jueves, 20 de mayo de 2010

VUELVO PRONTO de Celia

-Eva Arévalo afirmó haber encontrado la nota pegada en el espejo del vestíbulo. Tanto Eva como Pablo, su marido, tenían por costumbre comunicarse sus ausencias mediante notas, siempre pegadas en el espejo del vestíbulo: “Salgo a comprar pan”, “Voy a la peluquería” o, como en este caso, “Vuelvo pronto”. Eva Arévalo, por lo tanto, no se extrañó al entrar en casa y encontrar el breve mensaje de Pablo.
“¿Cuánto tiempo suele significar “pronto” para su marido?” Fue la primera pregunta de uno de los policías que acudieron a su llamada. Eva le contestó que no podría precisarlo pero que “pronto” para Pablo significa “pronto”, más o menos lo que para todo el mundo. “¿Media hora, una hora, dos…?” El policía insistió y Eva lo miró con fijeza. “No lo sé – le replicó con calma-. Una hora, quizá dos como mucho, pero nunca un día entero, como ahora. “Pronto” no significa una demora de más de veinticuatro horas, no para Pablo. Ni para mí.”
Eva Arévalo, según la impresión de los policías, parecía una mujer serena. Preocupada, sí, pero sensata y poco dada a especulaciones fantásticas. En ningún momento perdió los nervios ni la compostura, ni apremió a los policías, ni balbuceó ni se contradijo en las explicaciones que ofreció sobre su vida cotidiana y los hábitos que marcaban la convivencia con Pablo. Los policías, tras estas y otras formalidades iniciales, se convencieron de que algo extraño había ocurrido con Pablo y abrieron una investigación.

