martes, 29 de abril de 2008

Ese hombre ciego, algo loco

Era muy poco lo que sabía de él. Durante algún tiempo una velada permanencia lo había mantenido cerca de mí sin que yo lo notara. Sus ojos eran grises, igual que su cabellera y su vestimenta, y su mirada no parecía traspasar los límites de sus anteojos.

Yo intentaba imaginar, cuando lo veía en la biblioteca, de tarde en tarde, cómo se las arreglaría para leer todos esos libros: enormes volúmenes y enciclopedias polvorientas rodeándolo siempre. Nunca lo había visto conversar con nadie más que con ellos, salvo dos o tres veces en que entró acompañado de un muchacho joven, de unos veinte años, llevándolo del brazo.

En esa época yo iba a la biblioteca muy a menudo pues estaba preparando una materia para la facultad, de la cual dependía mi carrera. El siempre estaba allí. Cada vez que yo entraba, levantaba su mirada distraída hacia mí y yo presentía que me estaba esperando. Enseguida volvía a sus libros, en una actitud extraña, como con miedo a que intentara acercarme e invadir su intimidad.

Pasó un tiempo en el cual, para mi regocijo, no volví a frecuentar la biblioteca. Me costaba mucho estudiar y, ya que había pasado con mucha suerte aquel examen, no tuve necesidad de hacerlo hasta dos meses después, cuando los finales me obligaron a consultar algunos datos.

Pedí los libros que necesitaba y me senté en una de las mesas cercanas a la entrada. Allí estaba él; sin darme cuenta me había sentado a su lado. Cuando lo miré, algo en sus anteojos me llamó poderosamente la atención: no tenían cristales, pero igual los llevaba puestos. Como me encontraba muy cerca –y él parecía no haberme visto- pude observarlo a mis anchas. De pronto, sin volver su rostro hacia mí, lo escuché decir:

-Sé que me está mirando. Pero no, no se asuste por favor. Hace un tiempo que la conozco y me agrada mucho la fragancia que inunda este salón cada vez que usted entra. Pensé que ya no volvería...

En un primer momento no supe qué contestar. Su voz era grave y pausada; me extrañó que no me mirara.

-Gracias, señor. Yo también lo he visto antes por aquí. ¿Es usted profesor en la universidad?

No, ya no. Lo fui en un tiempo. Ahora sólo vengo aquí a estar con ellos, mis amigos de antaño, mis únicos amigos. No puedo dejarlos, me necesitan; se acostumbraron al contacto de mis dedos, a las pausas de mis reflexiones, a mi avidez por conocerlos, a esperarme. Y me presienten ¿sabe? Cada uno de ellos espera mis diarias caricias... No, no puedo abandonarlos; no debo. Adiós señorita, sé que debe irse, todos lo hacen. Pero no se preocupe, yo estaré siempre para cuidarlos.

Con la impertinencia de mi juventud, asombrada por sus palabras que parecían muy sentidas, le pregunté:

-Pero... señor...

-Leming, José Luis Leming, es mi nombre.

-Encantada Sr. Leming, yo soy Josefina y disculpe la pregunta pero, si usted no puede leer... ¿cómo es que... ?

-Si, la entiendo... usted sabe que yo estoy ciego... es algo absurdo que en estas precarias condiciones pase tantas horas rodeado de libros, pero voy a explicarle. Yo no puedo leer pero puedo imaginar lo que dice en cada una de sus páginas... es como si yo los hubiera escrito. Ellos me transportan de un mundo fantástico a otro, con ellos he recorrido infinidad de caminos, me he aventurado en infinidad de situaciones y he conocido infinidad de personas...

-Disculpe señor, pero tengo que irme o llegaré tarde a la facultad.

El no dijo nada pero juraría que me estaba mirando cuando se despidió de mí con una sonrisa complaciente.

Al cabo de muchos años suelo preguntarme qué habrá sido de él; de ese hombre ciego, algo loco.

Pedro y los duendes

-¿Cuántos años tenés, Marcela?
-28, le contesté.
-¿Y no estás cansada de vivir? A sus 5 años, Pedro tenía esas salidas que te dejaban dada vuelta; lo mejor era que lo decía tirado en la cama, sosteniendo su cabeza con un brazo, cómo si la pregunta fuera lo que más le preocupaba en la vida. Me lo quedé mirando y sólo atiné a sonreír ante su ocurrencia.
-¿Y vos, estás cansado de vivir?
-Si, me dijo muy suelto de cuerpo.
-¿Cómo puede ser a tu edad?
-No, de lo que estoy cansado es de vivir es en esta casa, porque siempre estoy solo y mi mami trabaja mucho para que a mi no me falte nada, pero yo tengo otro lugar donde vivo y ahí no me canso nunca.
-Y contame, Pedríto, ¿cómo es ese lugar y dónde queda?
-Queda acá mismo, en mi patio, en esa planta grande que plantó mi mamá el año pasado en una maceta. Allí viven mis amigos los duendes y con ellos me río mucho. ¿Sabes por qué? Por empezar, porque ellos siempre están contentos y se conforman con cosas re chiquitas para nosotros pero enooooormes para ellos.
-¿Por ejemplo?
-Y, por ejemplo... ¿Viste que ustedes siempre están perdiendo las biromes, los encendedores y los clips para el pelo? Bueno, son ellos que se los llevan para hacer sus casas
-¿No me digas? ¿Eran ellos entonces?
-Si, son ellos. A las biromes las van apilando una al lado de la otra, con la punta que escribe para arriba, esas son las paredes de sus casas y con la tinta pintan el techo que es un cielo repleto de estrellas.
-Y con los encendedores, ¿qué hacen?
-Los usan para cocinar y para calentarse en invierno
-¿Y con los clips?
-A los clips los van enganchando unos con otros para fabricar escaleras re largas. ¿Sabes para que usan esas escaleras? Para llegar hasta las estrellas. Porque ellos tienen una misión: llevar hasta las estrellas todos los deseos míos y los de mi mamá.
-¿Y se puede saber cuáles son esos deseos? ¿Vos qué le pedís a las estrellas? Pedro hizo un silencio y al rato, contestó:
-Yo no les pido muchas cosas porque se van a cansar de mí: lo primero de todo es que mi mami no trabaje tanto, lo segundo, es que siempre, siempre estemos juntos y lo tercero...
-Decime, mi amor, ¿cuál es el tercer deseo? ...
-Que mi mami se case con Hugo...
-¿Estás seguro de este último deseo? No te noto muy convencido.
-No, no estoy muy convencido, pero ese deseo es el de mi mami, no el mío y ella es tan buena que yo quiero que sea feliz y además, me gustaría tener más hermanitos para jugar con los duendes.

Salí de la casilla precaria después de darle un beso a Pedro y un abrazo a su madre, quien me despidió con una mirada asustada y expectante.
Mientras viajaba en el taxi que me llevaría de vuelta a la oficina escribí el informe: “Pedro es un niño normal, vive en un ambiente adecuado y estable. No es fantasioso y se nota bien alimentado y educado.
Sería muy perjudicial para el niño separarlo de su madre y de sus duendes...” Sonriendo taché las cuatro últimas palabras y guardé el borrador en la cartera. Un duende verde que colgaba del espejo retrovisor del auto, me hizo un guiño y yo le devolví el gesto agradecida.

Una lección de amor

Mientras trataba de poner mi lámpara nueva descubrí que la vieja tenía arreglo. ¿Por qué desecharla si todavía podía aguantar un tiempo más? La observé detenidamente en todos sus detalles: el bronce algo opacado por la falta de cuidado, los cables sucios y viejos y en algunas partes, gastados; el portalámparas flojo y partido. Todo tenía arreglo pero había buscado el camino más fácil: tirarla a la basura y comprar otra. Decidí darle una oportunidad. Con esmero fui componiendo todas las piezas gastadas por el tiempo. Me quedó como nueva y me alegré por ella y por mí.

Salí más contenta a la calle y me dirigí al geriátrico a visitar a la tía Lita. Ella me recibió con los brazos abiertos y con su risa contagiosa que no hablaba de su soledad y de la tristeza que, yo sabía, le provocaba el encierro. Estaba sola en el mundo,; el tío Paco, su marido, se había muerto hacía dos años y no tuvieron hijos. Con mis hermanos habíamos decidido internarla en ese geriátrico después de descubrir que ya no podía vivir sola. El encargado nos había dicho que tomaba y que se aparecía en el palier de entrada en camisón, a cualquier hora de la noche alarmando a los vecinos.

La noté más avejentada, su mirada algo más opaca y gris aunque trató de disimularlo haciendo chistes y tratando de que me sintiera cómoda. Me habló del tío Paco la mayoría del tiempo, de los viajes que habían hecho juntos, del amor que los unió durante cincuenta largos y felices años. Sus manos temblorosas tomaron las mías y me agradecieron la visita.

-Lita, tengo algo que decirte.

-Si, m’hijita, te escucho.

-Quiero que vengas a vivir con nosotros.

Con los ojos vidriosos, tratando de reprimir la emoción, me dijo:

-No querida. De ninguna manera. Yo ahora estoy sola pero he sido muy feliz con tu tío Paco. Nuestro amor fue tan perfecto que la falta de los hijos lejos de empañar nuestra unión, la aumentó. Yo aquí vivo por su recuerdo, cada día espero el momento que el Señor decida llevarme para encontrarme con él. Tú estás comenzando tu vida. Tienes un marido y cuatro niños maravillosos que criar. Yo sería un estorbo para ustedes.

