martes, 29 de julio de 2008

Penélope

Eran dos seres que habían sido destinados el uno para el otro. Las edades no importaban. Ella era algunos años menor y él un hombre maduro. Se encontraron en Internet y se reconocieron de otras vidas, de otros tiempos. El juego de seducción comenzó y la magia hizo estragos en los dos corazones solitarios. Intercambiaron fotos y mails. Todo fue perfecto hasta que el silencio de los dos interrumpió el hechizo. Cuando hay tanta pasión acumulada, la energía puede descontrolarse. Ella pensó que él se había asustado y él pensó lo mismo. En estos juegos del amor el miedo es un tirano que ahuyenta nuestras mejores intenciones y las esconde entre tules y sedas para saltar en el momento menos pensado.
Penélope finalmente tuvo noticias de él, pero fueron tristes, repletas de reproches y dolor. Se desesperó, no sabía cómo hacer para que él entendiera que los planetas no se habían alineado esta vez y una mano oscura había cortado esa fluida comunicación que los había unido. El cerró la llave de su corazón intempestivamente, se sintió herido y se lo dijo. Ese fue el único mail que llegó. Los otros, los de Penélope, siguen vagando en algún lugar del ciberespacio, esperando que él se decida a leerlos. La puerta está sin llave y ella sigue tejiendo ilusiones de día y destejiendo de noche, porque sabe que Odiseo volverá a ella y matará a todos los miedos, esos pretendientes intrusos que lo confundieron, para permanecer con ella, como está escrito, como debe ser.

domingo, 27 de julio de 2008

Golpe de calor

Me senté en el bar de la esquina de Corrientes y San Martín para tomar algo fresco. El calor insoportable estaba apretando mi cerebro pero lo sentía en los pies. Busqué un lugar cerca de la ventana y fijé la mirada en toda esa gente que pulula, como hormigas, por la ciudad. Caras de dolor, de aburrimiento, de contento, de resignación, de zozobra, caras, tantas caras y cuerpos que se me venían encima y me apretaban y me ahogaban... Con el primer trago, el fresco líquido entró por mis venas hasta mis pies y miré otra vez por la ventana. Ahora veía sólo zapatos, zapatos negros, marrones, blancos, azules, rojos, verdes, amarillos, celestes. Zapatos de hombre y de mujer sin sus cuerpos, caminando desenfrenados en todas direcciones; algunos se detenían indecisos o esperaban a cruzar la calle, pero todos se movían nerviosos para adelante, para el costado, se detenían, seguían... De repente comenzaron a caminar para atrás y todos se dirigían a mi y una multitud de zapatos al revés se paró del otro lado de la ventana, esperándome a que saliera. Miré a mi alrededor y las demás personas que estaban en el bar parecieron no notarlo. Entré en pánico. Una señora que estaba al lado mío desapareció pero se olvidó los zapatos. -¡Señora! Grité pero al rato me di cuenta de que en el bar no había nadie y todos se habían ido dejando allí sus zapatos y los zapatos de afuera empezaron a entrar y se me vinieron todos encima y...

-Señor, señor...

-¿Qué, qué pasa?

-No lo sé, pero está muy pálido. ¿Se siente bien? ¿Quiere un vaso de agua?

Le pagué, me tomé un taxi con aire acondicionado y lo llamé al Cholo, que sabe una torta de estas cosas y además, es veterinario. Me dijo que tenía un golpe de calor. Que cuando él les pone herraduras a los caballos en pleno verano les pasa lo mismo.

-¿Pero cómo que les pasa lo mismo? -le pregunté. –¿Qué es lo que les pasa?

-No -me dijo- eso no lo puedo saber, pero se ponen así de idiotas, empiezan a dar vueltas y se quieren sacar las herraduras.

-¿Y? ¿Qué tiene que ver eso con lo que te estoy contando?

-No tengo ni idea viejo, creo que a mi también me agarró un golpe de calor.

lunes, 21 de julio de 2008

¿Quién soy yo?

Me paro y observo a mi alrededor. Por momentos todo está bien, en su lugar, como tiene que ser. Y de repente, el caos, el torbellino, la casa, los hijos, las obligaciones. Mi mente alborotada busca el silencio y lo pide a gritos.

