jueves, 11 de septiembre de 2008

Rutina

Se cortó la luz y me quedé sentada frente a la computadora con su mail a medio leer ¿Puedo haber sido tan estúpida de ver signos donde no los hay? ¿Puedo haberme equivocado tanto? La oscuridad de afuera se confundió con la de adentro y me quedé sentada, mirando cómo la luz de la luna se reflejaba en el estanque; parecía decirme que ella también estaba sola. Que su función era proyectar la luz, pero no era parte de su ser. Que como yo lo necesitaba a él, ella los rayos del sol para brillar.

Mis lágrimas corrían silenciosas y agradecí que nadie pudiera verlas. No podía compartir mi tristeza con ellos, no entenderían que mi corazón estaba herido y que tardaría en cicatrizar. La noche me protegía como una suave máscara y agradecí al corte de luz esa complicidad; al menos alguien se había apiadado de mí.

La luz volvió y otra vez la compostura. El tiempo de llorar pasó, guardé mi pena en un lugar secreto de mi conciencia y la casa se llenó de ruidos y exigencias. Me calcé una vez mi armadura, apagué la computadora y seguí con mi rutina.

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