-Ya lo hablé con Joaquín y él está de acuerdo. Te pido que aceptes tía, nos harías muy felices a todos si vivieras con nosotros.

-Esta bien hijita. Déjamelo pensar. Vuelve mañana y te daré una respuesta.

Me fui de allí con una rara sensación. A la mañana siguiente, me di una ducha rápida y cuando me disponía a salir a buscarla, segura de que esta vez iba a convencerla, sonó el teléfono. Era la directora del geriátrico para decirme que la tía Lita había muerto durante la noche, mientras dormía. Sin sufrir, como ella quería. Me senté en la cama y lloré por ella, por mí y por la maravillosa lección de amor que acababa de recibir.

Puerto seguro

Mientras trataba de poner la lámpara nueva sentí una patada que me catapultó a casi dos metros de dónde estaba. El living estaba a oscuras y una fuerte luz que venía de afuera iluminó todo como si fuera de día. Pero era de noche, estoy seguro, porque unos minutos antes de cambiar la lámpara había mirado el reloj. Había comido temprano un arroz con manteca y sal, ni queso tenía en la heladera. Me quedé allí, tirado en la alfombra, estaba cansado y no tenía fuerzas para levantarme. Un miedo intenso empezó a apoderarse de mí; las manchas del cielo raso se me vinieron encima y todo fue oscuridad. No sé cuánto tiempo estuve en esa posición, quizás dormido, pero cuando reaccioné una mujer joven, de pelo castaño, largo hasta la cintura, estaba sentada a mi lado. Me incorporé y le pregunté quién era. Ella sólo me miraba y parecía hablarme con sus ojos color avellana. Tomó mis manos entre las suyas y comenzó a acariciarlas con una gran ternura. Yo empecé a llorar como un chico, y cuando me vi en el espejo éste me devolvió mi imagen a la edad de diez años. Vinieron a mi mente palabras y frases como “puerto seguro” “manantial” “dulce de leche casero” y “scons tibios”. ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué significaba todo esto? Yo no había conocido a mi madre. Ella había muerto cuando estaba casi por cumplir seis años. Su perfume me recordó a los jazmines de mi casa, antes de que me llevaran al orfanato. Me costó muy poco tiempo reconocerla, aunque no conservaba ninguna foto de ella. Su belleza trascendía su cuerpo alto y armonioso. Antes de despedirse su mirada me dijo: “no estés solo, no es bueno estar solo, allá afuera hay alguien esperando que te decidas a vivir el amor que estuviste esperando hasta ahora. Hoy vas a conocerla y serás muy feliz, hijo mío”. Con esa frase su presencia se fue evaporando. Me miré al espejo y volví a verme como soy ahora. Un hombre maduro y triste, pero mis ojos habían cambiado. Un nuevo brillo apareció. Me levanté del piso y todo estaba en su lugar. La lámpara encendida, como si nada hubiera pasado; mi casa limpia y ordenada; la heladera repleta de frutas, verduras, carne, queso, pollo y pescado. Volví a mirarme al espejo y esta vez mi ropa era otra y también mi aspecto había mejorado notablemente. Sonó el teléfono. Era Elisa. Elisa que me esperaba en su casa para festejar mi cumpleaños. Con el ánimo renovado, salí de mi casa a encontrarme con ella. Antes pasaría por la florería. Me sentía un hombre nuevo. Al salir por la puerta eché una ojeada a la lámpara; juraría que me hizo un guiño.

Por siempre Pedro

Desde lejos no se ve mi casa de la infancia pero si los tilos en flor que daban alergia a mi madre y un aroma de primavera a mis recuerdos. En mi pueblo pequeño, mi familia era grande y yo me perdía entre esa multitud de parientes que no me dejaban un espacio propio. Mi casa era el refugio de muchos y una cárcel para mi. Yo me escapaba, corría por prados imaginarios que me mostraban un mundo diferente: los libros. Ellos eran como globos que me llevaban de un mundo a otro y mi mundo entonces era vasto, inmenso, repleto de imágenes de otras vidas, otras mentes, otras historias que me hacían vivir mil aventuras.

Un día apareció Pedro en mi rescate y me llevó a volar y a descubrir otras fragancias, otros árboles que, como lo tilos, tenían aromas nuevos para mi pero añejos para él, como los cipreses y los álamos. Pedro era mágico, parecía conocer todo de mi, a pesar de mi silencio. Y yo lo seguía, tomada de su mano, entregada a ese desborde de vida y de pasión. Nos bañábamos en el río y reíamos a carcajadas ante la mirada atónita de una liebre, que huía despavorida, asustada por nuestra vehemencia. Extenuados, descansábamos al sol, escuchábamos a los grillos y nos quedábamos horas sin hablar, simplemente respirando la vida a nuestro alrededor. Ya no necesitaba los libros, con Pedro estaba viviendo mi propia aventura y no tenía tiempo para otra cosa.

-Beatriz, hija, por fin llegaste. Tu madre está enojadísima. ¿Dónde te habías metido criatura? –me dijo la tía María con el semblante sombrío por la pena.

-Estaba en el río, con Pedro.

-Bueno, ven rápido que ha ocurrido una tragedia. Tu hermano, Tomás, ha sufrido un accidente y se van a Buenos Aires.

-¿Qué le pasó a mi hermano?

-Lo tiró el caballo y parece que tiene conmoción cerebral. El médico del pueblo aconsejó llevarlo de urgencia a la capital.

-¿Y yo tengo que ir María? ¿Qué sentido tiene que me vaya ahora?

-Pero Beatriz. No discutas. Se van todos. ¿No pretenderás quedarte sola aquí?

-Puedo quedarme contigo. Prometo portarme bien.

María me tomó de la mano y me dijo:

-A tus doce años hay cosas que ya puedes entender, Beatriz. Tu hermano está muy grave y se van definitivamente a la capital, hasta que se recupere. No puedes quedarte conmigo, hijita. Tu madre no lo va a permitir.

Nos mudamos ese día a Buenos Aires y no volvimos al pueblo, ya que mi hermano Tomás estuvo un año en estado vegetativo y los médicos no quisieron volverlo a trasladar. Poco a poco fue recuperando los signos vitales, pero ya no es el mismo. Yo, cada tanto le cuento historias, cuentos que escribo para él. Sé que me escucha y una leve sonrisa asoma en su rostro. Hoy cumplo 15 años y mi primer pensamiento al levantarme es para Pedro. Sé que me está esperando, como yo a él.

Quizás, algún día, cuando Tomás se recupere del todo, volvamos al pueblo que me vio nacer.

A pura espuma y sin Manuel

Mi querida Iris,
¿Cómo estás, mi vida?
Yo aquí, soportando los avatares de la rutina que me mantienen bastante ocupada. Lidiando con los perros, dos heredados de mi difunta madre y uno adquirido por propia voluntad. Los más grandes me tienen a mal traer, uno es un cocker –se llama Bobby- bastante viejito el pobre; tiene 13 años, que vendrían a ser como 91 de los nuestros (dicen que hay que multiplicar los años del can por 7 y como la única neurona que me queda activa anda algo deprimida, quizás deberías hacer la cuenta tú) el otro es un ovejero, mezcla con dogo, malhumorado como él solo. Se llama Volt y tiene 8 años. El pequeñín es un labrador precioso que le regaló el novio, de cachorro, a mi Julia. Yo, que nunca había tenido perro, acepté los de mi madre por pura caridad. Y el pequeñín, por puro enamoramiento. Apenas lo vi, me cautivó y no dudé en quedármelo, sin pensar en las consecuencias futuras. Los mayores se han puesto celosos de mi Benicio, el regalón de la familia. Ellos se acostumbraron a dormir afuera, llueva o truene, pero al chiquitín ¿cómo íbamos a dejarlo a merced de esas fieras, en la oscuridad de la noche? Se me partía el alma Iris, ¿tú comprendes?
La otra vuelta se me armó un lío tremendo. Fíjate que tuvimos que operar al cocker de un tumor en el cu.lo. Y el veterinario me dijo que debía tenerlo adentro hasta su total recuperación. La cuestión Iris es que dormía en la cocina con el pequeño, pero como es algo maleducado me meaba todas las noches la mesa de algarrobo que nos regaló la tía Florinda. Yo me armé de santa paciencia y, pensando en el sufrimiento y el ano del pobre animal, limpiaba todas las mañanas el pis, contando los días que faltaran para su alta veterinaria. Pero hete aquí que Manuel, que tiene mucha sensibilidad en las fosas nasales, no soportó más el olor y me puso un ultimátum: el perro o él. Tú sabes lo melindroso que es Manuel con su desayuno y cómo le gusta tomarlo en la cocina. Te confieso Iris que con gran dolor, tuve que sacrificar mi matrimonio de 40 años, porque el pobre y fiel animal estaba convaleciente y no era cosa menor lo que estaba padeciendo. No creas que no intenté convencer a Manuel, pero tú lo conoces, es más terco que una mula y, a pesar de que bañaba al perro todos los días en nuestra tina, con sales de baño y a pura espuma, no pude quitar el olor de las patas de la mesa de algarrobo de la cocina. Si conoces alguna fórmula, envíamela a la brevedad. Quizás, si quito el olor, Manuel regrese.
Bueno Iris, perdona el rollo, pero hablando de los perros se me fue el tiempo. En cuanto pueda te cuento más detalles. No te preocupes que estoy bien y los niños también.
Saludos a la familia.
Tuya,
Cornelia