¿Quién soy? La respuesta se hace esperar; estoy demasiado ansiosa por saber. Me entrego y busco la quietud. ¿Quiénes son mis hijos? ¿Quién es mi marido? ¿Quiénes son mis amigos? No lo sé. Sólo sé que mi vida sin ellos no tendría sentido y muchas veces la vida con ellos me pesa. ¿Quiénes somos todos? ¿Para qué vinimos a este mundo extraño? ¿Para luchar por un lugar propio donde destacarnos?

¿Quién soy yo? En la limitación de mi cuerpo no soy nada. Una cara, una imagen que me devuelve el espejo pero que no es igual a la que ven los otros. Un envoltorio que mi mente utiliza para regodearse en pensamientos negativos que taladran mi cerebro sin pausa buscando quién sabe qué cosa. En lo que trato de entender de mi espíritu, un alma que encuentra a otras almas con quien se conecta y otras con quien apenas puede comunicarse; un ente solitario que deambula por universos misteriosos y desconocidos.

Y mis sentimientos, mi corazón. ¿A quién responden? ¿A una necesidad de amor que se nutre de trueques engañosos? ¿Yo te doy si me das algo a cambio y si no me das lo que quiero, te cargo de culpa para que vuelvas a amarme?

¿Quién soy yo?

Un salto al vacío

La orquesta tocaba en el lugar. Sentada en la barra esperaba ansiosamente a Germán. Me congratulé por haber salido de casa temprano, ya que en el camino me crucé con un piquete que no me dejaba pasar; estacioné el auto a diez cuadras y caminé hasta el pub. Por fin habíamos decidido encontrarnos y nos citamos en este bar alejado del mundanal ruido. Los músicos tocaban jazz moderno, las luces bastante tenues para mi gusto y el salón de un tamaño mediano, decorado con buen gusto, tenía a los costados unos confortables sillones rojos conformando espacios más íntimos.

Hacía días, quizás semanas, que me había obsesionado con Germán. Nos conocimos de casualidad en casa de unos amigos y si bien de entrada no me había llamado la atención, él se acercó a mi de una manera tan natural y despreocupada que me cautivó al segundo. En aquel momento mis hormonas todavía estaban revolucionadas por Julián, un rubio con quien antes de comenzar un romance que se insinuaba tempestuoso y pasional me había anunciado, sin mucho preámbulo, que se iba a Rusia, persiguiendo a un novio a quien no podía olvidar. Así que, sin recuperarme del todo del shock, trasladé mi lívido de Julián a Germán, con una velocidad pasmosa. Me enamoré perdidamente de la barba oscura y canosa de este último y de su manera un tanto excéntrica de vestirse. La charla esa noche había girado en torno a la situación del país y, aunque tenía ideas un tanto anarquistas y contradictorias, había algo en sus modos, en su manera de hablar, en sus gestos, que me habían atrapado. Aunque no me resultó tan fácil conseguir que se fijara en mí y no era cuestión de que me le regalara tan fácilmente. Durante casi seis meses intercambiamos mails y mantuvimos una comunicación solamente epistolar. No volví a verlo hasta esa noche en que por fin sentiría su olor, podría rozar su mano como al descuido y mirarlo directamente a los ojos; en eso me tenía fe porque escribir no es mi fuerte y soy lo que se dice muy torpe para expresar mis verdaderos sentimientos en frases seductoras o dejarlo con la pelota picando, como dice mi amiga Roberta. Estaba nerviosa y me había tomado un whisky puro para darme valor. No había comido nada desde el mediodía por lo que el alcohol se me subió directamente a la cabeza; eso me permitió no notar el retraso de Germán y me concentré en mis pensamientos y en disfrutar de la música. Me pedí otro whisky, esta vez con algunas aceitunas y mientras el barman llenaba el vaso me concentré en el líquido color malta y en las formas que adquirían las gotas al fusionarse unas con otras. Un barullo proveniente de la entrada llamó mi atención y me encontré mirando hacia allí con una sonrisita estúpida y despreocupada. Miré la hora, eran las nueve y nos habíamos citado a las ocho. Comencé a impacientarme pero decidí caminar hasta la puerta para ver qué pasaba: un tipo quería entrar y no lo dejaban, me acerqué un poco y lo vi; tenía una gorra en la cabeza que le tapaba toda la cara, sólo se le veían los ojos, y se estaba peleando con el encargado del bar.

-¡Es que adentro me están esperando hace una hora! ¡No se da cuenta de que necesito entrar!

-Lo siento señor. Podrá entrar sólo si se quita esa máscara de la cara.

-Dígame dónde dice que está prohibido entrar con la cara tapada. ¿Acaso hay alguna regla municipal que lo prohíba?

