martes, 26 de julio de 2011

Pájaros

a Sylvia Josefina Pieres

Aquella mañana apacible de enero, me encontraba sentada en el sillón del living de la cabaña que habíamos alquilado en el verano, leyendo un buen libro, cuando lo vi. Era un pajarraco extraño, parecido a una liebre pero con un pico largo y corvo, lo que llamó poderosamente mi atención. En eso aparecieron Juan y los chicos para invitarme a ir con ellos hasta Quila-Quina. En aquellas vacaciones en San Martin de los Andes me había propuesto hacer lo que tuviera ganas y esa vez algo me decía que debía quedarme, ya habría oportunidad de otros paseos. Sin remordimientos, con una sonrisa, los despedí y me dispuse a seguir disfrutando de la lectura. Cuando la puerta se cerró, sentí un gran alivio. Tendría toda la tarde para mí.

El amplio ventanal me mostraba una fantástica panorámica del bosque que rodeaba la cabaña. No podía quitar los ojos de esa belleza, distintos tonos de verde se amalgamaban en un paisaje único y estremecedor. No recuerdo cuánto tiempo pasó, lo que no olvido fue lo que sucedió después, cuando percibí un movimiento dentro del follaje y al rato me encontré sentada sobre la rama de un arrayán, mientras que a mi lado el pajarraco que había visto más temprano (luego supe que se trataba de una bandurria), con porte algo altanero, me miraba.

-¿Estás de visita por acá?

Atiné a contestar un tímido si, sin entender lo que me estaba pasando.

-Me pareció, no te había visto antes. Yo me llamo Paco, encantado- se acercó un poco pero su pico hizo que retrocediera asustada.

-No hagas preguntas y seguíme.

Pensé que ese pájaro estaba loco. ¿Cómo iba yo a seguirlo? Sin tiempo para reaccionar, luego de un fuerte empujón, me encontré volando a su lado.

-Si pudieras hacerme el favor de apurarte, no tengo todo el día, ustedes los picaflores son medio histéricos, revolotean mucho pero no avanzan demasiado. ¿Cómo te llamás? ¿Acaso Fifí?

Antes de que pudiera contestarle lanzó un grito estridente, una extraña y sonora carcajada. Me sorprendí escuchándome decir que mi nombre era Copeta, el apodo de mi madre, no el mío-. Tratando de acelerar el vuelo para que no volviera a retarme, le pregunté:

-¿A dónde vamos?

-Ya vas a ver- me dijo. Lo seguí, planeando sobre el bosque hasta llegar a un lago desconocido donde pudimos detenernos por un momento a tomar agua. Cuando vi mi reflejo me sobresalté. La imagen era la de un picaflor. El me ignoró y emprendió nuevamente el vuelo, seguro de que yo, aunque algo aturdida, iba a ir tras él. La vista desde arriba era impresionante, y por un rato seguimos sin hablar hasta que el paisaje cambió abruptamente. No tardé en darme cuenta de que estábamos sobrevolando mi casa de la infancia ¿Tanto habíamos recorrido? Quise saber qué estaba sucediendo cuando se metió por la chimenea y me hizo señas de que lo siguiera en silencio. Bajamos despacio hasta el hogar y nos escondimos al escuchar voces. Luego me dijo:

-Quedate quieta y no hagas ningún ruido.

Algunas personas murmuraban y otras sollozaban. Parecían estar velando a alguien. No tardé en reconocer sonidos familiares. ¡Eran mis hermanos! Bajé un poco más por el hueco de la chimenea y desde una hendija pude verme a mí misma llorando, abrazada a mi prima Florencia. Entonces recordé cada momento de aquel día triste en que murió mi madre. Decidí salir de ese asfixiante y oscuro lugar, dando la vuelta me posé frente a la ventana del living. Nadie pareció advertir mi presencia hasta que Lucía, mi hermana, gritó:

-Miren, en la ventana. ¡Un picaflor! ¡Es mamá, es mamá!- todos me miraban asombrados mientras Lucía les comentaba cuánto amaba mamá a esos pájaros.

Miré a Paco sin comprender. Esta vez en sus ojos había ternura. Nos quedamos un rato quietos, sin pronunciar palabra, hasta que me hizo una seña de que ya era tiempo de regresar.

Cuando avistamos la cabaña e iniciamos el descenso, le dije:

-Paco, antes de irte, quiero hacerte una pregunta.

-Rápido que ya vuelve tu familia- su tono era cariñoso esta vez.

-¿Quién era ese picaflor? ¿Mi madre o yo?

-Las dos. Por momentos ella, por momentos vos, por esta única vez, la próxima sólo la verás a ella.

Y sin que pudiera agradecerle, se fue volando mientras Juan y los chicos entraban por la puerta.

lunes, 18 de julio de 2011

Un papel de caramelo

Estoy en un ascensor atascado entre dos pisos. Sola. Me siento en el suelo, espero, pero el tiempo no pasa. Alguien vendrá, pienso, pero no, los domingos nadie sale de sus casas. Miro el piso de goma, hay pisadas de hombres y de mujeres, alguna de un perro, pelos, un papel de caramelo, un botón y yo. Yo sin salida, sin un lugar por donde escapar de los pensamientos que aparecen y desaparecen. No puedo pararlos. Me desesperan. Con la cabeza entre las manos, sentada en posición de loto, miro el papel de caramelo. Lo miro fijo. La quietud duele. Lloro, con un llanto hondo. Por mí, por vos, por este silencio que me recuerda al tuyo, por mis hijos que se están yendo, por los años perdidos, por los ganados, por nuestra historia, por los poemas, por los amigos que no están. Por mi padre que se fue sin avisarme, a los dieciocho cuando no tenía idea de quién era Edipo. Y mi madre, que también se fue cansada de que no la comprendiera justo cuando empezaba a hacerlo. Por mis uñas despintadas y el dolor en el hombro, y el precio de la carne y mi trabajo y por... este ruido salvador a turbina que arranca y me deposita en el octavo.

martes, 12 de julio de 2011

A mis amigas y amigos

En el vaivén de las horas dormidas
reavivas en mi pecho el aliento

y omites cauteloso mis arrebatos de olvido

omnipresente en mi andar
apartas de la roca el filo

en la vigilia expectante
sos el Ángel de mi sueño perdido

y cuando el calor abraza
torrente inagotable de alivio.

Milagro infinito del destino.

Vos, mi amigo.