PD: dile a Jacinta que aún espero la receta de las gambas al ajillo que me prometió.

lunes, 28 de abril de 2008

La zapato made in China (de Gabriel Busquets)

Zapatos fabricados en China
Manual del usuario:
El zapato ser tomar y colocar. ¡Qué fácil!
Un vez colocarse el zapato usar para verdulería o mecánico.
El orificio superior donde introducir el pie derecho que el zapato debe ajustarse y solo ajustar sogas hasta el final sin sentir la dolor.
Ésta zapato debe colocar a los pies con la medias a causa del dolor de user the zapato. If dificult maybe use el calzador correspondiente (No provisto).
Este shoe ha sido diseñado para su comodidad al andar!! Está realizado en la mejor capa de vaca de cuero que las praderas de ésta latitudes.
Atención: No comer la zapato, no aconsejable para niños menores. Puede daños a la salud!!!
No la plancha ni la lavarropas que it can be destroyed a causa de mechanical y sustamcias químicas.
NO dormir con la zapato poder patear en cu lo de mujer y no reclamo para ello, cómo así también en suegra que poder hicharse los pies a causa de ajuste innecesario.
No apretar cucarachas con la zapato que la perdida de la garantía si las sustancias químicas que otras cosas cómo ácidos o caca de perro que arruinar Nobuck!
Se recomienda no freir la zapato ni colocar en horno, solo pomada de color deseado.
Si su hijo ingerir la zapato llamar a la médica al siguiente la hospital
Bs As: Hospital geral do Río de Janeiro, tel 05547773838990300
En caso atragantar la zapata: llama médico, no intentar estrangular.
Olor fediente la zapato: echar la ácido clorhídrico y desparecer. Si pie doler llamar la médica.
Si tocar zapato pérde garantía. Solo repuestos originales.
Beinjing- China

La falta (de Lulú)

- Permiso, señor.
-Pasá, qué querés?
El hombre se saca el sombrero, sucio, ajado, de un tono grisáceo que ya no permite vislumbrar de qué color ha sido, lo va enrollando sin darse cuenta y amaga el primer paso. Casi al instante se arrepiente y retrocede hasta el vano de la puerta.
-Dale, pasá, qué hacés?!!
-Pe…yo…te…
-Querés pasar de una vez!
-Sí, señor, yo…te…ten…tengo las alpargatas sucias, señor.
-Ma, vení…no me a hagás perder la paciencia!
- Bueno, permiso, señor.
- Al carajo con el señor, qué te pasa, a qué venís? Pero hablá, rapidito que yo ya termino la guardia y el Juancho no te va a aguantar tanta pavada.
El hombre, con más miedo que timidez, como se nota por el temblor de sus bombachas raídas y embarradas avanza a pasos cortitos, arrastrados, como si quisiera hacer dos para adelante y uno para atrás. Pero contiene el tremendo impulso de huir y para sí se dice que ha estado en situaciones de peores y reales peligros, como cuando su madre lo abandonó debajo de los eucaliptus. Aunque no se note, toma coraje y, girando apretadamente el sombrero, camina con la cabeza gacha hasta topar con el escritorio. Sin atreverse a tocarlo, queda inmóvil y tiritando.
-Y? Y? Hablá, carajo!
- Pues, mirá, señor, yo estaba cosechando papa, vio…
No sabe cómo seguir, cómo explicar para que se entienda, para que le crea. Alcanza a levantar apenas los párpados vuelve a bajarlos de inmediato, lo tranquiliza más el piso de granito que esos ojos inquisidores a punto de explotar. Sus pensamiento vuelan, se da cuenta de que en toda su vida sólo ha hablado con el Zaino y no mucho tampoco. Es que su caballo entiende cuando le dice, de madrugada, “Surco, Zaino. Vaya derecho, Zaino”. Con animales y papas como única compañía durante los últimos veinte años no ha necesitado expresarse, hasta hoy.
- Sí, ya sigo, señor, le dije, estaba cosechando papa, y ahí, en la tierra, más o menos blanda y cerquita, porque la papa no se tiene que plantar profunda…
- Pará, que no me vas a contar la siembra de la papa que ni pienso sembrar, qué pasó?
- Bueno, ahí nomás, apenitas tapada con tierra, casi a ras de suelo, me encontré esto, señor.
Sujeta el arrollado de sombrero con la derecha y mete la izquierda en el bolsillo. Cuando la saca, sin animarse todavía a abrir esa mano cubierta de tierra, se alcanzan a ver cuatro o cinco perlas de un evidente collar.
- Fuiste vos, desgraciado! Juancho, qué suerte que llegaste, aquí el viejo éste acaba de entregarse, él fue le que le robó el collar a Dona Asunta, junagranputa. Vos metelo en el calabozo hasta mañana, y cuidámelo que ya vamos a ver qué dice el juez. Yo voy hasta La Clotilde a avisarle al patrón de este infeliz y a devolver el collar. Pero mirá, vos, con esa cara, ya no se puede confiar en nadie en este mundo.
- No, señor, yo lo encontré en la tierra! Le juro que lo encontré, mire si yo le viá a robar a la patrona, que me crió de chiquito. Creamé, creamé, se lo juro por ésta!
Vanos intentos de explicarle al comisario lo que él ya había entendido por su cuenta. Se dejó guiar hasta el calabozo golpeándose la cabeza y murmurando desconsolado.
- Yo sabía, yo sabía que no tenía que venir aquí, yo sabía. Por qué no fui del patrón? Si yo sabía. Ora, quién sia créido que soy, un desagradecido? Ay, virgencita, sacami di ésta y yo te juro que vial cementiero a llevarle flores a la Francisca. No, si yo sabía…
Ya de noche, Juancho se despertó sobresaltado. Golpeaban la puerta como para tirarla abajo.
. Quién caraj… a esta hora, me querés decir?
- Abríme, Juancho, soy Don Florencio, m’hijo!!
Saltó de la silla, se puso la gorra, ajustó el cinturón, calzó los borceguíes, por las dudas tomó la pistola que dormía sobre el escritorio y caminó presto hacia la puerta.
Casi se cuadró cuando, a la luz de la comisaría, vio el rostro alterado del patrón de la Estancia La Clotilde en persona.
- Che, que han hecho con el Suncho, pobre viejo! Cómo se le pudo ocurrir a Fermín que Suncho había robado el collar de Asunta! Está loco? Soltámelo ya mismo.
- Pe.. bue… el comisario me dijo que maña…
- A quién le hacés caso vos, eh? Ya lo mandé, primero a lamierda y después a dormir al incapaz ése.
En tres zancadas estuvo frente a la puerta de la celda desde donde el viejo Suncho miraba sin creer lo que estaba viendo. Pero rápido como un galgo, también corrió Juancho con las llaves y abrió la puerta.
- Pero, vamos, manga de bestias, que el Suncho será zurdo pero no ladrón, hombre!
Tal era el susto de Juancho que se le cayeron las llaves, la gorra y tropezó con la puerta medio abierta. De todas maneras, se recompuso y preguntó:
- Por eso le dicen Suncho?
- Seguro! De chiquito ya fue fuerte como el suncho, y zurdo también es, pues que le caía justo el mote! Y ahora te cuento, mi mujer, Asunta, perdió el collar caminando por el campo recién sembrado. Lo recorrimos como locos pero no lo pudimos encontrar, por eso no le dijimos nada a Fermín. Porque no había ladrón que buscar. Pero…pueblo chico-infierno grande, el zonzo se enteró de la falta, llegó Suncho con el collar y zás!, fue suficiente para su cabeza de policía. Vos aprendé para más adelante.
-Vamos Suncho, andá a dormir que mañana hay que madrugar. Tenés que terminar de levantar las papas.

En Orbita (de Gabriel Busquets)

