martes, 17 de julio de 2012

Mejor retirarse

El señor Trimarchi estaba nervioso. Tenía que justificar la reunión de último momento con su jefe.
-Licenciado Bisconti, sostengo que sería apropiado renunciar al cometido. –dijo.
-¿A qué se refiere, señor Trimarchi?
-Someter las papilas gustativas de nuestros clientes a semejante experiencia de sabor puede volverse peligroso.
Su jefe lo miró con recelo.
-¿Juzga usted reprochable la calidad de nuestros productos? –cuestionó.
-Todo lo contrario, licenciado. Precisamente, es su exquisitez lo que me tiene preocupado.
-Explíquese, señor Trimarchi.
El empleado revolvió algunas hojas, y continuó:
-Mire, es la segunda vez que formo fila en el supermercado y me enfrento con situaciones irracionales provocadas por nuestras galletitas. En mi caso sucedió con la línea Crachitas, pero sospecho que toda la gama de productos Franbún está implicada.
El licenciado Bisconti frunció el ceño.
-Cuénteme del episodio –dijo.
-¿Cuál entre los dos?
-Cualquiera, señor Trimarchi. No ande con vericuetos.
-Discúlpeme, Licenciado. Procedo a relatarle el último de ellos: resulta que estaba yo aguardando mi turno en la caja cuando reparé en un niño de modos inquietos. Apenas superaba los diez años, lagrimeaba y sujetaba tenazmente la blusa de su madre en un evidente gesto de reclamo.
-¿Por qué motivo llorisqueaba el precoz, señor Trimarchi?
-Según la lógica del diálogo que alcancé a escuchar, la madre le prohibió llevarse un ejemplar de la línea Crachitas rellenas con dulce de leche.
El licenciado Bisconti apuntó con un dedo a su empleado y protestó:
-¿Está usted insinuando que un niño infeliz es la razón por la cual Franbún debería retirar sus productos del mercado?
El señor Trimarchi temblaba:
-Bajo ningún punto de vista, licenciado. Con todo respeto, es que no me dejó continuar con la historia.
-Entonces hágalo, por favor, y le ruego que direccione su relato hacia los aspectos relevantes.
-Sí, licenciado –devolvió Trimarchi, que subrayaba palabras intrascendentes en sus apuntes- Resulta que al niño no le bastaron los argumentos esgrimidos por su madre, por lo cual acentuó su reclamo hasta mutar la escena en un escándalo.
-Justifique si es tan amable el calificativo de escandaloso. –desafió el jefe.
-Resulta, licenciado, que la escena llamó la atención de todos los presentes y hasta forzó la intervención del personal de seguridad.
-Señor Trimarchi, está usted agotando mi paciencia con el ejercicio retórico de evadir las cuestiones centrales del relato. Si no me brinda las explicaciones pertinentes, me veré obligado a ignorarlo y a relevar un informe haciendo énfasis en su comportamiento extraño.
-Le pido nuevamente disculpas, licenciado. Elijo detallar para que logre usted representarse los hechos adecuadamente.
-Señor Trimarchi, no necesito transformar esta reunión en un encuentro literario. Usted pretende poner en juego el futuro de productos Franbún, y su servidor, gerente comercial de esta prestigiosa empresa, desea saber los motivos. Cada palabra prescindible de su relato es un instante perdido de mi valioso tiempo. ¿Sería capaz de comentarme qué hecho concreto activó el desenlace al que usted hizo referencia?