La investigación duró poco; en apenas un día el proceso se resolvió de una forma inesperada: con un diagnóstico. Los policías interrogaron a los vecinos con los cuestionarios habituales en estos casos, preguntas abocadas principalmente a clarificar si alguno de ellos había visto a Pablo en las horas anteriores o posteriores en las que se había calculado su desaparición. La respuesta fue siempre la misma, un no rotundo. Nadie había visto a Pablo, ni en ese intervalo de tiempo ni en ningún otro porque nadie, ninguno de los interrogados, había visto jamás a Pablo pues Pablo, simplemente, no existía, no podía existir, en la casa sólo vivía ella, Eva Arévalo, una mujer de mediana edad que llegó al edificio hacía un año, sola; una mujer, Eva Arévalo, que se caracterizaba por no recibir visitas, ni cartas (esta circunstancia la facilitó el cartero, sorprendido de que incluso los bancos la excluyeran de su correspondencia); una mujer que salía todos los días a las mismas horas a comprar, según suponía el vecindario, lo más elemental.
Lo curioso, pensaba uno de los policías, no era que una mujer solitaria y con seguridad aquejada de alguna dolencia del alma, mucho más que de la mente, se hubiese inventado una pareja e incluso hubiese facilitado una fotografía para las pesquisas. Lo curioso había sido la tranquilidad con que Eva Arévalo escuchó a los policías cuando la visitaron para hacerle un resumen de la investigación y comunicarle el resultado. Eva Arévalo se limitó a asentir y a entrelazar los brazos en su regazo. Miró a los ojos a los policías y dijo “Gracias. Han hecho ustedes todo lo que estaba en sus manos.”
El policía, junto con la fotografía del presunto Pablo, guardó en un cajón de su mesa la nota manuscrita “Vuelvo pronto”. El grafólogo le había asegurado que esa letra no era la de Eva Arévalo, aunque este detalle podría no decir nada si, como resultaba evidente, la mujer padecía un severo trastorno de personalidad. Se han dado casos –argumentó el grafólogo- de personas que pueden escribir con tres o cuatro caligrafías diferentes, según se vean visitadas en esos momentos por una u otra de sus múltiples personalidades.
Al policía, sin embargo, esta explicación le parecía en exceso rebuscada. Y las explicaciones rebuscadas, lo sabía por experiencia, no solían ser las correctas.
El tiempo, más que en minutos, días y años, se mide para los policías en casos abiertos y cerrados, en éxitos y fracasos, en horrores e injusticias. Todo lo abyecto de lo que el ser humano es capaz pasa por sus mesas y se estaciona en tablones de corcho llenos de truculencias clavadas con alfileres: fotografías de víctimas, de sospechosos, esquemas, mapas, planos donde se expresa matemática y estadísticamente la geografía y frecuencia del horror. Y todo acaba depositado en los archivos: una morgue tan helada y aséptica como la de los sótanos.
Muchos casos se cerraron y abrieron pero el policía seguía pensando en Eva Arévalo. A veces abría el cajón y se demoraba mirando la nota “Vuelvo pronto” y se preguntaba qué habría sido de aquella mujer sosegada y amable cuyo historial se cerró con la evidencia de un trastorno que el policía seguía resistiéndose a domiciliar en su mente. Él siempre pensó en Eva Arévalo como en una enferma del alma.
Quizá por este diagnóstico íntimo el policía se alegró tanto de ver a Eva Arévalo acompañada de otro policía. Ambos se acercaban a su mesa. La mujer había solicitado verlo.
“Cuánto tiempo”-dijo el policía por todo saludo. Y se estrecharon las manos y el policía vio una luz desconocida en los ojos de Eva. “Mucho tiempo, sí -respondió la mujer-. Supongo que le extrañará mi visita.” “Su visita me alegra mucho más de lo que pueda extrañarme. He pensado en usted más de lo que imagina” –el policía sopesó la posibilidad de que sus palabras fuesen malinterpretadas, pero Eva sonrió con placidez y tomó asiento. “Ya lo sé. Mis palabras de antes eran pura cortesía. Sé que ha pensado mucho en mí, por eso vengo a comunicarle que Pablo ha vuelto.”
El policía sintió un nudo en el estómago. Interpretó esta afirmación como la prueba evidente de la locura de Eva que él tanto se había resistido a reconocer, pero antes de tomar una determinación prefirió escuchar lo que la mujer venía a decirle.
“Pablo volvió. Ya no vivimos en la misma casa de antes. Me mudé. Los vecinos, después de lo que pasó, me miraban con recelo y a nadie le gusta que le miren con recelo, ¿comprende? Me marché antes de que Pablo regresase, pero Pablo me encontró. Me gustaría que fuese usted a hablar con él, que averiguase dónde ha estado durante todo este tiempo. Quiero saber, aunque nada más sea por encima, por qué no volvió pronto, como me aseguraba en su nota. Pero, por favor, no vaya como policía. Vaya como amigo, como un amigo mío que me ha ayudado durante todo este tiempo.”
El policía llegó a la dirección que le había facilitado Eva y llamó al timbre. Un hombre que se ajustaba plenamente al de la fotografía facilitada tanto tiempo atrás abrió la puerta. Parecía apesadumbrado, de movimientos tardos y mirada velada. El policía se presentó como un amigo de su mujer, Eva Arévalo, y preguntó si estaba en casa y podía verla.
Pablo, porque no cabía ninguna duda de su identidad, franqueó la puerta y, con un gesto, invitó a pasar al policía. Por la razón que fuese el hombre llamado Pablo pareció, de pronto, haber envejecido veinte años. Sus movimientos se hicieron más pesados y lentos todavía, sus pupilas se extraviaron como absorbidas por una pena huracanada y las manos le temblaron ligeramente.
Entraron en una pequeña salita presidida por una librería y un retrato. Se trataba de una fotografía ampliada y enmarcada con un listoncillo dorado. “Aquí la tiene- dijo Pablo señalando el retrato-. Eva, mi mujer.” El policía replicó que ya la conocía, que reparara en que al presentarse le había dicho que era amigo suyo. Pablo lo observó con una sonrisa desvaída: “Un amigo venido de muy lejos y de muy antes, por lo que veo. ¿No sabe que Eva murió hace diez años?” “¿Diez años? –Exclamó el policía-. ¡Eso no es posible! Conocí a Eva hace apenas tres años y la he visto hace dos días. Dos días, ¿entiende?”
Pablo, más que sentarse, se derrumbó sobre una butaca y el policía pensó que podría hacer lo propio en un sofá. La conversación había tomado un giro tan absurdo que obviaba cualquier fórmula cortés.
Ninguno de ellos habló; no obstante, no pesaba en el ambiente la espesa incomodidad del silencio. Ambos aguardaban algo, quizá unas migajas de inspiración que lograran conducir su conversación hasta un terreno libre de sobresaltos. Pablo se decidió:
“Murió en un estúpido accidente casero. Se resbaló y se golpeó contra la esquina de una mesita. Yo había salido, ¿sabe? Yo había salido hacía rato pero si hubiese regresado antes…
Le dejé una nota. Siempre que nos ausentábamos nos avisábamos así, mediante notas. “Vuelvo pronto”, le escribí, pero no volví pronto porque si hubiese vuelto pronto Eva se habría salvado, su cerebro no hubiera estado tanto tiempo falto de oxigeno…. Pero no volví pronto, maldita sea, ¿sabe por qué no volví pronto? No se lo he contado jamás a nadie y creo que ya es hora de hacerlo. Verá, no volví pronto porque un olor, unos ojos y una voz que desde hacía unas semanas se habían instalado en mi mente se concretaron. No me mire así, no me culpe de lo que durante todos los minutos de esta década vengo culpándome. Jamás le había sido infiel a Eva hasta ese día. Cuando volví, ya no había nada que hacer. Fue un accidente, claro, un estúpido accidente casero como le he dicho antes pero, para mí, fue mucho más que eso.”
El policía contempló a Pablo; nunca en sus muchos años de oficio había visto un hombre tan derrotado. Ni los culpables de los peores crímenes dejaban traslucir jamás una cuarta parte del arrepentimiento que delataba todo su ser. El policía sintió una pena infinita y, extrañamente, le pareció lógico lo que estaba sucediendo.
“Eva volvió –dijo en voz baja pero segura el policía-. Regresó hace tres años y me dio su nota. La tengo aquí, ¿es su letra, verdad Pablo?” Pablo leyó las dos palabras “Vuelvo pronto” y asintió. “Sí, por supuesto que es su letra- corroboró el policía-, siempre presentí que Eva no estaba loca, siempre supe que era una enferma del alma. Lo que nunca llegué a imaginar es que Eva fuese, en realidad, un alma enferma.”
El policía se levantó dispuesto a marcharse. Ya no había nada que hacer ni que decir. Pablo, por su parte, pensó que quizá debería haber contado mucho antes los sucesos de aquel día que habían corroído todos sus sentimientos y emociones durante diez años. De repente se sentía más liviano y ágil, incluso su pulso parecía más firme y su respiración más vivaz.
Acompañó al policía hasta la puerta y se dieron un fuerte apretón de manos. El policía no quiso advertirle a Pablo que en el espejo del recibidor había pegada una nota que antes, a su llegada, no estaba. “Me voy”, se veía escrito con una letra que el policía no dudó ni un instante en atribuir a alguien que, ahora sí, se marchaba para no volver, porque ahora, por fin, ya sabía lo que durante diez años de peregrinaje su alma buscó saber.