Cada vez que me dirijo al supermercado chino me asaltan dudas que terminan sacándome de quicio, por más que lo intento no alcanzo a percibir la verdadera idiosincrasia de ese pueblo y así ingenuamente llego a la conclusión de que los cientos de millones que habitan en Asia son iguales a mis vecinos: No toman mate, no se detienen a meditar acerca del sentido de la vida ni duermen la siesta, y tampoco evidentemente se miran a los ojos enamorados diciéndose pavadas al oído, de la misma manera que para nosotros es habitual hacerlo. Y tampoco comen asado. Me decido inmediatamente a ponerlos en órbita junto con mi abuela de noventa y tres años que a duras penas consigue sostenerse y tenemos que turnarnos para ayudarla a andar ya que casi le es imposible hacerlo por sí misma. La pobre piensa que a su edad ya no está para esos trotes pero se miente a sí misma, en verdad lo ignora profundamente desde chica, cuando nació y aún cuando tenía diez años. Ella ha creído toda su vida que las estrellas se encuentran en el cielo, comprendamos que ha vivido toda su vida en el campo entre vacas y lechugas y casi no pudo asistir a clases y nadie en ésta tierra sería capaz de disuadirla de lo contrario.
Otro que decidí poner en órbita es a mi amigo, ese que solo piensa en sexo y poder, una fórmula humana bastante más eficaz que cualquier otra droga. Claro, yo también le dedico mis buenas horas por día a esas actividades y es más, lo haré hasta el fin de mis días pero sabiendo que en el fondo es una búsqueda sin sentido, no trascendente, cómo nada lo es verdaderamente en ésta vida. Desde afuera parece un hombre afortunado, la vida entendida cómo muchos la entienden le sonríe, mueve las fichas de su vida con habilidad maestra, atrae dinero, amantes, autos, casas, empresas, todo parece salirle bien. Ese no es su problema, lo que ocurre es que él está convencido que en eso consiste la vida; la reflexión, la tristeza, la angustia existencial solo vienen a arruinarle el sueño en el que está viviendo aunque debo admitir que si él se muriera antes que yo de cualquier manera lo extrañaría porque es tan ser humano cómo cualquiera, simplemente el arraiga su ser en otro sitio pero es bueno, lo quiero así. Aunque sospecho que no va a tener el valor de llevarse el polvo de estrellas por delante y sentir el viento en la cara cuando lo ponga en órbita.
El micro de Anoxfelés me gustó, es una muestra de los universos paralelos en que vivimos los seres humanos y no nos damos cuenta, junto con las termitas y los divagues de Liliana los voy a poner en órbita hoy mismo sin falta, de otra manera no se podría vivir. Claro, todos hubiéramos querido que la vida fuera agraciada con nosotros dándonos cuerpos perfectos, rostros hermosos y facilidad para contar historias en público en lugar de estar parados en la vida reflexionando e intentar describirla con palabras, afortunados de nosotros que cada hecho nos cuesta lágrimas de sudor conseguir. Y a los chicos y grandes que comen con la boca abierta y agarran mal el tenedor también les cabría hacerse un viajecito interestelar. El otro día me animé y le dije a una amiga: -Comés con la boca abierta, está mal. Es claro que ella no lo comprendió en absoluto, me dice:-¿Y dónde está escrito que deba ser así? Cada cuál come cómo quiere. Encima ni le mencioné que nadie debe comenzar a comer hasta que se siente el último comensal y menos pararse a cada rato para ir al baño, aunque ella está convencida de que sigue siendo muy fina y en realidad yo la amo tanto que quiero casarme con ella porque una cosa no quita la otra o sea, nadie se aguanta viajar por el espacio pero eso está bien, después de todo es la naturaleza humana.

Hoy los puse a todos ellos en órbita a las diez de la noche pero no parecen darse cuenta, simplemente sienten pesadez en los ojos cómo los chicos que piden ir a la cama y parecen no advertir que viajamos a través del espacio a una velocidad infernal, dando vueltas enloquecidamente alrededor del sol a una velocidad de 106.000km por hora. ¿No sienten el viento en la cara? ¿No sienten temor a salir despedidos al espacio exterior por un pequeño error de cálculo? Hay que estar atentos porque comer con la boca cerrada es de buena educación aunque finalmente tampoco sirva para nada, es una plataforma invisible de lanzamiento a lo desconocido, lo mismo que vestirse o ser una buena persona o masticar chicle, todo es, nada es. Por las dudas agárrense de las sábanas ésta noche porque aquí no hay ni magia ni universos paralelos, es tan solo la simple realidad, somos las estrellas, estamos entre ellas y el cielo no existe. Una buena excusa para amar, llorar, sufrir y ser feliz. Me voy a dormir porque estoy agotado, hoy tuve un día de aquellos.

El escritor 50 (de F451)

Nos conocimos en un foro. Uno virtual, producto de la nueva era informática. Éramos unos pocos hombres y mujeres que escribíamos desde alejadas pantallas cuentos y poesías que exponíamos a la crítica general en una sección de un diario digitalizado.

Cualquiera podía ingresar. No se trataba de una elite. Solo se solicitaba un nombre para identificar a cada escritor, sin embargo de entre decenas de miles de lectores solo unos 50 lo conformábamos. En 1953 Ray Bradbury había descrito en una novela un futuro donde la literatura y sus autores eran prohibidos y los libros quemados por brigadas de bomberos. Ninguna de las dos cosas había ocurrido aunque quizás si algunos otros detalles que describía, como el dominio de la tv desde enormes pantallas con simulacros de realidad, el desprecio a la vida en las calles, el reinado del marketing en cada rincón del planeta y la burgués ignorancia de lejanas guerras y resentidos enemigos. Los bomberos, por suerte, aun apagaban incendios, pero aquél casi proscrito reducto literario me recordó mucho a aquella ficción y decidí tomar prestado su título para usarlo de apodo: “Fahrenheit 451”, “la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”. Ahh! Amaba tanto esa frase que a veces dudaba de que lado estaba yo. Quizás, como a muchos, el sentimiento de confusión y hondo golpe al vacío que provocan algunas palabras me hacía desear pulverizarlas bajo cualquier fuego, pero bueno, mi nuevo nombre aún me parecía acertado y para hacerlo más corto, como lo preferían las máquinas, lo “optimizé” a solo 4 caracteres: “F451”. Aquello me valió algunas acusaciones de mis compañeros literatos que me llegaron a comparar con un robot o un agente espía de alguna fría agencia gubernamental. Y probablemente no estuvieran errados. No buscaba amigos, ni amores, ni enemigos, solo un refugio desde donde poder mirar la calle, la gente, la vida sin ser envuelto por ella. Estaba anestesiado de insatisfacción y ese era un lugar donde poder ocultarme cobardemente y esperar a que la realidad pasase para escabullirse tras sus espaldas.

Allí algunos me preguntarían mi nombre, mi edad, mi sexo, pero podría ignorarlos conservando mi anhelado anonimato. Allí podría contar mis deseos, mis pasiones, mis obsesiones sin ser señalado ni cuestionado por vacías o atónitas miradas. Y desde allí podría planear mi “gran golpe” contra mi destino.

Fue entonces cuando se me ocurrió escribir sobre la mujer que deseaba descaradamente, contando detalles ciertos, mezclándolos con breves pinceladas de fantasía, protegido en la impunidad del saberme ignorado por el resto del planeta. Incluso podría usar su nombre y el color de sus ojos para encender los relatos que ella nunca se enteraría. Pero el amparo de aquel foro tenía límites. La eterna permanencia en él era una efímera utopía. Más aún, si yo era el escritor 50 y podía regodearme en la egolatría de mis palabras no era inmune a las de los otros 49 cohabitantes de aquel espacio. Sus letras me atravesaban, muchas veces hiriéndome de verdades, empujándome a las puertas de mi pasado o las de mi presente que me negaba a abrir. Era la hora de ejecutar el plan maestro y quemar las naves tras de mí. Era la hora de que los confesos sentimientos de todos los cuentos sean disparados como misiles contra su inspiradora. La tecnología sería otra vez protagonista sin quererlo. Un simple mail con la ubicación de un relato en aquel espacio bastaría para encender la mecha de la confrontación final entre mi realidad y mis deseos.

Mis perlas y los cerdos

Cuando uno expone sus sueños, sus ilusiones, sus deseos más profundos, en cierta manera queda en carne viva. Eso es lo que yo siento cuando mi necesidad de salir de mi cueva se topa con un miedo que me paraliza: ¿Quién va a leer lo que escribo? ¿A quién me dirijo cuando hablo de amor y de un deseo casi desesperado de encontrarlo? ¿Son mis fantasías parte de mi realidad? ¿Puedo ser realmente libre a la hora de hablar de mis ilusiones, de mis tristezas, de mis necesidades? Deseos que son del cuerpo y del alma. Cuando uno expone sus sueños hay un riesgo y ese riesgo es que me despedacen los cerdos. Mi mundo real se confunde con mi mundo ideal y tengo miedo a la incomprensión, a que no entiendan la literatura como yo la entiendo: una expresión pura del arte que guardamos escondido bajo siete llaves, donde nuestras perlas esperan ansiosas para salir y mostrar su belleza al mundo.

Camino por los médanos comiendo una deliciosa mandarina mientras pienso en los cerdos y qué haré con ellos. Quizás ignorarlos, quizás dejarme asustar y guardarme para no alterar sus ánimos. No exponerme es una buena opción. Pero ¿dónde está la medida exacta? Si no me expongo no muestro mis perlas a quienes sabrán apreciarlas ¿Tengo derecho a mantenerlas ocultas? Entonces me encuentro con una flor que casi piso sin verla, empecinada, que surge entre la arena reseca. Miro su fragilidad y admiro su coraje. Está erguida, en la plenitud de su asombroso crecimiento. Y me dice que solo es cuestión de atreverme, de salir a la luz y mostrar mis perlas a quien pase al lado mío y quiera verlas.