-Le ruego que entienda, licenciado, que no se remite a un factor específico. Es más bien el desencadenamiento de diversos sucesos que fueron agravándose. Prosigo –dijo el señor Trimarchi acomodando los papeles-: al insistente tironeo de la blusa de la madre y al llanto caprichoso, les sucedieron los gritos. Primero los de él, acusándola de esotérica y de faltar a la justicia. Por lo que pude deducir, un segundo hijo completaba el triángulo de la historia, uno que, según recordaba el primero, había sido beneficiado con una importante golosina el día anterior.
-En efecto, obraba con criterio el niño al hacer ese reclamo. –Opinó el licenciado Bisconti, mostrando mayor interés.
-Pero espere a conocer la réplica de la madre. La señora, elevando aún más el volumen de los gritos, le recriminó a su hijo calificaciones bajas en un examen. Evidentemente, su hermano se merecía la golosina, no así él las galletitas de la línea Crachitas rellenas con dulce de leche. ¿Comprende?
-Comprendo. Habría que estar al detalle de los acontecimientos previos al día señalado para dar un veredicto juicioso. –Agregó Bisconti, de pie y sosteniéndose el mentón.
-Sin ninguna duda, licenciado. Esa es la razón por la cual deseché la posibilidad de intervenir –explicó Trimarchi, más aliviado.
-Algo quedó en el debe, señor Trimarchi: ¿Cuándo se concretó la intervención del personal de seguridad?
-Luego de que una clienta murmurara palabras a su oído antes de retirarse con el carro repleto. Tenga en cuenta que el enfrentamiento crecía en intensidad y a esa altura ya incluía insultos.
-¿El precoz faltó el respeto a su madre?
-Fue recíproco. ¿Me creería usted si le dijera que la señora planteó la pelea en código infantil? No vaciló en mostrar sus lágrimas y hasta le recriminó a su hijo cuestiones menos superficiales. Algo relativo al desinterés de él hacia los problemas de ella.
-Qué imprudente la madre, señor Trimarchi, ¡esos no son asuntos para discutir con una criatura!
-Coincido con su apreciación, licenciado. Para entonces la madre ya no estaba asistida por la cordura. La situación se tornó incómoda para los de la fila, mientras madre e hijo continuaban agrediéndose frente a la cajera y al personal de seguridad. Pero se sorprenderá cuando sepa que nada de lo sucedido hasta el momento fue en definitiva lo más curioso. Ese calificativo queda reservado para el final.
-¡Cuénteme! –exclamó el licenciado Bisconti.
-La madre no estuvo en condiciones de controlar la situación, por ende aflojó las rodillas y se dejó caer. Todos notamos que desde el piso observaba con detenimiento la góndola de bebidas, aunque parecía absorta en algún pensamiento triste. Permaneció inmóvil durante algunos minutos, rechazando la ayuda de terceros.
Bisconti le dio la espalda a su empleado en actitud pensativa.
-¿Qué hizo el precoz mientras tanto, señor Trimarchi?
- Aprovechó el desliz emocional de su madre para tomar su cartera y sustraer de allí los cuatro pesos con setenta y cinco centavos necesarios para adquirir nuestro producto. Por supuesto que la cajera lo impidió. ¿Pero entiende hacia dónde voy? A la hora de decidir entre su madre y Franbún, la criatura nos eligió a nosotros. Me pregunto si no estaremos atentando contra los valores de la familia.