viernes, 14 de mayo de 2010

VISITA de Celia (España)

De: “Sara” sara.gutierrez@hotmail.com
Para: soniaranguren07@yahoo.com
Asunto: Visita

Querida Sonia:
Anoche volvió Juanma a visitar a Paula, y digo anoche porque ya casi íbamos a cenar, ¿te parecen horas? Y otra vez, como los días pasados, sucedió lo mismo: se encerraron en el cuarto de Paula y te prometo que no se oía ni el más mínimo ruido. Ya sabes que no soy curiosa pero, al fin, me dije que la casa es mía y ella la que me paga un alquiler así que me decidí y de puntillas fui hasta la puerta de su cuarto y nada, ni una mosca se oía. Me pregunto qué harán, porque hablar no hablan, Sonia, porque si hablasen, algo, un susurro siquiera, se filtraría…
Estuvieron casi una hora. Cuando salieron y Juanma se marchó yo ya había cenado. Le dije a Paula que ahí tenía las sobras si quería y, si no, que se preparase lo que le diese la gana pero me contestó que no tenía hambre, que ya había cenado, lo cual es imposible porque llegó de trabajar a las siete, como siempre.
¿Qué harán esos dos allí encerrados? ¿A ti qué te parece? ¡Estoy harta de estas visitas!

De: “Sonia” soniaranguren07@yahoo.com
Para: sara.gutierrez@hotmail.com
Asunto: Re: Visita

Sara, querida, ya sabes que siempre me dio mala espina esa Paula y que nunca me pareció adecuado que compartieras tu casa con una desconocida porque, digas lo que digas y por mucho que insistiera tu madre, ¿qué sabes de ella? De acuerdo, es una especie de prima segunda pero los parentescos no significan nada ni implican ninguna clase de confianza. Considero urgente que le preguntes por sus tratos con Juanma y espero y deseo que no pase todo de ser más que un vulgar flirteo, ya sabes cómo son los hombres y Paula, aunque no vale nada la pobrecilla, es bastante echada para adelante en todos los sentidos, y ya lo decía mi abuelo: “tiran más dos te.tas que dos carretas”. Ojalá sea sólo eso lo que se traen entre manos esos dos. No puedo imaginar otra cosa, Sara, no, desde luego, de Juanma. De ella, sin embargo, podría esperarme cualquier cosa.
Lo que me extraña es la ausencia de ruido. Porque si hicieran “algo”, ya sabes qué quiero decir, lo normal sería que algún sonido se escapara.
Opino, Sara, que debes agarrar el toro por los cuernos y preguntarle directamente a ella…

De: “Sara” sara.gutierrez@hotmail.com
Para: soniaranguren07@yahoo.com
Asunto: Visita

Querida Sonia:

Ayer otra vez y peor que nunca. Al menos estuvieron dos horas encerrados y, cuando salieron, no te imaginas qué miradas, Sonia… Casi tuve miedo y no de Paula sino, sobre todo, de Juanma, ¡si supieras con qué fijeza me miró! Y Paula estaba diferente, completamente relajada, con un gesto de extraña satisfacción, como si nada le importara en absoluto.
Quise hacerte caso y más tarde le pregunté directamente: ¿Qué hacéis los dos encerrados y tan silenciosos? Le pregunté así, a bocajarro. Y se echó a reír por toda respuesta, una carcajada estrepitosa, de escalofrío…
Ya no hablo con Paula desde ayer, no nos dirigimos la palabra. Todo esto ha empezado a darme miedo, no te rías, Sonia, por favor… Es todo tan extraño: esas miradas, el gesto suficiente de Paula, la risa… Y no me atrevo a decirle “lárgate de aquí” por respeto a mi madre, porque fue ella la que quiso que compartiera la casa, que no me quedara sola, como ella, la pobre, tenía esos terribles y tristísimos episodios, pensaba que yo…. Ya sabes cómo era mamá. Y de Juanma, ¿qué puedo decir y, peor, qué puedo decirle?

De: “Sonia” soniaranguren07@yahoo.com
Para: sara.gutierrez@hotmail.com
Asunto: Re: Visita

Sara, querida, me preocupaste tanto con tu mail anterior que decidí hacer algo por mi cuenta y, no te enojes, por favor, hablé personalmente con Juanma. Me dijo, palabras textuales, que él no va a visitar a Paula, que sólo la conoce de un par de veces que ha pasado por tu casa pero que no existen esas visitas que tanto te angustian.
Sara, querida, ¿por qué me dijo esto? Acláramelo, por favor, porque de veras que ya no sé qué pensar.