"no tires tus perlas a los cerdos" (Mateo 7.6)

sábado, 26 de abril de 2008

Rescate (de Vivi)

Se cortó la luz. Esperé un momento quieta en el sillón. Nada.
Reparé en la serena respiración que acompañaba el leve e imperceptible movimiento de mi cuerpo, suave ir y venir del inspirar y espirar. Conté hasta cuatrocientos de estos.
Durante ese tiempo, del que perdí noción, reconocí que ningún pensamiento atravesó mi frente -porque allí se alojan como pantalla de cine, en la frente-
Ninguno a la vista. Me asusté. Imposible no pensar.
Por la persiana entreabierta se filtraba un mínimo haz. Claro, de luz.
Igual no veía casi nada, un mareo intenso me hizo perder el equilibrio. A tientas, esquivando la mesa del centro, el sillón de un cuerpo, el piano, la planta, la lámpara de pie y el revistero, llegue hasta el pequeño cajón del aparador, donde te guardé.
Lo abrí sin esperanza de encontrarte vivo, no más que cenizas, pero miré igual con cierta ilusión. Tonta, me dije, no va a estar.
Y no estabas ni de rastro.
Te pensé fuerte, fuertemente. Cerré los ojos como cuando era niña y soplaba las velas de la torta sacando, con el aire, el deseo del alma. Puse toda mi energía en recobrarte, te llamé desesperada aunque en silencio. Entonces ocurrió.
Del fondo del cajón asomaste la cabeza como diciendo, Ya voy no grites.
Se cayeron varias de mis lágrimas sobre tus flamantes plumas y extendiendo las alas, me diste tan fuerte abrazo que volví.
Gracias mi querido Ave Fénix. Gracias por resucitar siempre a tiempo para que yo renazca.
VC

Como es arriba es abajo

Los planetas no se habían alineado aún, estaban vagando separados en galaxias lejanas y distantes. El la buscaba en cada punto del universo infinito, y cuando creía encontrarla se entregaba con una pasión desmedida que lo desintegraba en mil partículas. Ella era una estrella luminosa que existía sin más deseos que brillar y desparramar su luz en el oscuro firmamento; expectante intuía que una luz muy potente llegaría a incorporarla en su estela celeste para crecer y multiplicarse y sólo aguardaba el momento de conocerlo. Su núcleo iba aumentando y el fuego necesitaba expandirse en otro núcleo, completarse en un solo fuego. Llegó el momento en que los planetas se alinearon y los dos cuerpos celestes impactaron y estallaron en luces de millones de colores. La oscuridad dio paso a una luz nueva, potente, diferente que con sus rayos iluminó la tierra.

-Hola...

-Hola...

-¿Te conozco?

-Te conozco

-¿Si...?

-Si...

¿De dónde?

-De siempre. ¿No te acordás?

-Mmmm... creo que sí.

-¿Vamos?

-¡Vamos!

viernes, 25 de abril de 2008

La llave en la puerta

-Si cierra la puerta con llave se romperá el hechizo.

Dicho esto la mujer se fue caminando y se perdió por una callejuela de la Ciudad Vieja. María se la quedó mirando mientras su vestido andrajoso y sucio se arrastraba por el empedrado.

Miró su reloj y esperó con impaciencia que llegara. Al verlo se arrojó en sus brazos agradecida. El calor de su cuerpo la envolvió en una tibieza nueva. Se sentía protegida y a salvo. Sus sospechas habían sido infundadas: él estaba allí, junto a ella, como le había prometido en sus cartas. Caminaron abrazados respirando el aire fresco de la noche otoñal. Estaban juntos, tomados de la mano, y eso era lo único que importaba.

Llegaron con los ojos brillosos y el corazón palpitando al rellano de la puerta de entrada. Ella lo invitó a pasar. Le ofreció una copa de vino y se sirvió otra para ella. Bebieron de a sorbos mirándose a los ojos. El tiempo se detuvo y una música suave los envolvió. Tomaron más y más, bailaron y se rieron hasta caer rendidos sobre la alfombra. No dejaron de mirarse, de saborearse, de embeberse uno en el otro hasta olvidarse de dónde estaban.

Un llanto de niño se escuchó a lo lejos pero no repararon en eso. La danza de sus cuerpos los fue llevando al momento único del encuentro. Un destello fugaz pareció empañar el brillo de la mirada de ella. Se incorporó, buscó en su bolsillo una llave y corrió a cerrar la puerta del dormitorio. El otro dormía profundamente, con un ronquido sordo y pesado, como sus vicios. Volvió a la sala, a intentar continuar el momento perdido, pero él ya no estaba. El hechizo se había roto y no pudo soportar ser el otro. Su orgullo pudo más y su lamento se perdió en el silencio de la noche.

Elisa sale al ruedo

-Si, ya sé, estoy loca ¿Y qué?

-Es que Elisa, no podés ser tan crédula. ¿Cómo vas a ir a una cita a ciegas con un tipo que conociste en un foro?

-¿Y por qué no, a ver? ¿Qué tiene de malo amiga sabelotodo Rita?

-Que podés encontrarte con un degenerado... no puedo creerlo. Habiendo tantos hombres de carne y hueso, vas a enamorarte de uno por sus versos y porque escribe historias ¿No te das cuenta de que es una fantasía más, que no es real?

-Y bueno, justamente, va a ser real cuando lo conozca. Hay una gran conexión entre nosotros, es un tipo algo enigmático, pero escribe unos cuentos que te dejan dada vuelta.

-¿Qué tipo de cuentos?

-De todo tipo, algunos son profundos de esos que te dejan pensando, otros muy cómicos y otros eróticos, y esos mmmm ¡No sabés lo que son!

-¡No te digo! ¡El tipo es un degenerado, seguro!

-¡Bueno basta Rita, digas lo que digas voy a ir igual! Muero por conocerlo. No me quiso mandar su foto ni decirme su edad, porque dice que eso es parte del misterio y la seducción virtual... pero que sabremos todo el uno del otro cuando nos encontremos... Lo que no me gusta mucho es su nombre... Rigoberto se llama. Ja,ja,ja... pero bueno, le puedo decir Beto... o Rigi...

-Obvio, claro...

-Y ahora me voy porque tengo muchas cosas que hacer. Chau Rita.

-Por favor cuidate Eli, te lo suplico.

-Sí, andá tranquila. Después te cuento.

Elisa llegó al restaurante, después de un día intenso y previo paso por la peluquería, la dermatóloga , la dentista, la cama solar y el gimnasio. Estaba tranquila porque se vio bien peinada, con el cutis limpio y maquillado, bronceada y con dos kilos de menos. Había elegido cuidadosamente su atuendo. Un vestido rojo, bien a la moda y una rosa blanca en el pelo.

Ni bien entró lo vio sentado solo en una mesa. Lo reconoció por el clavel en el ojal, aunque la flor era un poco grande y contrastaba con su atuendo, todo negro. Era un hombre grande, de unos 65 años, el pelo teñido, muy oscuro y la tez blanca papel. Ella giró en redondo tratando de escapar pero él ya estaba a su lado y con voz de galán de radioteatro, le dijo:

-Elisa, eres tú. Hola, soy Rigoberto. Eres muy bonita, aunque te confieso que te soñé unos años más joven. Antes que nada y que nos sentemos a cenar, te aclaro algunos puntos: soy alérgico a las frutillas y a los gatos, me gusta madrugar y no soporto que me hablen ni escuchar música mientras escribo. Cada uno paga lo suyo, la independencia económica es un factor fundamental para el éxito de la pareja. Ah, y lo último, me gusta hacer el amor por la mañana, nunca de noche y, si es posible, en 20 minutos, sin mayores preámbulos... ¿Vamos?

Ella se lo quedó mirando como quien ve una aparición y con una sonrisa algo helada, tratando de ser amable, le contestó:

-Mire señor, yo no soy Elisa, no entiendo lo que me está diciendo. Estoy buscando a una amiga que creí había entrado aquí, pero veo que no. Así que buenas noches y que le vaya bien con esa Elisa que, estoy segura, va a estar encantada con su propuesta...

Se dio vuelta, caminó despacio hacia la calle, y en cuanto atravesó la puerta, se sacó los tacos altos y empezó a correr tan ligero como no lo hacía desde la secundaria. Llegó hasta la esquina, empezó a llover. Con los zapatos en la mano dejó que el agua empapara su cara y su vestido nuevo y empezó a reírse primero despacio y después a carcajadas pensando en la cara que pondría Rita cuando se lo contara.

jueves, 24 de abril de 2008

Kin

Andabas por el mundo vagabundo,
buscando el amor que se te hacía esquivo.
¡Recorriste tantos caminos!
Lo buscaste en el viento, en la lluvia,
en el enfermo desvalido,
en la mujer,
en los hijos,
en los hermanos;
en los viejos,
que se han ido.

Hoy lo sigues añorando,
como aquel inquieto niño
que llegaba del colegio
con el delantal roto y
un ojo hinchado,
y decías:
-¡Vieja, a vos te insultaron!
Entonces no supimos,
tus hermanos,
ver en tus actos,
irracionales, bizarros,
un puro intento
de necesitarnos.

Hoy estoy a tu lado y te quiero
mi hermano del alma.
Te veo llegar,
enfermo y cansado,
con aquel anhelo intacto;
de continuar con tus sueños
a pesar de tu físico agotado
que no se resigna a la quietud,
que quiere seguir luchando,
a tu modo, aventurero.
Que quiere seguir volando
y conquistar los cielos

La puerta hoy está abierta
y te recibo en mis brazos,
sin juzgarte, sin condiciones,
sin recetas, sin llaves
que bloqueen mi indiferencia;
busca en tu interior,
el amor que no encuentras,
saca afuera tu corazón,
abre esa fortaleza,
recupera lo que fuiste, lo que eres;
yo caminaré contigo hasta que amanezca
o hasta que no te hagan más falta
mis cuidados y mi fuerza.

Un gato holgazán y el cosmos

-...el misterio de mi ser se proyecta al infinito y vasto Cosmos. Me muevo dentro de la Vía Láctea, esa que me sostiene en esta tierra de opuestos, de causa y efecto, de péndulos, pero está muy lejos y me niega el conocimiento, no me lo revela; soy yo quien tiene que descubrir la verdad. Soy una gran molécula orgánica que se desplaza a un ritmo sostenido...”.

Alejandra se quedó pensando en las palabras del profesor y esperó que finalizara para preguntarle.