Bisconti, del otro lado de la sala, reflexionó. Volvió a mostrarse y apoyó sus manos en la mesa.
-Un desenlace a la altura de los acontecimientos, y una historia de tintes dramáticos. Sin embargo, señor Trimarchi, sería imprudente de mi parte supeditar los capitales de la empresa a los caprichos de un infante.
-Licenciado, este es apenas un ápice del conjunto de factores. ¿Dispone de tiempo para atender a la segunda anécdota?
En ese momento llamaron a la puerta. Sin esperar permiso entró el ingeniero Ronchetti, alterado:
-Licenciado Bisconti, la asamblea está aguardando su presencia en la sala de conferencias para dar inicio a las sesiones ordinarias. ¿Qué razón amerita semejante retraso? –interpeló.
-Ingeniero Ronchetti, dispénseme por el incumplimiento de los horarios debidamente pactados con usted vía telefónica. Sucede que el señor Trimarchi, a quien le presento mediante este sencillo y desprolijo acto –dijo Bisconti señalando a su empleado- vio la imperiosa necesidad de convocarme a una reunión de carácter urgente. Amparado en evidencias discutibles, cree menester el paso a retiro de productos Franbún.
Con los ojos puestos en Trimarchi, Ronchetti sostuvo:
¬-Licenciado Bisconti, apelo a mi intachable juicio para pensar que los motivos que alega el empleado deberían ser atendibles si por ello usted osa concretar tamaño desplante a la junta directiva.
-Una vez más, ingeniero, me permito felicitarlo por sus atinadas conclusiones. En efecto, los argumentos del señor Trimarchi debieran considerarse, ya sea que determinen o no el futuro inmediato de tan prestigiosa empresa.
-Tenga a buen criterio facilitarme los detalles que hacen factible la desaparición de productos Franbún.
También tembló Bisconti al relatarle a Ronchetti con delicada precisión lo ocurrido en el supermercado. Finalizada la exposición, el ingeniero dirigió la palabra a Trimarchi:
-¿Es cierto que fue testigo usted de un segundo altercado de características similares?
-Absolutamente –respondió el señor Trimarchi.
-Y dígame, ¿haría falta conocer sus pormenores o podríamos considerarlo como un elemento más sin necesidad de agotar más minutos de nuestro invaluable tiempo?
-El segundo caso, ingeniero Ronchetti, conduce a las mismas conclusiones que el primero. Bien podríamos no abordarlo e iniciar sin miramientos el debate pertinente.
-Licenciado Bisconti, me enorgullece y tranquiliza por igual tener conocimiento de empleados tan comprometidos con el porvenir de productos Franbún. No obstante, mi apreciación no implica concordancia con las alternativas planteadas.
Aquí el señor Trimarchi arriesgó decir:
-Con el debido respeto que le otorga su magnánima investidura, ingeniero Ronchetti, me doy permiso a prescindir del protocolo e instar tanto a usted como al licenciado Bisconti a abandonar el edificio so pretexto de adentrarnos en el supermercado más próximo, para dar cuenta de indeseables que ocurran en torno a la adquisición de un producto de la gama Franbún. Arriesgo en esta causa mi honrado puesto, firme en mis convencimientos de que en estos términos, nuestras deliciosas galletitas serán únicas responsables de un descalabro cultural.
El ingeniero Ronchetti suspiró, luego levantó el teléfono y mandó a su secretaria a disculparse con los ejecutivos.


