(Inspirado en la ópera AIDA de Giuseppe Verdi)
La primera vez que vió todo el material de la ópera AIDA, se enamoró para siempre de la cultura egipcia. Se lo escuchaba decir: "me gustaría ir allá, visitar Egipto, indagar in situ y en profundidad, todo lo que fue esa época esplendorosa, conocer el legado apabullante y misterioso de los faraones".
Siendo muy joven había ingresado al feudo de la música lírica, La Scala de Milán. Desde hacía muchos años integraba un grupo de avezados utileros que se movían presurosos, ahora él, más calmo por su vejez, los acompañaba con su experiencia. Apasionado por la ópera, un género que lo cautiva y moviliza, usó un montón de artimañas para conseguir alargar su actividad. Metros siderales de damascos, brocados, sedas orientales, pasamanerías y otros adornos, pasaron a inyectarle vida a esos lejanos personajes, como los pensara Giuseppe Verdi. Revisaba atentamente la utilería de la obra; armas, escudos, máscaras, cetros, pebeteros, etc...
Imaginarse a las nobles reinas y sus esclavas ataviadas con alhajas de tan exóticos diseños, lo hacian sentirse como parte de la mismísima ópera; éstos elementos lo transportaban simbióticamente. Vaya a saber por qué, y de dónde, esta ópera le traía resonancias. Su experiencia lo convertía en un mago que abre baúles, recorre galerías, y en las estánterias descubre exactamente lo que el régisseur le pide. Esa noche el teatro se preparaba para recibir una platea de lujo, muy ansiosa por oir cantar a la diva.
Empezó la función, el gran despliegue, la orquesta, las voces; todo brilló al unísono. En la platea, como de costumbre, cada vez que cantaba ella, se lo vió sentado al griego, su eterno enamorado. Ella, en lo alto, cantaba e interpretaba el drama, mientras él, más abajo, la contemplaba y escuchaba extasiado.
En el último acto, cuando Radamés es condenado a morir en una pestilente mazmorra, desechando la salvación que le ofrece Amneris, la hija del faraón, desde la oscuridad emerge Aida, la esclava etíope, para acompañarlo a transitar la muerte, y es cuando llega el final donde los aplausos repetidos e interminables, invandieron todos los rincones.
Francesco, entre bambalinas, afinaba el oido y espiaba por algún resquicio.
De repente, sintió que le faltaba el aire, que un profundo dolor se instalaba en su pecho, al punto que se dejó caer. Se le empezaron a mezclar recuerdos y escenas, todo fluctúaba entre la ficción y la vida real. En un desvarío que se precipitaba sin dejarlo reaccionar, le parece ver en la platea a Radamés, ocupando el lugar del griego, mirando y escuchando embelesado el espectáculo.
Las escenas se van esfumando, como escapándose dentro de un túnel interminable. Se vé caminando entre pirámides, admirando inmensas columnas de templos, penetrando en las tumbas y navegando por el Nilo. Lo que un día soñó, y le pareció casi imposible, ahora lo tenía ahí.
En la platea, Egipto dominaba la escena.
Al otro día, un diario local, publicó la noticia que en la Scala de Milán, durante la función de AIDA, un antiguo y veterano utilero, el Sr. Francesco Ferrante, abandonaba la vida a raiz de un paro cardíaco.
Martha Cassará (Lili Marleen)
1 comentario:
Una maravilla Lili este cuento!
Yo también me sentí como tu protagonista transportada a ese mundo mágico!
Te felicito y gracias por compartirlo aquí conmigo.
Te mando un beso grande.
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