Marcela?
-28, le contesté.
-¿Y no estás cansada de vivir? A sus 5 años, Pedro tenía esas salidas que te dejaban dada vuelta; lo mejor era que lo decía tirado en la cama, sosteniendo su cabeza con un brazo, cómo si la pregunta fuera lo que más le preocupaba en la vida. Me lo quedé mirando y sólo atiné a sonreír ante su ocurrencia.
-¿Y vos, estás cansado de vivir?
-Si, me dijo muy suelto de cuerpo.
-¿Cómo puede ser a tu edad?
-No, de lo que estoy cansado es de vivir es en esta casa, porque siempre estoy solo y mi mami trabaja mucho para que a mi no me falte nada, pero yo tengo otro lugar donde vivo y ahí no me canso nunca.
-Y contame, Pedríto, ¿cómo es ese lugar y dónde queda?
-Queda acá mismo, en mi patio, en esa planta grande que plantó mi mamá el año pasado en una maceta. Allí viven mis amigos los duendes y con ellos me río mucho. ¿Sabes por qué? Por empezar, porque ellos siempre están contentos y se conforman con cosas re chiquitas para nosotros pero enooooormes para ellos.
-¿Por ejemplo?
-Y, por ejemplo... ¿Viste que ustedes siempre están perdiendo las biromes, los encendedores y los clips para el pelo? Bueno, son ellos que se los llevan para hacer sus casas
-¿No me digas? ¿Eran ellos entonces?
-Si, son ellos. A las biromes las van apilando una al lado de la otra, con la punta que escribe para arriba, esas son las paredes de sus casas y con la tinta pintan el techo que es un cielo repleto de estrellas.
-Y con los encendedores, ¿qué hacen?
-Los usan para cocinar y para calentarse en invierno
-¿Y con los clips?
-A los clips los van enganchando unos con otros para fabricar escaleras re largas. ¿Sabes para que usan esas escaleras? Para llegar hasta las estrellas. Porque ellos tienen una misión: llevar hasta las estrellas todos los deseos míos y los de mi mamá.
-¿Y se puede saber cuáles son esos deseos? ¿Vos qué le pedís a las estrellas? Pedro hizo un silencio y al rato, contestó:
-Yo no les pido muchas cosas porque se van a cansar de mí: lo primero de todo es que mi mami no trabaje tanto, lo segundo, es que siempre, siempre estemos juntos y lo tercero...
-Decime, mi amor, ¿cuál es el tercer deseo? ...
-Que mi mami se case con Hugo...
-¿Estás seguro de este último deseo? No te noto muy convencido.
-No, no estoy muy convencido, pero ese deseo es el de mi mami, no el mío y ella es tan buena que yo quiero que sea feliz y además, me gustaría tener más hermanitos para jugar con los duendes.

Salí de la casilla precaria después de darle un beso a Pedro y un abrazo a su madre, quien me despidió con una mirada asustada y expectante.
Mientras viajaba en el taxi que me llevaría de vuelta a la oficina escribí el informe: “Pedro es un niño normal, vive en un ambiente adecuado y estable. No es fantasioso y se nota bien alimentado y educado.
Sería muy perjudicial para el niño separarlo de su madre y de sus duendes...” Sonriendo taché las cuatro últimas palabras y guardé el borrador en la cartera. Un duende verde que colgaba del espejo retrovisor del auto, me hizo un guiño y yo le devolví el gesto agradecida.

Una lección de amor

Mientras trataba de poner mi lámpara nueva descubrí que la vieja tenía arreglo. ¿Por qué desecharla si todavía podía aguantar un tiempo más? La observé detenidamente en todos sus detalles: el bronce algo opacado por la falta de cuidado, los cables sucios y viejos y en algunas partes, gastados; el portalámparas flojo y partido. Todo tenía arreglo pero había buscado el camino más fácil: tirarla a la basura y comprar otra. Decidí darle una oportunidad. Con esmero fui componiendo todas las piezas gastadas por el tiempo. Me quedó como nueva y me alegré por ella y por mí.