-Señor Trimarchi, ¿habrá sido prudente usted al inclinarse por este horario para demostrar su hipótesis? No percibo suficiente movimiento en este reducto de orientales -dijo el ingeniero Ronchetti mientras sujetaba y observaba un paquete de Crachitas.
-Ingeniero, será excluyente que usted se abandone a la paciencia. De lo contrario, sugiero que retome su agenda habitual y desestime el asunto. –se atrevió a responder Trimarchi, a lo cual el licenciado Bisconti creyó conveniente agregar:
-No puedo menos de imaginar que semejante entrega a esta causa tiene fundamento en la razón, habida cuenta de que el señor Trimarchi está apostado el futuro de su estabilidad económica en ella.
Pocos segundos después, un adolescente recorría con su mirada la góndola de galletitas.
-Estimados, préstense a observar al detalle el comportamiento del cliente –advirtió Trimarchi a sus jefes, a metros del comprador.
-Figúrense que sus ojos aparentan desorbitarse en estos instantes en que no logran dar visualmente con nuestro producto –agregó.
-¿Qué basamento sostiene su afirmación de que el lampiño se halla a la búsqueda de un producto Franbún? –preguntó el ingeniero Ronchetti.
-Cedo al transcurso del tiempo la respuesta a sus dudas –respondió Trimarchi con seguridad.
Finalmente, el adolescente eligió un paquete de Crachitas rellenas con dulce de leche. El licenciado Bisconti sonrió.
-Adivinó, Trimarchi. Sin embargo, lejos está la escena de tornarse escandalosa.
-Le ruego, licenciado, que espere a ver la reacción progresiva del lampiño cuando perciba que la demora para efectuar el intercambio de dinero por producto no estará por debajo de los cinco minutos. ¿No ve la cantidad de clientes que aguardan su turno en la caja? Sumado a esto, la empleada pareciera no estar avezada en la tarea de cobrar. Auguro un desenlace infeliz.
¬El ingeniero Ronchetti intervino:
-En efecto, observo que el púber carece de facultades para controlar su sistema nervioso. Ahora sus hombros y rodillas obran bajo la tutela de un intenso temblequeo.
-Note además la frecuencia con que tuerce el brazo para revisar la hora –agregó Trimarchi.
-¿Es mi ángulo de visión el que me engaña o ciertamente el subdesarrollado intenta comunicarse con la vendedora desde su posición? –consultó Bisconti. Su superior replicó:
-En vano realiza tal empresa, visto y considerando que la nacionalidad de la empleada y su inexperiencia implican desconocimiento total del idioma castellano.
-Esto pareciera atentar aun más contra su nula parsimonia –subrayó el licenciado.
-Afloran las primeras víctimas –remarcó Trimarchi-. La integrante de la fila que precede al virginal acaba de reprocharle a éste cierta falta de respeto.
Bisconti agregó:
-No supone esto una solución al conflicto. El virginal comienza a priorizar gestos iracundos por sobre los socialmente aceptados. ¿Continúo acaso desfavorecido por el campo visual o efectivamente lo que el púber tironea con su diestra es cabello de la predecesora?
-No falta a la verdad, licenciado. Lo que es más, permítame aportar que la intervención a gritos de la encargada sólo colabora con transmutar el entredicho en una mezcolanza incomprensible de idiomas.
-Tal vez debiéramos abandonar nuestra condición de espectadores e intervenir a los meros fines de prevenir una ola de violencia –sugirió Bisconti.
-Nuestro trabajo abarca un terreno más amplio, licenciado. De nuestro juicio depende que esta clase de hechos continúen o no sucediendo a la postre. Para ello debemos limitarnos a la abstracción –señaló Ronchetti.
-¿Aún mientras el alterado, tal como podemos apreciar, continúe proyectando sus fluidos salivales hacia los rostros de los orientales? –cuestionó Bisconti.
-Es este justamente uno de los parámetros a tener cuenta. Excelentísimos, estimo que ya contamos con evidencia suficiente. Procedamos a regresar a nuestras oficinas para debatir con la tranquilidad necesaria, lejos de este caos derivado.
Al atravesar la zona de conflicto rumbo a la salida, los tres trabajadores simularon no prestar atención al ida y vuelta de golpes de puño entre cliente, empleados y terceros.
Antes de cruzar la calle, Ronchetti percibió un último detalle y alertó a sus compañeros:
-¿Pueden verlo? Es el virginal escapando del asedio oriental. Presa de la gula y el vicio, elude peatones mediante empujones y se voltea para comprobar que la distancia que lo separa de sus adversarios sea sostenible en el tiempo. Allí avanza nuestro héroe, con todo dado para disfrutar de su objeto de deseo.
Hizo una pausa y luego continuó:
-Excelentísimos, escasean los motivos para discutir. Encuentro idónea la circunstancia para tomar una decisión unilateral: productos Franbún adelantará el lanzamiento de la línea Crachitas bañadas con chocolate. ¿Qué opina, licenciado Bisconti?
-Ingeniero, no podría esperarse de usted determinación menos atinada.

martes, 3 de julio de 2012

Rayos

En un juego de tramposos intercambios -si me das te doy- la corriente se estira en rayos que van y vienen, de otros a mí y de mí a ellos, y descubro el alimento que alienta mi metamorfosis. De eso se nutren mis venas y escribo.

Cada palabra que surge espontánea tiene la cadencia de sus guiños, de un mínimo gesto de aprobación, aunque no sea cierto. Vos, vos y vos son mi contínua inspiración. Pero me alejo. Mi sombra melancólica se escapa temerosa desintegrándose en justificaciones vanas.

Busco el amor en este mundo que se empeña en mostrarme el miedo.

Sin lágrimas que me ayuden a vivir el duelo, recorro caminos ajenos y me redimo en el recuerdo de tus besos cálidos.

Las palabras resurgen y vuelvo a ser, a saber, a entender...

Te necesito cerca para quebrar juntos el silencio.