De: “Sonia” soniaranguren07@yahoo.com
Para: paulafb@gmail.com
Asunto: Visitas

Paula, quiero decirte que todo va bien, que la pobre está de los nervios. ¿Va a ir Juanma esta noche? Procurad no encerraros tanto tiempo como la vez anterior no vaya a ser que llame a alguien y os vean. Calculad un tiempo prudencial para que se ponga nerviosa y crea que está sufriendo visiones (de esa parte ya me estoy encargando con éxito). Si pudierais arreglároslas para que Juanma entrase con una ropa y saliese con otra sería fantástico. Redondearía el efecto…

De: “Paula” paulafb@gmail.com
Para: Juanmaguti@yahoo.com
Asunto: Visitas

Mi amor:
Sonia se está metiendo demasiado en todo. Demasiadas ideas, demasiada “creatividad”. Dice que sería fantástico que esta noche Sara te viera entrar con una ropa y salir con otra, que eso la confundiría aún más, ¿qué opinas? No sé por qué tiene que ser todo tan complicado, Juanma. Me enferma estar una o dos horas encerrada contigo sin hablar ni una palabra. Ya sabes que yo soy mucho más expeditiva y hubiese terminado con esta historia de una forma más rotunda. Todo este lío que has inventado…y, lo peor, que tenga que estar Sonia involucrada. No me fío de ella, ya verás cómo pide más. Si corriera por mi cuenta esa no vería ni un céntimo, ya me las compondría yo…
Te quiero,

De: “Juanma” juanmaguti@yahoo.com
Para: paulafb@gmail.com
Asunto: Re: Visitas

Todo está bien, Paula, no metas prisa que las cosas caerán por sí solas. Recuerda que todo está bien atado y que nada de esto hubiese sucedido si la loca de mi madrastra se hubiese avenido a legarnos la casa mi hermanita Sara y a mí, pero no, claro, al fin y al cabo la casa era de ella, la muy loca, y Sara y yo sólo somos hermanos por parte de padre. La suerte está echada, Paula: mi hermana hará lo mismo que su mamá, ¿entiendes? Y, si no lo hace, ya le daremos nosotros el empujoncito necesario pero, eso sí, cuando todo el mundo piense que está tan desequilibrada como su madre. Lo de los suicidios se hereda, ya te lo dije. Es como una tara, cosas de los genes…
Esta noche iré. Sólo media hora, tiene razón Sonia, no sea que mi hermanita se altere y llame a alguien.
No te preocupes tampoco por Sonia, ya veremos qué hacemos con ella cuando todo esto concluya. De momento, vamos a aprovecharnos de sus ideas, que son inmejorables: lo de la ropa es genial, puede acelerarlo todo.
Espérame a las ocho.
Yo también te quiero.

De: “Paula” paulafb@gmail.com
Para: soniaranguren07@yahoo.com
Asunto: Visitas

Sonia, dice Juanma que es genial tu idea de la ropa y que esta noche la llevaremos adelante. Sara y yo no hablamos pero cuando la miro de reojo la noto a punto de explotar. Juanma se ha vuelto a poner en contacto con los japoneses. Cada vez les interesa más la casa, bueno, el solar, eso a nosotros no nos importa mientras paguen el dineral acordado. Primero tiene que heredarla Juanma, claro…

De: “Sonia” soniaranguren07@yahoo.com
Para: juanmaguti@yahoo.com
Asunto: Visitas

Juanma, cariño, estoy cansada de pensar que Paula y tú os encerráis durante horas en ese cuarto. Cuando termine todo esto, ¿qué haremos con ella? La odio, la odio, la odio..
Y a ti te quiero, te quiero, te quiero…

CAMILA A LA NATURE

Ellos se observaban mutuamente sin saber qué decirse. El era francés y ella argentina. El hablaba su idioma y ella castellano. De una manera incomprensible se entendieron. Hay encuentros de almas que no necesitan presentación.

Camila había llegado a París para encontrarse con Jorge, su amante. Ella venía desde Barcelona, después de un viaje de mes y medio por Europa con dos amigas. Antes de viajar quedó con él que se encontrarían en París y luego irían a Copenhague y Estocolmo.

Camila esperó ansiosa el momento de verlo; ante la expectativa de tener a Jorge sólo para ella durante una semana, los últimos días con sus amigas habían sido un suplicio. A diferencia de ellas, Camila disfrutaba mezclándose con la gente, viviendo la idiosincrasia de cada lugar, respirando los olores típicos de cada ciudad que visitaban. Con Jorge estaba segura de que podría hacerlo. Más tarde comprobaría cuán equivocada estaba.

Quedaron en que ella lo llamaría desde Roma, su último destino antes del encuentro. Ansiosa por escuchar su voz, lo llamó según lo acordado. Su sorpresa fue mayúscula al escuchar a la operadora, en un mal español, decirle que el señor Jorge Reyes no aceptaba hablar con ella. Una voz de alarma interna le dijo que algo andaba mal pero no quiso darse por aludida y esquivando los fantasmas por las dudas le pidió a la telefonista que insistiera. Tras las súplicas de Camila, ésta aceptó renuente pero fue en vano: una vez más él rechazaba su llamada. Furiosa, le dijo que ella la pagaría y fue entonces que escuchó la voz fría y distante de Jorge:

-Negrita se me complica el encuentro, tengo que estar dos días en cada lugar, de reunión en reunión y no vamos a poder encontrarnos.

La decepción de Camila se tradujo en un rotundo:¡No me importa, quiero verte igual!

-Como quieras, te busco en Orly pero después no digas que no te lo advertí.