-Pero, ¿por dónde comenzar? ¿Cuál es el camino para descubrir esa verdad?

-Buena y difícil pregunta. Está en cada uno encontrar ese camino. Algunos lo buscan afuera, otros en su interior. Pero hasta que el afuera y el adentro no se encuentren, la respuesta no va a surgir.

-Pero, el conocimiento siempre nos viene de afuera.

-El conocimiento no viene de ninguna de las dos partes y de las dos. Es una fusión que debe producirse entre nuestras circunstancias externas y nuestro ser interior. Imagine dos cuerpos celestes que chocan y se produce una explosión. De allí nacen múltiples creaciones, expresiones que dan vida y completan a otros seres.

-¿Podría darnos un ejemplo?

-Miguel Ángel. El decía que sus esculturas estaban ya dentro de la piedra. Que él solo era el instrumento para quitar lo que sobraba.

-Sigo sin entender, profesor Tracia.

-A ver, supongamos que usted encuentra en la calle a un gato abandonado. Lo rescata, lo lleva a su casa y lo adopta. Lo alimenta y lo cuida de tal manera que se convierte en una compañía para usted. Una vez que el gato creció y se acostumbró a sus cuidados, ya perdió el interés en salir a investigar el mundo, porque su mundo es su hogar y allí se encuentra cómodo. Si usted no lo hubiera socorrido el gato se acostumbraría a vivir en la calle y se arreglaría solo para buscar su sustento y sobrevivir. ¿Cuál de las dos situaciones cree usted que es la más apropiada para el gato?

-La primera. Vivir conmigo y tener mis cuidados y mi amor.

-Pues no. El gato desarrollará más su instinto animal y será un verdadero gato en la medida que viva con otros gatos, libre, y no encerrado entre cuatro paredes, donde su amor sólo lo convertirá en un gato holgazán y malcriado.

-Pero entonces ¿nadie tendría que tener mascotas en sus casas?

-Yo no he dicho eso. Cada cual es libre de tener lo que quiera en su casa.

Alejandra dejó la clase totalmente desorientada. Llegó a su casa y su pequeño gato Dionisio ni se molestó en recibirla. Apoltronado en un sillón, dormía plácidamente su siesta. Ella lo miró y admiró la belleza de su pelaje, blanco y sedoso. Lo levantó y lo atrajo hacia su pecho. Mientras lo acariciaba pensó en Miguel Angel y en el profesor Tracia. Ese viejo profesor estaba loco si creía que ella abandonaría a su suerte a un ser tan indefenso. Tiró sus libros sobre la mesa y con el gato aún en brazos, buscó algo de comer en la heladera y prendió el televisor. Empezaba su novela favorita.

Un día diferente

-¿Qué es el amor?, Me preguntó Elisa pensativa, mientras acariciaba su barbilla con la mano derecha.
Yo la observaba simulando estar distraído, para que no se diera cuenta de lo loco que me volvía esa manera tan suya de pararse, de sentarse, de moverse, de hablarme y de pronunciar mi nombre; su seducción era natural, toda ella emanaba un halo de mujer emancipada, segura de sí misma y a la vez desvalida, como si necesitara mi abrazo de oso, como ella lo llamaba. Yo no podía decirle que ella era “el amor”, no todavía.
-Supongo que será una conexión de cuerpos y de almas, -le dije- y me sentí algo estúpido.
-Eso es muy ambiguo mi querido amigo. Frases hechas que de tanto repetirlas suenan huecas, sin contenido.
-Es que el amor no se declama, se practica mi querida Elisa; se vive, se siente, se huele, se respira, se sufre. Cuando uno ama lo último que importa es su definición. Creo que necesitas enamorarte y acá hay un hombre dispuesto a complacerte- me reí nervioso sintiéndome otra vez un estúpido. Ella sonrió, hizo un silencio y se quedó pensativa mirándome con asombro. Hubiera pagado lo que fuera por adivinar esos pensamientos. Al rato, como espantando un fantasma, siguió:
-Yo me casé enamorada de Fernando, creo. Con el tiempo algo se quebró. Fuimos los dos creciendo en mundos paralelos hasta que un día desperté y me di cuenta de que no había nada entre nosotros. Durante muchos años nuestro matrimonio fue un simple aguantar. Pero estoy cansada gordo, cansada de fingir, de vivir una vida hipócrita. Si miro para atrás, solo recuerdo peleas, diferencias, conflictos que no se resolvieron. Necesito enamorarme. Y no quiero un amor como aquel, que te revoluciona las hormonas durante un tiempo y después, cuando esa pasión se termina, sólo quedan migajas ¿Existirá un amor diferente, que perdure en el tiempo, que no lo mate la rutina y el aburrimiento?
Yo quería decirle que no conocía la respuesta pero que estaba dispuesto a intentarlo con ella. No era solo pasión lo que me inspiraba Elisa. Era admiración, respeto, una necesidad imperiosa de estar a su lado. Ella era todo lo que siempre había deseado encontrar en una mujer, pero la conocí en un tiempo en que los dos estábamos encadenados a una relación gastada, de la que nos costaba escapar. Mi respeto hacia ella era casi reverencial. No podía más que inclinarme ante esa personalidad arrolladora pero indefensa, inteligente pero ingenua, sensible y sabia, una mujer que llenaba todos mis espacios vacíos.
-Quiero un hombre a quien admirar, que me divierta pero a la vez me respete, me quiera como yo soy, que entienda mis necesidades y llene esos vacíos que ni siquiera yo conozco. Un hombre que me mire a mí, a Elisa. Que me complete y me vea cuando me mira. Que sea sensible y que podamos proyectar juntos una vida. ¿Existirá ese amor o pido demasiado?
-Claro que existe, sólo te falta estar atenta y también vos “ver” cuando miras.
-Gordo ¿Qué me estás queriendo decir?
-Que todos buscamos lo mismo pero nos resistimos a ver lo que tenemos enfrente. Por miedo a jugarnos, a amar, a comprometernos en una relación. El amor no se declama, como te dije antes, se practica. No importa cuántas veces lo intentemos, ese amor va a llegar, cuando estemos listos y preparados.
Elisa se me acercó y me abrazó con fuerza. Yo correspondí a su abrazo y nuestros labios se unieron. Quise dejarme llevar por ese momento mágico que habría esperado por tanto tiempo, pero algo me hizo retroceder. Yo estaba solo, ella aún no. La separé suavemente y nos miramos por un largo rato. Busqué mi saco y salí por la puerta. El aire fresco invadió mis pulmones y me sentí un hombre nuevo. Ahora sabía que podía esperarla, solo era cuestión de tiempo.

Yayo

No le gustaba que le dijeran “maestro”. Yayo era una persona desprovista de formalismos; vivía la vida intensamente, como la sentía. De pocas palabras, enemigo del halago fácil, nunca sabíamos si nuestros cuentos le gustaban o no. Solo nos corregía la ortografía y la gramática y, a duras penas, le sacábamos un “bien” o “yo cambiaría esto por lo otro”.

Se había divorciado de su mujer y vivía solo en un departamento atestado de libros, fiel reflejo de su persona, abierta a los amigos personales y a los amigos de las letras, que eran también sus amigos.

Yo empecé a frecuentar su casa de la mano de Jorge Leming, un escritor de vocación que había conocido una tarde en el Bar Unión, donde solía ir en busca de inspiración. Hasta ese momento, mi producción literaria se reducía a alguna que otra publicación en revistas de segunda y a una serie de cuentos fantásticos que dormían en un cajón de mi mesa de luz, a la espera de que algún día me decidiera a publicarlos. Jorge había conseguido que le mostrara uno de ellos y sin decir una palabra, me llevó a la casa de Yayo.

No dudé en integrarme de inmediato a uno de sus grupos de taller. A Jorge me lo cruzaba de vez en cuando y, con el tiempo, le perdí el rastro. Un día Yayo me comentó que se había radicado en España y que pensaba que no volvería a Buenos Aires, hecho que lamenté porque Jorge había tenido mucho que ver en mi despegue literario. Después de tres años de taller había escrito mi primera novela pero los cuentos fantásticos, por una razón oculta a mi conciencia, permanecen aún guardados en un cajón.

Una de las cosas que más me intrigaba de Yayo era que jamás nos mencionó su obra; cuando le preguntábamos decía que no era importante, que se limitaba a alguno que otro artículo publicado en la Revista Sur, ya desaparecida en aquella época. Yo no le creí. Y pude comprobarlo un día que, encontrándome a solas con él, me contó parte de su historia en la que Jorge Leming volvió a aparecer en escena. Yayo conservaba todas sus novelas. Se había enterado de que su amigo había muerto en España y me las dio para que las leyera con el pedido expreso de que no se las devolviera.

Leyendo aquellos libros comprendí el misterio que envolvía a Yayo y a Jorge Leming quien, en realidad, nunca había existido. Me pregunté cuándo, aunque no por qué, Yayo había decidido firmar con seudónimo su magnífica obra literaria.

Mi amigo bantú

La maestra cerró el libro que acababa de leer y, levantando la mirada hacia los chicos de cuarto grado, les dijo:

-La tarea que deben hacer para el lunes es escribir una composición sobre el Escudo de Swazilandia.

Matías se quedó pensando en la historia y la geografía de ese país tan lejano, que les había leído la señorita Agustina: seguramente los chicos allí eran muy diferentes; por lo pronto, tenían otro color de piel y se imaginó que sería bueno tener un amigo negro, como los que veía en las películas. Era viernes y tendría tiempo suficiente, durante el fin de semana, para pensar en la composición. Ahora, lo único que le importaba era ir al cumpleaños de Martina.