Salí más contenta a la calle y me dirigí al geriátrico a visitar a la tía Lita. Ella me recibió con los brazos abiertos y con su risa contagiosa que no hablaba de su soledad y de la tristeza que, yo sabía, le provocaba el encierro. Estaba sola en el mundo,; el tío Paco, su marido, se había muerto hacía dos años y no tuvieron hijos. Con mis hermanos habíamos decidido internarla en ese geriátrico después de descubrir que ya no podía vivir sola. El encargado nos había dicho que tomaba y que se aparecía en el palier de entrada en camisón, a cualquier hora de la noche alarmando a los vecinos.

La noté más avejentada, su mirada algo más opaca y gris aunque trató de disimularlo haciendo chistes y tratando de que me sintiera cómoda. Me habló del tío Paco la mayoría del tiempo, de los viajes que habían hecho juntos, del amor que los unió durante cincuenta largos y felices años. Sus manos temblorosas tomaron las mías y me agradecieron la visita.

-Lita, tengo algo que decirte.

-Si, m’hijita, te escucho.

-Quiero que vengas a vivir con nosotros.

Con los ojos vidriosos, tratando de reprimir la emoción, me dijo:

-No querida. De ninguna manera. Yo ahora estoy sola pero he sido muy feliz con tu tío Paco. Nuestro amor fue tan perfecto que la falta de los hijos lejos de empañar nuestra unión, la aumentó. Yo aquí vivo por su recuerdo, cada día espero el momento que el Señor decida llevarme para encontrarme con él. Tú estás comenzando tu vida. Tienes un marido y cuatro niños maravillosos que criar. Yo sería un estorbo para ustedes.

-Ya lo hablé con Joaquín y él está de acuerdo. Te pido que aceptes tía, nos harías muy felices a todos si vivieras con nosotros.

-Esta bien hijita. Déjamelo pensar. Vuelve mañana y te daré una respuesta.

Me fui de allí con una rara sensación. A la mañana siguiente, me di una ducha rápida y cuando me disponía a salir a buscarla, segura de que esta vez iba a convencerla, sonó el teléfono. Era la directora del geriátrico para decirme que la tía Lita había muerto durante la noche, mientras dormía. Sin sufrir, como ella quería. Me senté en la cama y lloré por ella, por mí y por la maravillosa lección de amor que acababa de recibir.

Puerto seguro

Mientras trataba de poner la lámpara nueva sentí una patada que me catapultó a casi dos metros de dónde estaba. El living estaba a oscuras y una fuerte luz que venía de afuera iluminó todo como si fuera de día. Pero era de noche, estoy seguro, porque unos minutos antes de cambiar la lámpara había mirado el reloj. Había comido temprano un arroz con manteca y sal, ni queso tenía en la heladera. Me quedé allí, tirado en la alfombra, estaba cansado y no tenía fuerzas para levantarme. Un miedo intenso empezó a apoderarse de mí; las manchas del cielo raso se me vinieron encima y todo fue oscuridad. No sé cuánto tiempo estuve en esa posición, quizás dormido, pero cuando reaccioné una mujer joven, de pelo castaño, largo hasta la cintura, estaba sentada a mi lado. Me incorporé y le pregunté quién era. Ella sólo me miraba y parecía hablarme con sus ojos color avellana. Tomó mis manos entre las suyas y comenzó a acariciarlas con una gran ternura. Yo empecé a llorar como un chico, y cuando me vi en el espejo éste me devolvió mi imagen a la edad de diez años. Vinieron a mi mente palabras y frases como “puerto seguro” “manantial” “dulce de leche casero” y “scons tibios”. ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué significaba todo esto? Yo no había conocido a mi madre. Ella había muerto cuando estaba casi por cumplir seis años. Su perfume me recordó a los jazmines de mi casa, antes de que me llevaran al orfanato. Me costó muy poco tiempo reconocerla, aunque no conservaba ninguna foto de ella. Su belleza trascendía su cuerpo alto y armonioso. Antes de despedirse su mirada me dijo: “no estés solo, no es bueno estar solo, allá afuera hay alguien esperando que te decidas a vivir el amor que estuviste esperando hasta ahora. Hoy vas a conocerla y serás muy feliz, hijo mío”. Con esa frase su presencia se fue evaporando. Me miré al espejo y volví a verme como soy ahora. Un hombre maduro y triste, pero mis ojos habían cambiado. Un nuevo brillo apareció. Me levanté del piso y todo estaba en su lugar. La lámpara encendida, como si nada hubiera pasado; mi casa limpia y ordenada; la heladera repleta de frutas, verduras, carne, queso, pollo y pescado. Volví a mirarme al espejo y esta vez mi ropa era otra y también mi aspecto había mejorado notablemente. Sonó el teléfono. Era Elisa. Elisa que me esperaba en su casa para festejar mi cumpleaños. Con el ánimo renovado, salí de mi casa a encontrarme con ella. Antes pasaría por la florería. Me sentía un hombre nuevo. Al salir por la puerta eché una ojeada a la lámpara; juraría que me hizo un guiño.