Estaba tan sorprendida y triste que olvidó preguntarle por qué había rechazado su llamada. Seguramente fue un error de la telefónica. No podía ser.

El encuentro en el aeropuerto no fue como ella lo había esperado. Una tristeza desconocida en su personalidad, alegre y despreocupada, se había adueñado de ella. Se saludaron con un beso y tomaron un taxi derecho al Hotel Hilton. Cuando llegaron hicieron el amor casi como autómatas, él se dio un baño rápido y le dijo que tenía que salir, pero antes le hizo un encargo.

-Hoy voy a estar ocupadísimo. Necesito que me compres esto.
Es un encargo de mi mujer.

Sin más, le alargó un papel y le dio un dinero. Con esto te va a alcanzar.

-¿No puedo acompañarte?

-De ninguna manera. Te vas a aburrir como una ostra. Nos vemos a la noche.

Camila no sabía si ponerse a llorar o salir a recorrer la ciudad. En el ínterin le echó una ojeada al papel y su rabia fue en aumento cuando vio que se trataba de ropa interior. Salió detrás de él y el conserje la saludó con una sonrisa amable, como si adivinara.

Caminó y caminó sin rumbo por las calles de París; recorrió Montmartre donde un artista joven ofreció pintarla y que le pagara “a la nature, avec le corp”; comió una baguette de jamón y queso cerca de Les Invalides y se sentó en un banco a contemplar el Sena. Sumida en sus pensamientos, no notó que un hombre rubio, de rostro simpático, se sentó a su lado. La saludó en francés y ella le devolvió el saludo en español. Con señas y miradas le dijo que ella era muy linda y que había traído el sol a París. Camila le agradeció el cumplido, también por señas, y le dijo que era casada. El no le creyó. Caminaron juntos hasta el anochecer y se despidieron en la puerta del hotel. El hombre le dio una tarjeta que ella guardó en su cartera. Estas cosas sólo suceden en Paris, pensó divertida.

Cuando llegó a la habitación Jorge ya había llegado. Le preguntó si había cumplido con su encargo. Fue allí cuando se dio cuenta de que había perdido el papel. El reproche silencioso de él fue peor que si la hubiera insultado. En el mismo tono frío y distante del teléfono le dijo:

-No podemos salir esta noche. Vas a tener que pedir que te traigan algo a la habitación. Me surgió una cena de negocios que no puedo postergar.

Camila se preguntó qué hacía allí. Parecía ajena al lugar, a él, a todo. Recordó a su amigo francés y tomó una decisión. Una vez que Jorge salió y la despidió con un beso a las apuradas, se dio una ducha rápida, se puso un jean y un sweater holgado, se miró en el espejo y le gustó su apariencia; juntó sus cosas y bajó al vestíbulo. Sobre el piso quedó el vestido que Jorge le había regalado en su último cumpleaños.

El conserje volvió a sonreírle como si estuviera al tanto de todo. Ella, en un mal francés, le mostró una tarjeta, le pidió que marcara ese número de teléfono y que le hiciera de intérprete.

A la media hora un hombre rubio, de rostro simpático la esperaba afuera. Salió, respiró profundo y se sintió libre. La aventura que había imaginado recién empezaba. Estaba en Paris. ¿Qué más podía pedir?

ELLA

Ella me visita cada mañana al despertar, cuando me baño, cuando me peino, cuando me maquillo, cuando me visto. En cada momento del día va junto a mí y me acompaña haciendo mis días más placenteros, convirtiendo mi rutina en un andar suave y mesurado. La encontré hace poco tiempo y cada vez que me visita la tristeza es menos tristeza, el dolor se atenúa y suenan violines en el bullicio sordo de la ciudad. Camina conmigo y modifica mi espacio, me susurra al oído palabras de amor, me hace grande, hermosa, omnipotente, mujer. Ella es mi inspiración y mi silencio cómplice. Ella catapultó mis sueños a lugares exóticos y nuevos, me mostró un mundo distinto; me enseñó a abrazar al amigo, a dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Ella impregnó en mi cuerpo el aroma de su fragancia tibia. Ella se instaló en mí acaparando cada minuto de mi soledad acompañada. Ella. Tu imagen.

