domingo, 3 de agosto de 2008

Una lección de amor

Mientras trataba de poner mi lámpara nueva descubrí que la vieja tenía arreglo. ¿Por qué desecharla si todavía podía aguantar un tiempo más? La observé detenidamente en todos sus detalles: el bronce algo opacado por la falta de cuidado, los cables sucios y viejos y en, algunas partes, gastados; el portalámparas flojo y partido. Todo tenía arreglo pero había buscado el camino más fácil: tirarla a la basura y comprar otra. Decidí darle una oportunidad. Con esmero fui componiendo todas las piezas gastadas por el tiempo. Me quedó como nueva y me alegré por ella y por mí. Salí más contenta a la calle y me dirigí al geriátrico a visitar a la tía Lita. Ella me recibió con los brazos abiertos y con su risa contagiosa que no hablaba de su soledad y de la tristeza que, yo sabía, le provocaba el encierro. Estaba sola en el mundo, el tío Paco, su marido, se había muerto hacía dos años y no tuvieron hijos. Con mis hermanos habíamos decidido internarla en ese geriátrico después de descubrir que ya no podía vivir sola. El encargado nos había dicho que tomaba y que se aparecía en camisón a cualquier hora de la noche, en el palier de entrada, alarmando a los vecinos. La noté más avejentada, su mirada algo más opaca y gris aunque trató de disimularlo con chistes. Me habló del tío la mayoría del tiempo. De los viajes que habían hecho juntos, del amor que los unió durante tantos años. Sus manos temblorosas tomaron las mías y me agradecieron la visita. -Lita, tengo algo que decirte. -Si, m’hijita, te escucho. -Quiero que vengas a vivir con nosotros. Con los ojos vidriosos, tratando de reprimir la emoción, me dijo: -No querida. De ninguna manera. Yo ahora estoy sola pero he sido muy feliz con tu tío Paco. Nuestro amor fue tan perfecto que la falta de los hijos lejos de empañar nuestra unión, la aumentó. Yo aquí vivo por su recuerdo, cada día espero el momento que el Señor decida llevarme para encontrarme con él. Tú estás comenzando tu vida. Tienes un marido y cuatro niños maravillosos que criar. Yo sería un estorbo para ustedes. -Ya lo hablé con Joaquín y él está de acuerdo. Te pido que aceptes tía, nos harías muy felices a todos si vivieras con nosotros. -Esta bien hijita. Déjamelo pensar. Vuelve mañana y te daré una respuesta. Me fui de allí con una rara sensación. A la mañana siguiente, me di una ducha rápida y cuando me disponía a salir a buscarla, segura de que esta vez iba a convencerla, sonó el teléfono. Era la directora del geriátrico para decirme que la tía Lita había muerto durante la noche, mientras dormía. Sin sufrir, como ella quería. Me senté en la cama y lloré por ella y por mi.