lunes, 28 de abril de 2008

La falta (de Lulú)

- Permiso, señor.
-Pasá, qué querés?
El hombre se saca el sombrero, sucio, ajado, de un tono grisáceo que ya no permite vislumbrar de qué color ha sido, lo va enrollando sin darse cuenta y amaga el primer paso. Casi al instante se arrepiente y retrocede hasta el vano de la puerta.
-Dale, pasá, qué hacés?!!
-Pe…yo…te…
-Querés pasar de una vez!
-Sí, señor, yo…te…ten…tengo las alpargatas sucias, señor.
-Ma, vení…no me a hagás perder la paciencia!
- Bueno, permiso, señor.
- Al carajo con el señor, qué te pasa, a qué venís? Pero hablá, rapidito que yo ya termino la guardia y el Juancho no te va a aguantar tanta pavada.
El hombre, con más miedo que timidez, como se nota por el temblor de sus bombachas raídas y embarradas avanza a pasos cortitos, arrastrados, como si quisiera hacer dos para adelante y uno para atrás. Pero contiene el tremendo impulso de huir y para sí se dice que ha estado en situaciones de peores y reales peligros, como cuando su madre lo abandonó debajo de los eucaliptus. Aunque no se note, toma coraje y, girando apretadamente el sombrero, camina con la cabeza gacha hasta topar con el escritorio. Sin atreverse a tocarlo, queda inmóvil y tiritando.
-Y? Y? Hablá, carajo!
- Pues, mirá, señor, yo estaba cosechando papa, vio…
No sabe cómo seguir, cómo explicar para que se entienda, para que le crea. Alcanza a levantar apenas los párpados vuelve a bajarlos de inmediato, lo tranquiliza más el piso de granito que esos ojos inquisidores a punto de explotar. Sus pensamiento vuelan, se da cuenta de que en toda su vida sólo ha hablado con el Zaino y no mucho tampoco. Es que su caballo entiende cuando le dice, de madrugada, “Surco, Zaino. Vaya derecho, Zaino”. Con animales y papas como única compañía durante los últimos veinte años no ha necesitado expresarse, hasta hoy.
- Sí, ya sigo, señor, le dije, estaba cosechando papa, y ahí, en la tierra, más o menos blanda y cerquita, porque la papa no se tiene que plantar profunda…
- Pará, que no me vas a contar la siembra de la papa que ni pienso sembrar, qué pasó?
- Bueno, ahí nomás, apenitas tapada con tierra, casi a ras de suelo, me encontré esto, señor.
Sujeta el arrollado de sombrero con la derecha y mete la izquierda en el bolsillo. Cuando la saca, sin animarse todavía a abrir esa mano cubierta de tierra, se alcanzan a ver cuatro o cinco perlas de un evidente collar.
- Fuiste vos, desgraciado! Juancho, qué suerte que llegaste, aquí el viejo éste acaba de entregarse, él fue le que le robó el collar a Dona Asunta, junagranputa. Vos metelo en el calabozo hasta mañana, y cuidámelo que ya vamos a ver qué dice el juez. Yo voy hasta La Clotilde a avisarle al patrón de este infeliz y a devolver el collar. Pero mirá, vos, con esa cara, ya no se puede confiar en nadie en este mundo.
- No, señor, yo lo encontré en la tierra! Le juro que lo encontré, mire si yo le viá a robar a la patrona, que me crió de chiquito. Creamé, creamé, se lo juro por ésta!
Vanos intentos de explicarle al comisario lo que él ya había entendido por su cuenta. Se dejó guiar hasta el calabozo golpeándose la cabeza y murmurando desconsolado.
- Yo sabía, yo sabía que no tenía que venir aquí, yo sabía. Por qué no fui del patrón? Si yo sabía. Ora, quién sia créido que soy, un desagradecido? Ay, virgencita, sacami di ésta y yo te juro que vial cementiero a llevarle flores a la Francisca. No, si yo sabía…
Ya de noche, Juancho se despertó sobresaltado. Golpeaban la puerta como para tirarla abajo.
. Quién caraj… a esta hora, me querés decir?
- Abríme, Juancho, soy Don Florencio, m’hijo!!
Saltó de la silla, se puso la gorra, ajustó el cinturón, calzó los borceguíes, por las dudas tomó la pistola que dormía sobre el escritorio y caminó presto hacia la puerta.
Casi se cuadró cuando, a la luz de la comisaría, vio el rostro alterado del patrón de la Estancia La Clotilde en persona.
- Che, que han hecho con el Suncho, pobre viejo! Cómo se le pudo ocurrir a Fermín que Suncho había robado el collar de Asunta! Está loco? Soltámelo ya mismo.
- Pe.. bue… el comisario me dijo que maña…
- A quién le hacés caso vos, eh? Ya lo mandé, primero a lamierda y después a dormir al incapaz ése.
En tres zancadas estuvo frente a la puerta de la celda desde donde el viejo Suncho miraba sin creer lo que estaba viendo. Pero rápido como un galgo, también corrió Juancho con las llaves y abrió la puerta.
- Pero, vamos, manga de bestias, que el Suncho será zurdo pero no ladrón, hombre!
Tal era el susto de Juancho que se le cayeron las llaves, la gorra y tropezó con la puerta medio abierta. De todas maneras, se recompuso y preguntó:
- Por eso le dicen Suncho?
- Seguro! De chiquito ya fue fuerte como el suncho, y zurdo también es, pues que le caía justo el mote! Y ahora te cuento, mi mujer, Asunta, perdió el collar caminando por el campo recién sembrado. Lo recorrimos como locos pero no lo pudimos encontrar, por eso no le dijimos nada a Fermín. Porque no había ladrón que buscar. Pero…pueblo chico-infierno grande, el zonzo se enteró de la falta, llegó Suncho con el collar y zás!, fue suficiente para su cabeza de policía. Vos aprendé para más adelante.
-Vamos Suncho, andá a dormir que mañana hay que madrugar. Tenés que terminar de levantar las papas.

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