jueves, 23 de octubre de 2008

Principio del fin, de Celia

-Tibia es la noche, empapada de fragancias que resbalan por los ropajes de los ilustres paseantes. El Rey, dos sacerdotes astrólogos y un alto dignatario caminan por las terrazas húmedas y hablan de imperios, mapas y códigos, astros y vaticinios.La luna alfombra pasos y alumbra palabras. Todo parece eterno como la noche, sabio como los siglos, firme como la confianza de los poderosos en el porvenir.Una mujeruca se agazapa bajo un sicomoro al paso de los mandatarios. Es vieja y arrugada y ya nadie reclama sus servicios en el Templo de Ishtar. Todas las noches se guarece en las sombras de los Jardines y se alimenta de frutos caídos, grillos y polillas. Arrebujada en su túnica rueda como un amasijo informe cuando uno de los jerarcas la patea como a escoria.”¡Paso libre al Rey!”Los ilustres continúan su sosegado trayecto mientras sus educadas voces susurran conquistas y proyectos.Tras ellos, un amasijo informe de telas yace desnudo del viejo cuerpo que lo habitaba. En su lugar, un palpitante ramillete de culebras surge y se dispersa multiplicándose por todos los rincones, contaminando de muerte la tierra y las raíces. Y una flor se cierra.
Y la eternidad se adelgaza.

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