-Es regla de la casa. Últimamente hemos tenido muchos robos y no podemos arriesgarnos.

-¡Pero ya le he dicho que no traigo ningún arma! ¡Revíseme, vea!- el hombre alzó las manos pero el encargado no hizo ningún gesto para palparlo de armas.

La voz me resultaba familiar y no necesité mucho tiempo para darme cuenta de que era Germán.

-¿Germán? ¿Sos vos?

-¡Hola Luisa! ¡Menos mal que saliste porque este pelo tudo no me dejaba entrar!

-Pero...¿se puede saber por qué tenés puesto un pasamontaña?

-Vení. Vamos que después te explico.

-¿A dónde vamos?

Sin contestarme me tomó suavemente de la mano y nos fuimos caminando hacia la esquina, donde finalmente se sacó la gorra de lana. Entramos a un café, nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, me miró a los ojos, tomó mis manos entre las suyas y con la sonrisa más seductora del mundo me dijo:

-¿Te querés casar conmigo?

Hace diez años que estamos juntos. Cada día Germán me sorprende con algo diferente: un día es peronista, al otro conservador y al otro radical; por suerte no milita. El dice que la política corrompe y que por eso se hizo anarquista. Un día me trae flores, otro día llega, sin decir nada nos mete a todos en el auto y nos lleva al Planetario; a veces se enoja y grita pero enseguida se encierra en el baño, pone la música a todo lo que dá y sale al rato, me pide perdón y me da un beso. Me vuelve loca con sus cambios de ideología y con sus excentricidades y también me vuelve loca de amor. Mi vida a su lado es un salto al vacío pero él siempre aparece en el momento justo para salvarme. Es mi amor loco, mi puerto seguro, mi amigo tierno y el mejor padre que podría haber elegido para nuestros cuatro preciosos hijos. Nunca me explicó el porqué del pasamontaña; alguno de estos días quizás me acuerde de preguntarle.

No más yo

Con la lámpara encendida o apagada, a oscuras o encandilada, sé que camino aunque no sepa dónde voy. Lloro, río, me emociono, acaricio, abrazo, suelto, amarro, sigo caminando, me encuentro, me pierdo, fumo, me calzo un jean, rejuvenezco, me descalzo, bailo, vuelo, giro, doy vueltas y me divierto. Soy un remolino que se lleva el viento, una brisa suave que se va convirtiendo en vendaval que arrasa con mis penas y las hace añicos. Me tiro al piso y me arrastro, me doy vuelta sobre mi misma y como un resorte me levanto, salto, brinco, vibro y me elevo. Vuelo y te encuentro en el aire. Nos confundimos en un abrazo y mutamos; ahora somos nubes, luego soles, luego rocas, luego fuego, luego lunas, luego espejos y cristales que se derriten y se funden en una sola copa, nueva, fulgurante, única. Y ahora caminamos, aunque no sepamos dónde vamos, lloramos, reímos, nos emocionamos, nos amamos. Ya no más yo, ahora nosotros.

Al menos, hoy (de Alicia)

Decidí podar la enredadera. Y llenar de floreros con campanillas azules, toda la casa. Y también decidí hacer unas cuantas cosas más.
No atender el teléfono.
Abrir todas las ventanas para que las cortinas bailen como locas. Como nunca antes.
Saludar a todo el que pase por la vereda.
Poner la música bien fuerte y bailar griego, descalza.Vaciar los cajones y tirar un montón de cosas en bolsas negras. Salvo los jabones de violetas y mi túnica blanca, comprados durante algún veraneo en Brasil.
Poner el regador del jardín girando al máximo para que lo empape todo.
Juntar menta del cantero, para prepararme una enorme taza de té.
Cocinar un bizcochuelo de chocolate y otro con manzanas verdes. Para acompañar el té.
Dejarme el pelo suelto todo el día.
Andar por la casa con los ojos cerrados. Para verla distinta.
No barrer las hojas del patio, porque me gustan sus ocres variados.
Subir hasta la terraza para cortar un ramito del jazmín celeste del vecino, para mezclarlos con las campanillas.
Poner el colchón en el suelo y dormir una siesta con mi perra mestiza, en el medio de la galería del frente.
Es increíble las ideas que surgen y las cosas que hay para hacer, cuando se decide por fin, podar una enredadera y entender que se puede ser feliz. Es cuestión de empezar… Al menos, hoy.

