viernes, 10 de abril de 2009

Yesterday

Vuelo con los Beatles a mis veinte y soy de nuevo esa chica alegre, con la cintura apretada y los palazos ajustados de flores blancas y negras. Me sacudo sin parar y me río y me prendo el primer pucho haciéndome la canchera. El pelo largo, casi hasta la cintura, la sonrisa chispeante y espiando al chico que me gusta y me saca a bailar. Nos contorneamos sin control pendientes de quién nos mira hasta que llega el lento y hago palanca con el codo para que no se pase de la raya. El borrico insiste y se pone meloso. Le zampo un beso en el cachete y le dejo la marca, él corre la cara y ahora sus labios son carmín y es el hazme reír de la fiesta. Nos abrazamos todos y saltamos como desaforados en el jardín hasta que aparecen las primeras luces del día y con la pintura corrida y algunas cervezas de más, volvemos cada uno a su casa a dormir la mona y a soñar con la próxima farra.

Cría cuervos

Salí a caminar por la ciudad. Era un día espléndido de sol, las hojas de los árboles caían como planeando; llegué a una plaza. Había poca gente. Me senté en un banco al lado de un señor mayor que leía el periódico. No pude evitar espiar por el rabillo del ojo el titular en grandes letras de molde: “Inédito: un cuervo sobrevoló la Plaza Mayor”.

El señor se dio cuenta y me ofreció el diario. “Me interesa solamente esa noticia” le dije. “Vea señorita, el cuervo es un pájaro al que se le atribuyen toda clase de poderes. En China casi se lo venera, se dice que alimenta a sus padres, y eso va en contra de otras creencias como que si crías cuervos te sacarán los ojos”, me contestó entregándome el periódico. “¿Dónde queda la Plaza Mayor?”, le pregunté. “Aquí mismo”. “¿Entonces, el cuervo está aquí?”

Mi corazón comenzó a latir con fuerza ante la mirada profunda del viejo. No podía sacarle los ojos de encima y al cabo de un rato era el cuervo quien me miraba.

Se alejó sin despedirse y con angustia pensé en mi madre, sola, en el geriátrico.