lunes, 28 de abril de 2008

Mis perlas y los cerdos

Cuando uno expone sus sueños, sus ilusiones, sus deseos más profundos, en cierta manera queda en carne viva. Eso es lo que yo siento cuando mi necesidad de salir de mi cueva se topa con un miedo que me paraliza: ¿Quién va a leer lo que escribo? ¿A quién me dirijo cuando hablo de amor y de un deseo casi desesperado de encontrarlo? ¿Son mis fantasías parte de mi realidad? ¿Puedo ser realmente libre a la hora de hablar de mis ilusiones, de mis tristezas, de mis necesidades? Deseos que son del cuerpo y del alma. Cuando uno expone sus sueños hay un riesgo y ese riesgo es que me despedacen los cerdos. Mi mundo real se confunde con mi mundo ideal y tengo miedo a la incomprensión, a que no entiendan la literatura como yo la entiendo: una expresión pura del arte que guardamos escondido bajo siete llaves, donde nuestras perlas esperan ansiosas para salir y mostrar su belleza al mundo.

Camino por los médanos comiendo una deliciosa mandarina mientras pienso en los cerdos y qué haré con ellos. Quizás ignorarlos, quizás dejarme asustar y guardarme para no alterar sus ánimos. No exponerme es una buena opción. Pero ¿dónde está la medida exacta? Si no me expongo no muestro mis perlas a quienes sabrán apreciarlas ¿Tengo derecho a mantenerlas ocultas? Entonces me encuentro con una flor que casi piso sin verla, empecinada, que surge entre la arena reseca. Miro su fragilidad y admiro su coraje. Está erguida, en la plenitud de su asombroso crecimiento. Y me dice que solo es cuestión de atreverme, de salir a la luz y mostrar mis perlas a quien pase al lado mío y quiera verlas.


"no tires tus perlas a los cerdos" (Mateo 7.6)

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