El segundo aliento (para mis amigos del foro de cuentos LNOL)

Amiga, amigo, hoy quiero decirte tantas cosas
pero mi corazón adormecido se regodea en la pena
y me impide ver todo lo bueno que me diste.
Te conocí y me regalaste un pedazo de vida.
Caminamos de la mano y en un abrazo cálido nos fundimos
dentro de un mundo que a veces me pregunto si existe,
ese que no está pero está y que cala hondo
en cada palabra, en cada silencio.
Te conocí un veinticuatro de agosto, un año atrás,
cuando te encontré en un espacio nuevo,
que descubrí de casualidad, en la que no creo.
De a poco me fui habituando a tus estilos,
a tus modos literarios,
a tus maneras de regalarme en palabras tus sueños.
Y despacio fui interpretando tus duelos,
festejando tus humoradas,
vibrando con cada explosión de tu creatividad
y tu talento.
Y otra dimensión apareció con eso.
Me descubrí cambiando, mutando mi intelecto dormido
en un renacer muy adentro,
donde despertaron esos mudos anhelos.
Y pude hablarte de ellos.
Y me reconocí en tus poemas o en tus cuentos.
Lloré con vos el desgarro de la partida
de nuestro querido barquero.
Y cuando ya me sentí parte de ésto,
apareció también el miedo.
Y ahora espero el segundo aliento,
ese que elevará mi voz hasta el cielo
para que pueda decirte cuánto te quiero,
para pedirte perdón si alguna vez te herí sin saberlo.

Mañana será otro día (de Elisabeth)

De las arenas del tiempo vinieron los recuerdos,
se me terminaron las excusas para seguir el camino,
perdí la brújula y el horizonte
me pregunté cuál era mi destino.
Y no halle respuestas en mis lágrimas.
Ni en las de otros.
Ni en el amor o en la gloria.
Ni en la visión de un futuro brillante.
Ni en la alegría o la euforia…
Vi que todo era efímero y casual.
Un instante en el infinito.
Un destello en el cielo.
Un deseo perdido.
Miré a mi alrededor:
estaba sola
pero algo dentro mío decía:
“Dejá que pase la marea.
Mañana será otro día”.

sábado, 12 de julio de 2008

Los hermanos Nilsen

(versión libre de La Intrusa, de Jorge Luis Borges)

Corría el año mil ochocientos noventa y tantos. Los primeros fríos del retrasado invierno se hacían sentir hasta en los huesos, como si quisieran recuperar en intensidad el casi mes y medio perdido. Ese día las tranquilas calles de Turdera, semivacías, evocaban con cierta nostalgia épocas pasadas.

Yo me encontraba en la taberna del Mudo, para no perder la costumbre de los sábados a la tarde en que, luego de jugar una partida con los amigos, me sentaba ante una de las mesas que daban a la plaza, para ver pasar a la Juliana, camino a la Iglesia.

¡La muy zorra! Como si una confesión semanal la librara de su culpa. ¿Quién entiende a las mujeres? Pero, ¡qué linda era! Con esos ojos tan negros que contrastaban con su piel suave y blanca; aunque yo jamás había podido tocarla. Cada vez que imaginaba a los hermanos Nilsen hacerlo juraba que algún día los mataría. Yo la quería bien y hubiera podido ofrecerle un hogar seguro, si alguna vez me hubiera decidido a ofrecerle matrimonio; siempre que me proponía abordarla, surgía como un rayo, la imagen de Cristián y Eduardo Nilsen, y todo mi amor se convertía en odio.

Esa tarde la Juliana no había pasado. Esperé aproximadamente una hora más y, preocupado, me encaminé presuroso a lo de los hermanos. Anochecía y pude esconderme entre la maleza sin ser visto. La casa estaba a oscuras y no se oía ningún ruido, pero algo me decía que había gente adentro. Como un ladrón al acecho, empuñé el picaporte de la puerta trasera, que estaba sin asegurar y entré. Un gato cruzó por delante de mí y, maullando en la oscuridad, se escabulló por la puerta que yo había dejado abierta. Sigilosamente, y tratando de no hacer ruido, di con el dormitorio de ella.