Por siempre Pedro

Desde lejos no se ve mi casa de la infancia pero si los tilos en flor que daban alergia a mi madre y un aroma de primavera a mis recuerdos. En mi pueblo pequeño, mi familia era grande y yo me perdía entre esa multitud de parientes que no me dejaban un espacio propio. Mi casa era el refugio de muchos y una cárcel para mi. Yo me escapaba, corría por prados imaginarios que me mostraban un mundo diferente: los libros. Ellos eran como globos que me llevaban de un mundo a otro y mi mundo entonces era vasto, inmenso, repleto de imágenes de otras vidas, otras mentes, otras historias que me hacían vivir mil aventuras.

Un día apareció Pedro en mi rescate y me llevó a volar y a descubrir otras fragancias, otros árboles que, como lo tilos, tenían aromas nuevos para mi pero añejos para él, como los cipreses y los álamos. Pedro era mágico, parecía conocer todo de mi, a pesar de mi silencio. Y yo lo seguía, tomada de su mano, entregada a ese desborde de vida y de pasión. Nos bañábamos en el río y reíamos a carcajadas ante la mirada atónita de una liebre, que huía despavorida, asustada por nuestra vehemencia. Extenuados, descansábamos al sol, escuchábamos a los grillos y nos quedábamos horas sin hablar, simplemente respirando la vida a nuestro alrededor. Ya no necesitaba los libros, con Pedro estaba viviendo mi propia aventura y no tenía tiempo para otra cosa.

-Beatriz, hija, por fin llegaste. Tu madre está enojadísima. ¿Dónde te habías metido criatura? –me dijo la tía María con el semblante sombrío por la pena.

-Estaba en el río, con Pedro.

-Bueno, ven rápido que ha ocurrido una tragedia. Tu hermano, Tomás, ha sufrido un accidente y se van a Buenos Aires.

-¿Qué le pasó a mi hermano?

-Lo tiró el caballo y parece que tiene conmoción cerebral. El médico del pueblo aconsejó llevarlo de urgencia a la capital.

-¿Y yo tengo que ir María? ¿Qué sentido tiene que me vaya ahora?

-Pero Beatriz. No discutas. Se van todos. ¿No pretenderás quedarte sola aquí?

-Puedo quedarme contigo. Prometo portarme bien.

María me tomó de la mano y me dijo:

-A tus doce años hay cosas que ya puedes entender, Beatriz. Tu hermano está muy grave y se van definitivamente a la capital, hasta que se recupere. No puedes quedarte conmigo, hijita. Tu madre no lo va a permitir.

Nos mudamos ese día a Buenos Aires y no volvimos al pueblo, ya que mi hermano Tomás estuvo un año en estado vegetativo y los médicos no quisieron volverlo a trasladar. Poco a poco fue recuperando los signos vitales, pero ya no es el mismo. Yo, cada tanto le cuento historias, cuentos que escribo para él. Sé que me escucha y una leve sonrisa asoma en su rostro. Hoy cumplo 15 años y mi primer pensamiento al levantarme es para Pedro. Sé que me está esperando, como yo a él.

Quizás, algún día, cuando Tomás se recupere del todo, volvamos al pueblo que me vio nacer.