UNA MUJER Y UN GATO

A Guillermo no le gustaban los gatos ni sus misteriosas maneras de escabullirse; sí le gustaban los perros, eran más predecibles y leales, pero jamás tendría uno en su departamento. Quizás no soportaba la incógnita, la sorpresa o la duda. Guillermo era un obsesivo del orden y la puntualidad. Su vida monótona y rutinaria transcurría pacíficamente, sin pena ni gloria.
Quizás por eso se conformaba con ver pasar a la mujer cada día por la misma calle sin atreverse a encararla. O quizás sí le gustaban los gatos y todavía no había tomado conciencia de ello. La chica de la mochila rosada era todo un misterio para él; era muy consciente de lo que su cadencia al caminar, su abundante pelo negro cayéndole sobre la espalda y sus largas piernas delgadas moviéndose al compas, lo encendían, de tal forma que no podía pensar en otra cosa más que estar a la hora señalada, siempre en la misma esquina, para verla pasar.
Un día se propuso abordarla. Intentaría lograr que ella lo mirara. Como al descuido la esperó en la misma esquina de siempre, pero esta vez se ubicó de modo tal que a ella no le quedara otra opción más que toparse con él. Sus ojos se cruzaron por un segundo que para él fue eterno pero Guillermo siguió su camino tratando de fingir indiferencia. Temió que ella escuchara los fuertes latidos de su corazón. El aire olía a fresias y lo transportó a mil leguas de allí.
–¿Estás bien? –le preguntó una voz que le sonó celestial.
–Sí ¿Qué me pasó? –preguntó Guillermo incorporándose aturdido.
–Cruzaste la calle sin mirar y te atropelló una moto. Pensé que te había matado.
–¡¡¡Fuera gato!!! Se escuchó a sí mismo gritar con irritación.
–No seas malo, pobre gatito, te lamió la cara hasta que despertaste. ¿Es tuyo?
–No, yo no soporto a los gatos– Y al ver como ella lo levantaba y acariciaba su cabeza como premiándolo, se le ocurrió decir:
–Digo… yo no tengo gatos…
–Me llamo Sofía. ¿Vos?
–Guillermo.
Se despertó a la mañana con un ligero dolor de cabeza. Había tenido una pesadilla donde unos ojos gatunos lo atrapaban en un torbellino de éxtasis y locura. La sensación le duró hasta las diez. Estaba ansioso por escuchar de nuevo la voz dulce y clara de Sofía. Cuando se disponía a salir sonó el timbre de la puerta.
–Hola Guillermo. Vine a ver cómo estabas. ¿Me invitás con un café? –le dijo alargándole una bolsa de papel con humeantes medialunas. En la otra mano sostenía al gato.
Estaba tan confundido que no atinó a preguntarle cómo sabía su dirección. La hizo pasar y ella se apoltronó en el sillón mientras él se quedó parado, incómodo, frente a la puerta sin saber qué hacer. Había soñado muchas veces con el encuentro pero ahora ella lo arruinaba todo con su irrupción violenta, metiéndose en su intimidad de esa manera y encima, trayendo con ella a ese sucio gato. La vio irse a la cocina y poner agua para el café con una familiaridad que le resultó insoportable.
–Sofía, debo irme o voy a llegar tarde al trabajo.
–¿Te importa que me quede un rato? Todavía es temprano para mí y acabo de hacer café…
Guillermo dudó por un momento pero no se animó a contradecirla.
–Por supuesto, no hay problema.
En el trabajo no pudo concentrarse pensando en Sofía y preguntándose si había hecho bien en dejarla sola en su departamento. Al fin y al cabo no la conocía, era una perfecta extraña para él. A la hora de almorzar tomó un taxi y fue directo a su casa. Cuando llegó todo era un caos, fue directamente a la mesa de luz y comprobó que el sobre con el dinero no estaba. Sólo una nota para él: “Guillermo, tuve que tomar prestado algún dinero tuyo pero te lo devolveré cuando aprendas a querer a los gatos. Podes encontrarme en El Tulipán Negro. Nos vemos. Sofía”
Guillermo se maldijo por estúpido. No podía creer que sus ahorros de tres años se hubieran evaporado de la mañana a la noche en manos de una desconocida a quién él había dejado sola en su casa. Buscó frenéticamente en la web El Tulipán Negro. Sin cambiarse corrió al lugar. Era un bar de streapers en la zona roja. Apenas entró la vio, sentada con un hombre corpulento, tipo patovica. Ella le hizo señas para que se acercara. No podía creer el desparpajo de la mujer.
–¡Guillermo, viniste!
La tomó de un brazo y el patovica se levantó con ademán amenazante, pero ella le dijo que estaba todo bien.
–Vení, vamos a aquella mesa y tranquilizate.
–¿Cómo querés que me tranquilice si me robaste todo mi dinero?
–No te lo robé, lo tomé prestado, tal como te puse en la nota.
–Por favor, ¿me viste cara de idiota?...
–Si me escucharas verías que no hay nada de qué preocuparse.
–¡Soy todo oídos!
–El dinero lo jugué todo en el casino y lo dupliqué…
–¡¡¡Vos estás loca de remate!!!
–Calmáte y escuchá. Si venís conmigo a mi casa te daré todo tu dinero, menos la ganancia por supuesto que es mía, me la gané en buena ley.
–No entiendo cómo tenés el descaro de hacer chistes todavía, estás para el Borda nena.
Guillermo no sabía si estrangularla o abrazarla, dentro de su chifladura seguía viendo algo especial en esta mujer que había irrumpido de la noche a la mañana en su vida poniéndola patas para arriba. De mala gana, accedió a acompañarla. El patovica lo miró desconfiado pero Sofía agarró a Guillermo de un brazo y lo llevó hasta la puerta.
Caminaron unas tres cuadras y tomaron un taxi. Cuando ella le dio la dirección, Guillermo se sobresaltó una vez más. En el camino estuvieron silenciosos hasta que el taxi paró frente a un edificio en el barrio más lujoso de la ciudad. En silencio ella abrió la puerta y subieron al ascensor que se abrió directamente en el hall de entrada de su piso.
–Ponéte cómodo. Ya vengo.
Guillermo no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Quién era esta mujer? Todo a su alrededor destilaba confort y pulcritud.
Cuando la vio aparecer cambiada, sólo con un jean y una camisa de hombre que contrastaba con la elegancia que la rodeaba, la deseó aún más. Guillermo no quería admitir la fascinación que ella ejercía sobre él. La odiaba por eso.
–Acá está tu dinero. Contálo por favor.
El la zamarreó por los hombros con fuerza y le gritó:
–¿Se puede saber qué significa este juego? ¿Creés que podes entrar así nomás a mi vida y hacer lo que te plazca, niña rica? ¿Quién sos? ¿Qué querés de mí?
–Soy tu ángel guardián. Me mandaron de arriba para que te enseñe a vivir.
Sofía cerró los ojos y le ofreció sus labios. Él no se pudo resistir.

martes, 4 de mayo de 2010

Para que me veas

Para entrar a tu refugio
es preciso que me veas
haré piruetas bailando
te rodearé con mi estela
llevaré en la solapa
una enorme rosa negra
y cantaré a viva voz
sólo para que me veas.