La luz de la luna se reflejaba en la ventana, iluminando parte de la habitación. Había algo allí, una especie de atracción, que me impulsaba a entrar. Mi corazón latía a velocidad vertiginosa. Cuando ya no pude soportar esa opresión, y quise convencerme de lo absurdo de mi presencia allí, me di vuelta para salir. Entonces mi pie tropezó con un bulto. Mi corazón dio un vuelco al comprobar que se trataba del cuerpo de una mujer; al instante comprendí que era la Juliana.
¡Tanto tiempo había esperado estar a solas con ella! Y, una vez más, el destino sepultaba, con un cuchillo, todas mis vanas ilusiones. Lloré sobre el cuerpo inerte, en un tardío intento de expresarle mi cobarde y ya estéril amor; hasta que la realidad me recordó dónde y en qué difícil situación me encontraba. Ella había sido asesinada y yo ya no podía salvarla.

Aparentemente, no había nadie más en la casa y, antes de que me descubrieran, -con el corazón destrozado y jurando vengar su muerte- huí como si me persiguiera el mismo diablo. El gato aulló una vez más en un tono que me sonó a burla.

La noticia se generalizó muy pronto. Yo me uní a los chismosos para no despertar sospechas, acusando sorpresa ante lo sucedido. Los hermanos Nilsen fueron detenidos para declarar y, dado que el cuerpo había sido encontrado en el pantano –nadie había mencionado un cuchillo-, al cabo de tres días la Policía los dejó en libertad por falta de pruebas. La Juliana no tenía parientes en el pueblo y, como no era nadie, al poco tiempo el caso se cerró y el hecho pasó al olvido. Pero no para mi que, desde su muerte, no había tenido un solo momento de paz.

Seguí frecuentando la taberna del Mudo, cosa de pasar desapercibido, ya que no quería correr el riesgo de que me asociaran con aquel episodio. Últimamente, me había entregado a la bebida como único refugio de mis penas, aunque sólo conseguía acrecentar mi amargura y, por ende, mis ansias de venganza. Había planeado cuidadosamente la muerte de Cristián Nilsen quien, estaba seguro, era el único culpable. Pero antes el hombre tendría que confesarme su traición.
Una noche clara de octubre esperé en el Reñidero a que la paisanada se retirara del lugar. Cristián solía ser el último en irse. Cuando los dos quedamos solos le dije, como al pasar:

-Se la extraña a la doña. ¿No?

El hombre me clavó la mirada, sorprendido- -¿Supongo que se referirá a la Juliana?

-¿Y a quién iba a ser si no?

-Si, claro. Pero yo no soy de esos pollerudos que andan lagrimeando por ahí porque les falta china. La vida continúa y mañana debo madrugar, así que si me disculpa...

-¡Usted no va a ninguna parte! -le dije- y, tomándolo de la solapa, le mostré el filo de mi cuchillo.

-¡Antes me tiene que aclarar algunas dudas!

-Pero, ¿quién es usted y qué es lo que tengo que aclararle?

-Yo soy Juan Somoza y me va a decir la verdad, toda la verdad, desde el principio.

-No sé a qué se refiere –dijo-, pero supe que había entendido.

Y así fue que me enteré de la historia. El mayor de los Nilsen había intentado resistirse, pero el arma y mi decidida expresión terminaron por someterlo. Una vez que empezó a hablar parecía que estaba frente al confesionario. Me contó el modo en que ella lo había embrujado, primero a él y luego a su hermano Eduardo, enemistándolos y convirtiendo sus vidas en un infierno. El intento de ambos de venderla a un prostíbulo de Morón para que los dejara en paz, el posterior rescate y su vuelta para llenar el vacío que su ausencia había dejado en la casa que, sin ella, parecía una tumba, con su espíritu deambulando por cada rincón. Y, por último, el modo en que la había matado, a espaldas de su hermano. Me costaba creer que el hombre que hablaba entrecortadamente y en sollozos, fuese Cristián Nilsen. Yo me había hecho otra idea de ese recio varón, prototipo del orillero de la época.

Y, hecho curioso, su confesión no despertó mi más mínima compasión; por el contrario, un profundo desprecio se apoderó de mí y me abalancé sobre el miserable.
Comenzó la lucha y le asesté un fuerte golpe, desplomándolo inconsciente en el suelo. Faltándome el valor para matarlo, lo dejé allí tendido y me fui. Bastante castigo tenía ya con el peso de sus remordimientos y no era precisamente yo quien debía salvarlo, enviándolo al otro mundo.

Al cabo de una semana lo encontraron muerto en su casa. Nunca se supo la causa. Algunos dijeron que se había suicidado. Fui al velorio a presentarle mis condolencias al infortunado Eduardo, siempre hombre de ley. Por alguna extraña razón, nunca le había guardado rencor al menor de los Nilsen.

