lunes, 16 de agosto de 2010

Vientos de cambio (de Matías Ayerza)

Se llamaba Pura Dobleapellido. Sus padres le pusieron así en honor a la adoctrinada relación que los unió durante años y que nunca quebrantaron, a pesar de una sociedad cada vez más desinhibida y más preocupada en satisfacer las necesidades de la revista Pronto que en exponer su esencia ante un tribunal súper espiritual, presidido por el papa y secundado por profetas del “no al casamiento gay”.
Pero Pura era diferente. Ella se crió dentro en un ambiente que alternó vientos de modernismo progresista con tradicionalismo propio de la educación de sus padres. La combinación: un huracán de inseguridad que traería fuertes consecuencias en su personalidad.

Pura alcanzó la adolescencia abrumada por la angustia que le generó no saber a dónde pertenecer. Sus amigas experimentaban la madurez sexual, mientras ella seguía debatiéndose entre comprar los discos de la Sole o tatuarse a Maru Botana en el gemelo izquierdo.

Los días pasaron, y fueron testigos de un trastorno cada vez más fuerte en la mentalidad de Pura, que prefirió encerrarse en sí misma que confesar sus miedos. El resultado fue inevitable. Un nuevo apodo sonaría fuerte en los pasillos de su colegio, y le daría un nuevo rumbo a su vida: bastó con cambiarle una letra a su nombre para adecuarlo al contexto en que se hallaba.

Los púberes, aquejados por la sequía propia de la edad, se vanagloriaron de haber instaurado semejante sobrenombre en el ecosistema escolar, sin admitir que gracias a Pura su propia libido había descubierto un nuevo mundo, alejado del mero reflejo de un monitor o de un programa de cable por la noche.
Los padres de Pura prefirieron desviar las miradas a afrontar la realidad que significaba pintadas en la pared de su casa, o hasta emails tendenciosos con imágenes de su hija haciendo honor a su nombre, pero más aún a su sobrenombre.

Esta acumulación de incertidumbre existencial llegaría a su punto más alto una tarde de invierno, cuando Pura sentó a sus padres y les comentó que iniciaba su camino de la agridulce espera, con el agregado de que desconocía el paradero del responsable masculino.
Nueve meses más tarde nacería el primer nieto de los Dobleapellido y el primer hijo de Pura, inevitable víctima del simplismo y el chiste fácil de parte de su mediatizado entorno.

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