martes, 29 de abril de 2008

Por siempre Pedro

Desde lejos no se ve mi casa de la infancia pero si los tilos en flor que daban alergia a mi madre y un aroma de primavera a mis recuerdos. En mi pueblo pequeño, mi familia era grande y yo me perdía entre esa multitud de parientes que no me dejaban un espacio propio. Mi casa era el refugio de muchos y una cárcel para mi. Yo me escapaba, corría por prados imaginarios que me mostraban un mundo diferente: los libros. Ellos eran como globos que me llevaban de un mundo a otro y mi mundo entonces era vasto, inmenso, repleto de imágenes de otras vidas, otras mentes, otras historias que me hacían vivir mil aventuras.

Un día apareció Pedro en mi rescate y me llevó a volar y a descubrir otras fragancias, otros árboles que, como lo tilos, tenían aromas nuevos para mi pero añejos para él, como los cipreses y los álamos. Pedro era mágico, parecía conocer todo de mi, a pesar de mi silencio. Y yo lo seguía, tomada de su mano, entregada a ese desborde de vida y de pasión. Nos bañábamos en el río y reíamos a carcajadas ante la mirada atónita de una liebre, que huía despavorida, asustada por nuestra vehemencia. Extenuados, descansábamos al sol, escuchábamos a los grillos y nos quedábamos horas sin hablar, simplemente respirando la vida a nuestro alrededor. Ya no necesitaba los libros, con Pedro estaba viviendo mi propia aventura y no tenía tiempo para otra cosa.

-Beatriz, hija, por fin llegaste. Tu madre está enojadísima. ¿Dónde te habías metido criatura? –me dijo la tía María con el semblante sombrío por la pena.

-Estaba en el río, con Pedro.

-Bueno, ven rápido que ha ocurrido una tragedia. Tu hermano, Tomás, ha sufrido un accidente y se van a Buenos Aires.

-¿Qué le pasó a mi hermano?

-Lo tiró el caballo y parece que tiene conmoción cerebral. El médico del pueblo aconsejó llevarlo de urgencia a la capital.

-¿Y yo tengo que ir María? ¿Qué sentido tiene que me vaya ahora?

-Pero Beatriz. No discutas. Se van todos. ¿No pretenderás quedarte sola aquí?

-Puedo quedarme contigo. Prometo portarme bien.

María me tomó de la mano y me dijo:

-A tus doce años hay cosas que ya puedes entender, Beatriz. Tu hermano está muy grave y se van definitivamente a la capital, hasta que se recupere. No puedes quedarte conmigo, hijita. Tu madre no lo va a permitir.

Nos mudamos ese día a Buenos Aires y no volvimos al pueblo, ya que mi hermano Tomás estuvo un año en estado vegetativo y los médicos no quisieron volverlo a trasladar. Poco a poco fue recuperando los signos vitales, pero ya no es el mismo. Yo, cada tanto le cuento historias, cuentos que escribo para él. Sé que me escucha y una leve sonrisa asoma en su rostro. Hoy cumplo 15 años y mi primer pensamiento al levantarme es para Pedro. Sé que me está esperando, como yo a él.

Quizás, algún día, cuando Tomás se recupere del todo, volvamos al pueblo que me vio nacer.

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