Caminemos juntos

Buen día hermano,
caminemos juntos
en este día aciago.
Compartamos nuestra única
bandera, la celeste y blanca,
sin estridencias.
No te dejes engañar
por el rencor que te inyecta
quien convirtió tus ideales
en vanas promesas.

Buen día hermano,
déjame ver tu rostro
que, como el mío,
sólo ambiciona un país
en paz, sin diferencias.
Marchemos unidos,
nadie te desprecia,
sólo el poder de aquel que busca
en nuestra enemistad
su riqueza.

Buen día hermano,
deja atrás el odio,
la lucha armada,
la violencia.
Camina conmigo
y peleemos de la mano
a cara descubierta,
con la fuerza de la Verdad;
esa que, con o sin máscaras,
siempre se manifiesta.

viernes, 11 de julio de 2008

Mafalda va al psicólogo

-Che Susanita, estoy algo alicaída. Me pesa la vida.

-¿Por qué no vas al psicólogo Mafalda? Mi mamá dice que te hace hablar y hablar y todos los problemas se evaporan, como por arte de magia.

-¿Te parece? Bueno, voy a ir. ¿Me pedís hora?

-Si, ya mismo me ocupo.

Mafalda llega a la sesión a la hora señalada. Un cartel en la puerta le llama la atención: Clínica del Otro Yo del Dr. Merengue. Mafalda se lleva la mano a la barbilla y piensa: “el Dr. Merengue es abogado, ahora tiene una clínica parece. Y bueno, ya que estoy acá, sigo”. La secretaria, que se parece mucho a Susanita, le dice que pase, que todo está listo.

-¡Buenos días Mafalda!- Un hombre atildado y correcto se pone de pie para recibirla y le extiende la mano.

-¡Buenas!

-¿Qué te trae por aquí querida niña?- le contesta Merengue mientras se pregunta qué se traerá entre manos esta mocosa insoportable?

-Me dijeron que venga a hablar con usted para que mis problemas se evaporen.

-Los problemas no se evaporan Mafalda. Se solucionan. Sólo tenés que decirme qué es lo que te preocupa. (Y pensar que es la hora en que la panadera preciosa sale a comprar harina y yo acá con esta nena precoz que seguramente vino a tomarme el pelo...)

-Antes que nada quiero hacerle una pregunta doctor: ¿Si usted es abogado cómo puede ser que ahora sea croquetólogo?

-(Y ahora... ¿de qué me disfrazo?) Mirá querida, como leíste en la puerta mi clínica se llama “El Otro Yo del Dr. Merengue” y mi otro yo es psicólogo.

-Ah bueno! Entonces... ¿estoy hablando con su otro yo?

-Exactamente. (¡Qué alivio, se lo tragó!)

-Pero su otro yo es algo degenerado, según tengo entendido. No sé si estoy en muy buenas manos.

Mientras los colores suben a la cara del Dr. Merengue, éste finge una carcajada y le contesta:

-Ay Mafaldita, sos incorregible... la gente es muy envidiosa e inventa cosas. Vamos a hacer una cosa. Vos contame tus problemas y vas a ver qué bien te sentís después. (Por suerte se está terminando la sesión... ésta es capaz de denunciarme)

-Bueno. Le cuento. La vida se me está haciendo algo insoportable y siento mucho vacío interior. Me pregunto muchas cosas que no tienen respuesta, entre ellas “qué hago acá contándole mis problemas a un perfecto desconocido, a un chanta, que eso es lo que es usted doctor”

-Jeje (mocosa estúpida... ya verá con quién se metió) mi amor, no me digas eso... ¿acaso te he dicho algo inconveniente, te he tratado mal, te he hecho llorar?

-Ninguna de las tres cosas pero yo no soy su amor y seguimos dando vueltas como en una calesita y mis problemas siguen estando sin resolver.

-Pero ¡Qué lástima, se acabó el tiempo! Nos vemos la semana que viene querida. El Dr. Sale apurado de la oficina... (uffff qué alivio... le diré a mi secretaria que la borre de la lista de pacientes, esta nenita es una bomba de tiempo)

-Adiós Otro Yo del Dr. Merengue. Creo que no voy a volver porque ya solucioné mis problemas... era cuestión de sacar para afuera lo que uno tiene atragantado adentro...
Mafalda se alejó del consultorio mientras pensaba: “la humanidad está irremediablemente perdida y con tipos como éste va a ser difícil que encuentre su rumbo...”.