Si después de tanto llamar
incansable a tu puerta
no consigo que me abras
y al verme te das la vuelta
te prometo no llorar
ya buscaré la manera
de evaporarme ante ti
para salir de tu huella.

Piénsalo bien dulce amor
antes de darte la vuelta
no vaya a ser que seas tú
quien me busca
y no me encuentra

Te vi

Te vi en el resplandor
de esa noche estrellada
yo era una más en tu lista de féminas
me hablabas desde lejos
me observabas
como quien mira distante
sin recuerdos, ni nada

Releí tus poemas
las cartas
me vi en tus ojos
olí el café humeante
sentí otra vez el calor
de nuestras manos atadas

No creo en el amor eterno
-me dijiste-
Y yo ilusa pensé:
a mí me amarás siempre
a pesar tuyo
de las circunstancias
de las sombras que aparecen
si no puedo tenerte

Y lloré por ti y por mí
por la distancia
que separa nuestros cuerpos
pero entrelaza las almas
cuando te veo una vez más
y creo que me llamas
cuando el poema reaviva el fuego
en cada palabra

La morocha y los perros

No puedo creer que todos los rollos que me hice por tanto tiempo se resolvieron en una charla de cuarenta minutos, durante un viaje en tren. En los escasos momentos de intimidad que compartimos con Juan, es raro que nos animemos a hablar de nosotros y, menos que menos, del hastío y la rutina que nos envuelve desde hace varios años. Estamos juntos por conveniencia mutua, de eso no hay ninguna duda. Él, porque es un burgués que no concibe la vida sin su familia, su casa y sus perros; y yo, por un miedo ancestral a salir del sarcófago, según mi psicóloga. De sexo, ni hablar.

Pero hoy algo cambió. No sé si atribuírselo a los astros o a una nueva predisposición mía a romper moldes, a salir del cascarón. Sin pensarlo demasiado le pregunté a boca de jarro:

-Ya que ninguno de los dos se quiere separar, qué opinarías de darnos un permiso mutuo para salir con otras personas. Creo que los dos nos merecemos una vida más plena y feliz y así no podemos seguir.

El se me quedó mirando atónito pero sonrió y me dijo:

-No puedo creer lo que escucho. Vos estás cambiada, algo te está pasando. ¿Eso te lo dijeron en el curso que estás haciendo?

Me reí y le dije que no. Estaba sorprendido pero divertido a la vez. Y yo, que me había pasado los dos últimos años pensando cómo encarar la realidad de que ya no lo amaba ni lo deseaba y, lo peor de todo, cómo decírselo a él, se lo largué así nomás, serenamente, como si hablara de otras personas y no de nosotros.

-Bueno, mi conciencia la tengo tranquila porque no soy quien tiene el problema, estoy siempre dispuesto.

-El problema es de los dos, no mío Juan –le contesté muy tranquila-.

-Vos fuiste quien cambió, no yo. Antes te encantaba y lo hacíamos en cualquier parte y a cualquier hora. Acordate cuando me despertabas a las tres de la mañana porque los chicos a esa hora dormían, y eras una tigresa, nadie podía pararte…

-Eran otros tiempos. Por empezar, teníamos treinta años menos y las hormonas a full. Fue una etapa donde estábamos formando nuestro proyecto de vida, de tener una familia. Ahora es diferente, los chicos ya son grandes, no nos necesitan.

-El famoso síndrome del del nido vacío.

-Sí, y es tiempo de que tengamos un proyecto diferente, pero no sé si juntos. Somos muy distintos. A vos te gusta quedarte en casa y a mi salir, no tenés muchos amigos y yo cada vez más. A mí me gusta viajar, conocer gente, lugares, ir al cine, al teatro. A vos leer y ver películas viejas de Clint Eastwood por dvd. De casa al trabajo y del trabajo a casa, como decía el General.

-Todos mis compañeros de laburo, los de mi edad, están en la misma situación. Las mujeres ya no quieren lola. Y todos, sin excepción, les meten los cuernos. Yo no.

-¿Y como hacés? ¿Cómo te aguantás?

-No me aguanto. Uno tiene sus recursos…propios…

-Decime la verdad Juan. ¿No sería más sano que nos diéramos permiso para salir cada uno por su lado?

-Podría ser… Dejámelo pensar… Yo saldría con putas, eso sí.

-¿Por qué?

-Porque a la larga te salen más baratas.

-¡Dejáte de joder! Vos tenés derecho a conocer a alguien que te dé lo que yo no puedo darte.

-Vos me das todo lo que necesito.

-Todo no.

-Bueno, me la banco.

Mientras veníamos caminando desde la estación rumbo a casa, nos cruzamos con una morocha que rajaba la tierra .