Cuando tocó el timbre, todos los chicos salieron corriendo de la clase y la voz de la maestra, que trataba infructuosamente que la escucharan, se perdió en el barullo reinante. Con un suspiro de resignación, ella levantó la voz para advertirles que salieran despacio, sin atropellarse, aunque fue inútil. Era viernes.

Matías se despidió con un beso de su mamá que había ido a buscarlo a la puerta del colegio, y entró apurado en el auto del papá de su amigo Rodrigo, quien los llevaba directamente a la fiesta. En el trayecto, los dos amigos reían excitados y se golpeaban a las trompadas, tratando de descargar toda la tensión acumulada en un día entero de obligaciones. El padre sonreía orgulloso, sin que los chicos se dieran cuenta. Cuando llegaron a destino, casi se tiran del auto sin despedirse de él, que apenas alcanzó a gritarles que a las siete los pasaría a buscar.

Cuando entraron a la casa, Martina los recibió con una sonrisa seductora y un beso. Matías no cabía en sí de la emoción y ella, conciente del encantamiento que producía en su joven enamorado, con un gesto que pretendió ser de indiferencia, les dijo que fueran a la mesa, que había torta y refrescos. Matías miró la mesa que estaba repleta de papas fritas, chisitos, sándwiches de miga, galletitas dulces y una enorme torta de chocolate y pensó en lo que les había contado la maestra sobre los chicos del África, que morían de hambre. Pero ahora no pensaría en eso, sólo quería estar con ella, y se quedó mirándola embobado mientras se iba rodeada de sus amigas que cuchicheaban y se reían, observándolo de reojo.

Cuando los pasaron a buscar, Matías se dio cuenta de que no había comido nada y tampoco había charlado ni una vez con Martina. Bueno,
-pensó- por lo menos ligué dos besos en el mismo día y eso ya es mucho.

Al llegar a su casa, fue derecho a su cuarto y se dispuso a hacer la tarea, como era su costumbre sobre todo los viernes, para poder disponer de todo un fin de semana libre de aburridos deberes escolares.
Aunque esta vez, le divertía el tema de composición que les había dado la maestra. Y, sin dudarlo, sacó su cuaderno y escribió:

Hola amigo bantú,
Me llamo Matías, tengo 9 años y vivo en Buenos Aires, Argentina. Hoy la maestra nos habló de tu país. Nos dijo que está ubicado al sur de África. Si miramos el mapa, estamos casi a la misma altura, los dos al sur, aunque es re lejos, parece cerca en el mapa, pero en kilómetros es un montón. También nos dijo que la capital es Mbabane y que tienen un rey que se llama Mswati. Nos mostró la foto de tu rey pero no tiene corona. No importa, igual tiene plumas y collares. Nosotros no tenemos rey, tenemos presidente; mi papá dice que cambiamos mucho de presidente. ¿Ustedes también? Bueno, nos mostró el escudo de tu país y me pareció re copado, un león y un elefante que sostienen una armadura, parece. El nuestro tiene laureles y un gorro que simboliza la libertad. Pero a mi me parece que mucha libertad no tenemos, porque nuestras casas tienen rejas como en las cárceles y nuestros papás siempre tienen mucho miedo de que salgamos a la calle porque nos puede pasar algo. También tiene unas manos que se agarran y eso parece que simboliza la unión. Pero yo veo que hay muchas peleas en este país, salvo cuando gana Argentina al fútbol, que ahí si salimos todos a festejar a la calle y es una verdadera fiesta. Tu rey es de otro color, vos también ¿no? A mi me gustaría tener un amigo de otro color, pero mi papá dice que no hay que confiar en la gente que es diferente a nosotros. No sé por qué lo dice, porque yo tengo un amigo coreano, que tiene también otro color y que es re copado. ¿Querés ser mi amigo? Yo, cuando sea grande, voy a ser piloto y voy a tener mi avión y te voy a ir a visitar. Allá hay leones y elefantes y un montón de animales de verdad, ¿no? Porque acá mi papá siempre habla de lo animales que son algunos políticos, pero son personas, o sea, no son animales de verdad. ¿Me entendés? Y salvo por mi perro Benicio, yo no veo nunca animales, de los de verdad, digo. Una vez fui al zoológico y los vi, pero están encerrados en unas jaulas…
Bueno amigo, ojalá me contestes así me contás más cosas de tu país y de tu escudo. En la próxima te cuento cosas más divertidas. De la play station y los jueguitos, que están re copados. Chau amigo,

Matías miró hacia la ventana, pensativo …, buscó el liquid paper, borró la última frase y la reemplazó por “acá está anocheciendo y veo las estrellas desde mi ventana, quizás vos también las estés mirando. Chau amigo”

Cerró el cuaderno y un ruido en la panza le recordó que tenía hambre.

India

Me despido tristeza,
ya no te quiero cerca.
Vi en tus ojos el horror,
el hambre, la pobreza;
y me creo sin derecho
a reclamar nada
y me lamento
por haber sido tan necia.

Mis ojos hoy descubrieron
la verdad a secas,
el velo cayó y te vi
tal cual eras.
Hoy por fin descubrí
mi verdad a cuestas
y entendí que el amor
está más allá de
pálidas quimeras.

Es esa mirada pura,
esa madre hambrienta,
que ruega por una moneda
que yo despilfarro
sin conciencia.
Es una casta olvidada
pero entera;
que pelea codo a codo
con la miseria.

Es una cultura
que nos es tan ajena
pero como un puñal
nos duele y nos enseña
el momento de no confiar
en las apariencias;
de encontrar en otros ojos
y en cada cosa,
la verdadera esencia.

Es un país milenario
que no desperdicia tiempo
en vanas promesas;
que me mira y me enseña
a ser más honesta,
a ser más digna, más austera;
que me regala el milagro
de no sentir pena,
y una genuina alegría
por la diaria entrega.

Hoy

Este mundo púrpura volverá,
y dará paso a un nuevo amanecer.
Y mi vida encontrará el camino
que perdió.
Y volveré a ver
los tulipanes en flor,
y las libélulas cantarán
un nuevo canto al amor.

Este mundo púrpura pasará,
y regresará el dolor,
para que pueda encontrar
mi sentido y mi razón.
Y esperaré, una vez más,
aquel nuevo amanecer
que me devuelva la risa,
que creí perder.

Este mundo púrpura es
mi presente,
mi poema, mi canción.
Es lo que pido,
lo que siento, lo que doy.
El mañana no existe,
el ayer se perdió.
¿Cómo hacer para entender
que todo lo que tengo es hoy?

Sonidos que trae el viento (para Vicente)

Desde allá lejos, a mar abierto
se escuchan sonidos
que trae el viento.
Es una música suave,
un cantar abierto,
de nostalgias y
barcos cargueros;
de peces, de algas,
de pescadores y piratas;
de redes que son hoy de
acero.
Son tus amigos, Vicente,
los de allá lejos,
los que nos fuiste trayendo,
los que fueron testigos
y protagonistas
de tus historias,
de tus hazañas,
de tus sueños.

Hoy desde este lugar
nos unimos a ellos.
Y aquella melodía se funde
con la nuestra;
la de quienes reímos y lloramos
con tus certeras letras;
los que te queremos
y esperamos,
para que nos nutras
y nos alientes
con tus historias tiernas.
Los que te necesitamos
para que nos llenes el alma
con tu presencia.

A Vicente Dilernia

Quisiera decirte que no aflojes,
que te quedes, que soportes.
Quisiera que no te rindas,
que te levantes, que regreses.

Pero sé que no debo pedirte eso.
Tú ya has fijado tu camino
y tu destino;
tú conoces más que nadie
las mareas,
el momento exacto en que la ola rompe
y se lleva con ella el cansancio,
el dolor, el miedo, la absurda realidad,
la indiferencia, la estupidez humana,
la vergüenza.

Yo quiero decirte que me arrepiento
de no haber aprovechado el tiempo
en que pude conocerte más.
¡Me perdí de tanto! Recién lo entiendo.
¡Perdóname barquero,
por quedarme en mi encierro
seguro y cómodo, en mis lamentos!
Como este llanto de hoy
egoísta y plañidero.

Por esto te digo querido Capitán,
amigo tierno.
Respeto tu decisión y te libero.
Navega lejos, Vicente,
a donde te lleven los vientos.
Si esa es tu decisión, la respeto.

Yo me quedo con el amor
de Luciano y Catalina,
con tus poemas, tu genio,
tu humor y tu recuerdo.
Pero si quieres quedarte,
aquí te espero.

Ojos tras una reja

Ojos que preguntan y que duelen,
que revelan y estremecen;
que sollozan y que ruegan,
que me salvan y me enseñan.
Y me piden:
que no les de la espalda,
que los recuerde, de noche
en mi cómoda cama;
ellos también quieren viajar en globo
y caminar descalzos en una playa
y sentir que no están tan solos
en esa celda olvidada.

