lunes, 21 de julio de 2008

Un salto al vacío

La orquesta tocaba en el lugar. Sentada en la barra esperaba ansiosamente a Germán. Me congratulé por haber salido de casa temprano, ya que en el camino me crucé con un piquete que no me dejaba pasar; estacioné el auto a diez cuadras y caminé hasta el pub. Por fin habíamos decidido encontrarnos y nos citamos en este bar alejado del mundanal ruido. Los músicos tocaban jazz moderno, las luces bastante tenues para mi gusto y el salón de un tamaño mediano, decorado con buen gusto, tenía a los costados unos confortables sillones rojos conformando espacios más íntimos.

Hacía días, quizás semanas, que me había obsesionado con Germán. Nos conocimos de casualidad en casa de unos amigos y si bien de entrada no me había llamado la atención, él se acercó a mi de una manera tan natural y despreocupada que me cautivó al segundo. En aquel momento mis hormonas todavía estaban revolucionadas por Julián, un rubio con quien antes de comenzar un romance que se insinuaba tempestuoso y pasional me había anunciado, sin mucho preámbulo, que se iba a Rusia, persiguiendo a un novio a quien no podía olvidar. Así que, sin recuperarme del todo del shock, trasladé mi lívido de Julián a Germán, con una velocidad pasmosa. Me enamoré perdidamente de la barba oscura y canosa de este último y de su manera un tanto excéntrica de vestirse. La charla esa noche había girado en torno a la situación del país y, aunque tenía ideas un tanto anarquistas y contradictorias, había algo en sus modos, en su manera de hablar, en sus gestos, que me habían atrapado. Aunque no me resultó tan fácil conseguir que se fijara en mí y no era cuestión de que me le regalara tan fácilmente. Durante casi seis meses intercambiamos mails y mantuvimos una comunicación solamente epistolar. No volví a verlo hasta esa noche en que por fin sentiría su olor, podría rozar su mano como al descuido y mirarlo directamente a los ojos; en eso me tenía fe porque escribir no es mi fuerte y soy lo que se dice muy torpe para expresar mis verdaderos sentimientos en frases seductoras o dejarlo con la pelota picando, como dice mi amiga Roberta. Estaba nerviosa y me había tomado un whisky puro para darme valor. No había comido nada desde el mediodía por lo que el alcohol se me subió directamente a la cabeza; eso me permitió no notar el retraso de Germán y me concentré en mis pensamientos y en disfrutar de la música. Me pedí otro whisky, esta vez con algunas aceitunas y mientras el barman llenaba el vaso me concentré en el líquido color malta y en las formas que adquirían las gotas al fusionarse unas con otras. Un barullo proveniente de la entrada llamó mi atención y me encontré mirando hacia allí con una sonrisita estúpida y despreocupada. Miré la hora, eran las nueve y nos habíamos citado a las ocho. Comencé a impacientarme pero decidí caminar hasta la puerta para ver qué pasaba: un tipo quería entrar y no lo dejaban, me acerqué un poco y lo vi; tenía una gorra en la cabeza que le tapaba toda la cara, sólo se le veían los ojos, y se estaba peleando con el encargado del bar.

-¡Es que adentro me están esperando hace una hora! ¡No se da cuenta de que necesito entrar!

-Lo siento señor. Podrá entrar sólo si se quita esa máscara de la cara.

-Dígame dónde dice que está prohibido entrar con la cara tapada. ¿Acaso hay alguna regla municipal que lo prohíba?

-Es regla de la casa. Últimamente hemos tenido muchos robos y no podemos arriesgarnos.

-¡Pero ya le he dicho que no traigo ningún arma! ¡Revíseme, vea!- el hombre alzó las manos pero el encargado no hizo ningún gesto para palparlo de armas.

La voz me resultaba familiar y no necesité mucho tiempo para darme cuenta de que era Germán.

-¿Germán? ¿Sos vos?

-¡Hola Luisa! ¡Menos mal que saliste porque este pelo tudo no me dejaba entrar!

-Pero...¿se puede saber por qué tenés puesto un pasamontaña?

-Vení. Vamos que después te explico.

-¿A dónde vamos?

Sin contestarme me tomó suavemente de la mano y nos fuimos caminando hacia la esquina, donde finalmente se sacó la gorra de lana. Entramos a un café, nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, me miró a los ojos, tomó mis manos entre las suyas y con la sonrisa más seductora del mundo me dijo:

-¿Te querés casar conmigo?

Hace diez años que estamos juntos. Cada día Germán me sorprende con algo diferente: un día es peronista, al otro conservador y al otro radical; por suerte no milita. El dice que la política corrompe y que por eso se hizo anarquista. Un día me trae flores, otro día llega, sin decir nada nos mete a todos en el auto y nos lleva al Planetario; a veces se enoja y grita pero enseguida se encierra en el baño, pone la música a todo lo que dá y sale al rato, me pide perdón y me da un beso. Me vuelve loca con sus cambios de ideología y con sus excentricidades y también me vuelve loca de amor. Mi vida a su lado es un salto al vacío pero él siempre aparece en el momento justo para salvarme. Es mi amor loco, mi puerto seguro, mi amigo tierno y el mejor padre que podría haber elegido para nuestros cuatro preciosos hijos. Nunca me explicó el porqué del pasamontaña; alguno de estos días quizás me acuerde de preguntarle.

6 comentarios:

Unknown dijo...

Geor: sabes que este cuento me gusta muy especialmente! Lindo se puso tu blog!
Y gracias por incluir algo mio!

Viviana dijo...

Felicitaciones Georgina! Muy bueno, de alguna manera transmitiste el vacío en el estómago que genera estar parado al borde de la cornisa...un estadito al que lleva tantas idas y vueltas y reacciones inesperadas -un poco vienen bien porque se llevan la rutina, pero siempre...uffff ¡tampoco la pavada!-
Un besote,
Vivi

Geor dijo...

Gracias Ely! Me alegro que por fin hayas pasado a visitarme.
Un beso enorme!

Geor dijo...

Gracias Vivi por tu comentario...
Y sí, a veces no sabemos qué es peor, si la rutina o el abismo No?
Jaja
Un beso inmenso,

Alicia dijo...

Reitero mi admiración por este relato tan original. Y lo que te dije anteriormente. Mejor no le preguntes el por qué...
Un gran beso
Alicia

Geor dijo...

Hola Alicia! Gracias por tu comentario, menos mal que es un cuento. Yo no me lo bancaría jaja
Un beso grande,