-A esa morocha me la cruzo cada vez que paseo los perros y me mira con ganas…

-Bueno, el arreglo sería que nos damos permiso pero nada de detalles. No pretendo que vos me cuentes con quién salís y a quien te levantás. ¿Ok? ¿En serio nunca me fuiste infiel?

-No, una sola vez le toqué el culo a una mina en el laburo, hace como veinte años y ella se entusiasmó… pero yo preferí cortarlo ahí. Y vos ¿tenés a alguien en la cabeza?

-Mmm… no. Pero me gustaría sentirme libre, saber que si alguien me gusta puedo salir y no te estoy traicionando.

-¡No, la traición jamás! Separarnos tampoco.

-Bueno, no sabemos, quizás alguno de los dos se enamora de otro.

-No. Yo no voy a volver a enamorarme.

-Eso no lo sabés, no podés decirlo ahora.

-Nunca voy a abandonar a mi familia.

Estábamos llegando a casa y la conversación quedó allí. Para seguirla en otro momento, dijimos. Cenamos en silencio y nos fuimos a dormir.

La rosa blanca

Martín volvió de Haití extenuado pero con una sensación de libertad que no había sentido antes. Durante los quince días que estuvo con los médicos de frontera ayudando a ese pueblo enterrado en vida, por mandato de quién sabe qué dios vengador, había conocido a Elisa. ¿Cómo describirla? Su belleza enigmática parecía provenir de otro planeta, no era real. Sus ojos color avellana parecían ver más allá de él mismo, como si lo conociera de siglos, como si ese mismo dios vengador la hubiera puesto en su camino con el fin de exorcizar los fantasmas que lo consumían desde su último tercer divorcio. Nadie hasta ese momento había podido entrar en su piel y en su corazón como Elisa. Quince días bastaron para atraparlo en un hechizo del que no pudo salir, ni siquiera cuando aterrizó en Buenos Aires hasta donde el horror de un pueblo mutilado lo acompañaba y sólo el recuerdo de sus besos amortiguaba el sufrimiento compartido, donde médico y enfermo se unían en la lucha codo a codo contra el absurdo. Ella estaba desahuciada cuando Martín la encontró y le salvó la vida; por el shock no recordaba quién era ni dónde vivía, sólo que su nombre era Elisa. Elisa. Durante el vuelo no pudo dejar de pensar en ella, como si se hubiera apoderado de todos sus sentidos y ya no fuera él mismo, la sentía en su piel; los dos fundidos en una sola carne. Se sentía extraño, poseído por una pasión inusitada; el sentido común le decía que debía recuperar la cordura pero fue imposible. Ansiaba llegar para llamarla, para escuchar una vez más su voz.
Mientras pasaba por la Aduana escuchó su nombre por los altoparlantes: “Señor Martin Hughes presentarse urgente en la Oficina de Informes”.
-Tenemos una carta que debe serle entregada urgente y en mano. Firme aquí por favor.
El sobre lacrado era de color amarillo pálido y tenía en la esquina iquierda dibujada una rosa negra. Con su equipaje a cuestas, Martín guardó el sobre en el bolsillo y buscó un taxi. Una vez dentro, con manos algo temblorosas, lo abrió.
“Mi dulce Martín:
Recobré la memoria y con ella un destino que nos separa. No me busques, es preciso que te olvides que una vez me conociste, es muy peligroso. Este tiempo no nos pertenece. Sólo tu recuerdo me dará fuerzas para seguir viviendo.
Tuya hoy y siempre
Elisa”
Martin cerró la carta, pagó el taxi y subió a su departamento. Una vez adentro marcó un número de teléfono. A pesar de que insistió varias veces, no hubo respuesta del otro lado. Marco otro número.
-Francisco, soy yo Martín. Acabo de llegar a Buenos Aires y necesito urgente una información. ¿Te acordás de Elisa, la que encontramos entre los escombros cerca del Palacio Presidencial?
-Sí, cómo olvidar a esa belleza… ¿En qué puedo ayudarte?
-Necesito toda la información que encuentres sobre ella. Es urgente.
-¡Qué misterioso estás mi amigo! Parece que la morocha te atrapó.
-No hagas chistes. Esto es serio.
-Ok…Ok! En cuanto sepa algo te llamo.
-Dale, gracias!
Martin se desvistió y se dio una ducha rápida. Caminaba como fiera enjaulada de un lado para el otro, preguntándose, imaginando mil situaciones que le dieran una respuesta, que no tardó en llegar.
-Hola Martin, soy Fran.
-Decime Fran ¿qué pudiste averiguar?
-No te va a gustar viejo…
-¿Qué pasa?…
-Elisa es la mujer del Presidente de Haití. Sí, así como lo oís. Pero eso no es lo más grave… Parece que éste se enteró de un affair que ella tuvo en su convalecencia y…
-¿Y?
-Dicen que la mandó matar… Justo cuando corté con vos corrió la versión…Es lo que dicen… que apareció muerta en su cama con una rosa negra que al tocar su cadáver se volvió blanca… Lo siento mucho Martín… ¿Eras vos el del affair?
Martín dejó caer el teléfono y se desplomó sobre la cama…

Afuera, el bullicio de la ciudad se confundía con las noticias internacionales que mostraban, en un enorme LCD, el rostro de una hermosa mujer negra.