Resurrección

Me llama.
Yo corro y me escapo.
Ella vuelve a llamarme.
Me seduce más la realidad
que el encuentro
con lo desconocido.
Pero ella está allí,
y despacio,
cada vez con más intensidad,
me va atrapando.
Le temo.
Vuelvo a correr.
Me resisto.
Sé que dejo algo de mí
que no va a retornar;
quiero seguir siendo
sólo yo misma.
Ella insiste
y en un halo envolvente
me va llevando.
El momento de la entrega
se acerca,
tiemblo y transpiro.
Su energía me atrapa
y ya no existo.
Es ella.
Se apodera de mí.
Me alcanza.
En un primer instante:
el éxtasis y la muerte;
en el otro:
el descanso,
la serena complacencia,
la Vida.

Renacer

Hay una voz que me susurra de a ratos;
y me habla de universos lejanos
que me empeño en alcanzar,
despojada del caprichoso yugo de antaño.

Hasta hoy fui un barco a la deriva,
una veleta al viento, una hoja caída,
una flor que de tantas veces elegida,
se perdió en el abismo de si misma.

Hoy soy una rama del árbol suspendida,
que va buscando la luz hasta caer rendida;
y otras ramas me impulsan hacia arriba
despertando mi alma adormecida.

Ya no me basta ser figura repetida.
Intentaré ir tras los muros que temía.
Caerá la máscara por fin, vencida,
para llegar a esos mundos, pero viva.

¿Quién teje los hilos?

Dime estrella blanca
que observo acostada
cuál es el secreto
que encierra tu casa.
¿Quién teje los hilos
de tantas batallas
que el hombre pequeño
cada día entabla?
¿Quien nos hace creer
un día en la magia
y al otro nos hiere
con filosa lanza?
Cuéntame despacio
por qué hoy llora mi alma
y mañana ríe
sin que cambie nada?
¿Quién es el verdugo
que mata mi anhelo
y al rato me colma
de amor y consuelo?
¿Por qué quien me ama
no cabe en mis sueños
y aquel que yo busco
se esfuma en el ruego?
Dime por favor
si en esa tu casa,
se funden los cuerpos
se encuentran las almas
y al rato se atacan,
pelean, se matan;
de júbilo estallan
los cuerpos celestes
después se separan,
sufren, se desgarran,
ríen y se abrazan
dudan y se rinden
al miedo tirano
que todo lo empaña.

miércoles, 23 de abril de 2008

La espada en la piedra

Los dos hombres se encontraban sentados cómodamente sobre un colchón diáfano y transparente. Uno de ellos tenía una barba larga y gris, como su cabellera, que le llegaba a los hombros. Sus ojos azules escrutaban el horizonte mientras el otro hombre, más joven, le hablaba.

-¿Es preciso que elija? ¿No puedo probar primero una opción y después la otra?

-No muchacho. En este momento tienes la posibilidad de elegir un solo camino. Lo que hagas en el tiempo que escojas te abrirá las puertas a otras opciones. Aunque yo ya no estaré para guiarte.

El anciano le mostró un aparato pequeño, blanco, con una pantalla del tamaño de una cámara digital y dos botones, uno rojo y uno verde.

-Ahora te mostraré tu vida en dos tiempos diferentes. Sólo podrás percibir un momento de cada lugar, las circunstancias y las personas que te acompañarán; como no recuerdas nada más que tu nombre te diré que acabas de morir y, como una concesión especial dada por Dios por tus buenas acciones, podrás elegir a qué vida regresar. Cada uno de estos botones es una opción diferente.

El anciano pulsó el botón rojo y en la pantalla se vio la siguiente inscripción: “Año 516; planeta: Tierra; habitante: Excalibur”

-¿Estás listo?

-Si, pero antes quisiera preguntarte algo: ¿por qué Excalibur, si mi nombre es Arturo?

-Eso no tiene ninguna importancia.

El anciano pulsó nuevamente el botón rojo e indicó al joven que observara el firmamento; éste repentinamente se oscureció para mostrar en una pantalla gigante una tropilla de caballos blancos al galope, montados por caballeros con armaduras medievales que llegaban a un castillo y pedían hablar con el rey. Este los recibió y los escuchó atentamente: “Su Majestad, venimos de parte de Merlín, quien se ha enterado de que su hijo Arturo ha nacido. Tenemos la misión de llevarlo con él para que cumpla su promesa de criarlo, a fin de que se convierta en el mejor rey de Gran Bretaña”. El rey asintió y mandó buscar a su hijo. Con esa última escena el firmamento volvió a su color celeste.

Luego el anciano pulsó el botón verde y en la pantalla se vio la siguiente inscripción: “Año 2007; planeta: Tierra; habitante: Excalibur”. Al pulsar una vez más el botón verde el cielo se oscureció y en la pantalla gigante se vio a una mujer joven, de una belleza singular, llorando amargamente, mientras se abrazaba a quien parecía su amiga y le decía: “se fue, Arturo se fue muy enojado y no va a volver”. ”¿Qué fue lo que pasó Guini?”. “Me vio abrazada a Lance, pero no sabe que estábamos festejando su triunfo en las elecciones internas del partido. Yo amo a Arturo y Lance lo admira, es su mejor amigo...” Su imagen cubrió toda la pantalla y sus ojos tristes parecieron mirarlo. Al instante la pantalla se apagó.

El hombre le dijo:

-Bien. Tienes cinco minutos para tomar una decisión.

-Ya elegí. Quiero volver a ver ese rostro de mujer.

La máquina del tiempo se detuvo en el año 2007. Arturo se despertó y se encontró tirado en la calle, con un fuerte dolor de cabeza; lo rodeaba un grupo de gente que murmuraba frases inconexas. No entendía qué había pasado. Un médico lo auscultó y suspiró aliviado. “Va a vivir, volvieron sus signos vitales”. A unos metros de allí, su nueva scooter yacía como si un camión le hubiera pasado por encima. Buscó en el bolsillo su celular, que seguía intacto, y marcó el número de Guini.

El mensaje

¡Hola Negra! Desde el asteroide Kettler te hablo! No te asustes. Soy Román, me quedé atascado aquí camino al Paraíso.

Te cuento que es una especie de purgatorio que algunos atorrantes como yo necesitamos para llegar más preparados al Cielo, un lugar que acá se comenta que es posta. Este es un sitio bastante siniestro, muchas almas pululan a mí alrededor, pero nadie se acerca a menos que yo lo haga. Por las noches, que en realidad se miden porque las estrellas se ven más cerca -porque aquí es siempre de noche- se reúnen en grupos de 6, en unos especies de cráteres que hay. Uno se tiene que acercar y elegir un asiento; si no hay lugar, prueba en otro hasta que se ubica. Dentro de estos cráteres hay luz, pero no hay ninguna bombita, ni lámpara, ni nada. Es una luz muy blanca, diferente a las luces de allá. Uno de los seis es el líder y el encargado de hablarnos sobre las diferentes maneras de salir de acá. Parece que los que aprendan se van al Cielo y los que no, se irán con este asteroide a chocar contra la tierra, pero no nos dijo cuándo. No te asustes mi amor porque eso va a pasar en millones de años. Dice que hay que ser creativo; yo, que en la vida dibujé ni un barrilete. Porque los creativos son esos que pintan ¿no Negrita? Vos que te las sabés todas te irías como un tejo al cielo… lo que es yo, no caso una. Pero bueno te contaba que este pibe dice que hay que romper la rutina… ¿qué rutina? si acá no hay tele, ni fobal, ni birra, ni fasos… también que la respuesta está en nuestro interior, que tenemos que hacer las cosas de manera diferente a la que estamos acostumbrados, que tenemos que volver a ser como niños, a descubrir todo de nuevo, como si fuera la primera vez y a amar a los otros, aunque sean diferentes. Yo a vos te amo, Negra, a mi vieja, a la Titi y a la Nona y a los muchachos, así que tengo una parte aprendida ya –aunque al viejo no lo puedo perdonar. ¿Sabés que acá no me duele tanto lo que me hizo... Pero... ¿cómo puedo amar a todos estos fantasmas que no conozco? No sé, no entiendo nada... parece que nada más con escuchar y abrir la mente y el corazón, las cosas se van resolviendo solas, como que no hay que hacer mucho esfuerzo más que ese… Yo, la verdad, no entiendo un corno, pero ya le iré tomando la mano. ¿Sabés a quién me encontré acá? Al turco Elías. ¿Te acordás cuando se pegó un palo con el auto del padre? Bueno, te cuento, me dijo que está hace una semana, cosa que me sorprendió mucho porque se murió hace como diez años… ¿te acordás? ¿cómo puede ser Negra, me querés decir? Acá es todo muy, muy raro. Pero yo estoy bien, no me duelen más los pies porque no tengo que caminar, comida no necesito porque mi cuerpo es como transparente, no puedo tocar a nadie y no me pueden tocar… eso es lo que más extraño… una buena revolcada con vos… Dios, cómo me gustaría! Aunque por otro lado eso tiene su parte buena porque con lo calentón que soy no corro peligro que nadie me pegue una trompada.
Bueno Negri, te dejo porque el turco me prestó una especie de telefonito, como un celular chiquito que se ganó por haber hecho una buena acción –no tengo ni idea cuál- para que te mande este mensaje, y se lo tengo que devolver antes de que nos pesquen… el castigo creo es no ver más al turco. Voy a tratar de abrir el bocho para aprender y ganarme uno de estos así me puedo comunicar con vos más seguido. Te quiero mi negra linda. Chau. ¡Hasta pronto!

Marisa se despertó con una sensación rara. Había tenido un sueño donde él le hablaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar aquel momento que ya creía superado. Román, su primer amor, había muerto de una bala perdida cuatro años atrás cuando estaban a punto de casarse.