lunes, 3 de noviembre de 2008

La hormiga gigante

Éramos tres chicos descubriendo el mundo. Lo tangible estaba ante nuestros ojos y cada cual le daba su mirada. Lo intangible era otra historia, de eso no hablábamos; sólo capturábamos la experiencia sin saber qué huellas dejaría en nosotros. El ritual, cada tarde de aquel verano caliente, era repetido hasta que debíamos volver a casa, con las mejillas arrebatadas y el asombro vibrando en nuestras miradas.

El juego consistía en captar cualquier imagen con una lupa y describir lo que veíamos. Anotábamos en un cuaderno la experiencia y luego lo guardábamos en una caja de lata que yacía enterrada bajo el viejo alcanfor.

Cuando Marita murió por sobredosis, Lucho y yo volvimos, luego de diez años, a desenterrar aquel cuaderno. Éste se abrió en la hoja donde ella había escrito: “las tres hormigas gigantes acarrean un peso descomunal sobre sus espaldas, pero es ella la que lleva la carga más pesada. Un dedo humano le arrebata la vida en un certero golpe. Ella lucha infructuosamente. Los dos compañeros pretenden reavivarla, no lo logran y escapan asustados. Es curioso, el dedo ahora es pequeñito y la hormiga gigante. Es muy bella en su quietud. Pobrecita. Voy a enterrarla en mi jardín”.