viernes, 14 de mayo de 2010

UNA MUJER Y UN GATO

A Guillermo no le gustaban los gatos ni sus misteriosas maneras de escabullirse; sí le gustaban los perros, eran más predecibles y leales, pero jamás tendría uno en su departamento. Quizás no soportaba la incógnita, la sorpresa o la duda. Guillermo era un obsesivo del orden y la puntualidad. Su vida monótona y rutinaria transcurría pacíficamente, sin pena ni gloria.
Quizás por eso se conformaba con ver pasar a la mujer cada día por la misma calle sin atreverse a encararla. O quizás sí le gustaban los gatos y todavía no había tomado conciencia de ello. La chica de la mochila rosada era todo un misterio para él; era muy consciente de lo que su cadencia al caminar, su abundante pelo negro cayéndole sobre la espalda y sus largas piernas delgadas moviéndose al compas, lo encendían, de tal forma que no podía pensar en otra cosa más que estar a la hora señalada, siempre en la misma esquina, para verla pasar.
Un día se propuso abordarla. Intentaría lograr que ella lo mirara. Como al descuido la esperó en la misma esquina de siempre, pero esta vez se ubicó de modo tal que a ella no le quedara otra opción más que toparse con él. Sus ojos se cruzaron por un segundo que para él fue eterno pero Guillermo siguió su camino tratando de fingir indiferencia. Temió que ella escuchara los fuertes latidos de su corazón. El aire olía a fresias y lo transportó a mil leguas de allí.
–¿Estás bien? –le preguntó una voz que le sonó celestial.
–Sí ¿Qué me pasó? –preguntó Guillermo incorporándose aturdido.
–Cruzaste la calle sin mirar y te atropelló una moto. Pensé que te había matado.
–¡¡¡Fuera gato!!! Se escuchó a sí mismo gritar con irritación.
–No seas malo, pobre gatito, te lamió la cara hasta que despertaste. ¿Es tuyo?
–No, yo no soporto a los gatos– Y al ver como ella lo levantaba y acariciaba su cabeza como premiándolo, se le ocurrió decir:
–Digo… yo no tengo gatos…
–Me llamo Sofía. ¿Vos?
–Guillermo.
Se despertó a la mañana con un ligero dolor de cabeza. Había tenido una pesadilla donde unos ojos gatunos lo atrapaban en un torbellino de éxtasis y locura. La sensación le duró hasta las diez. Estaba ansioso por escuchar de nuevo la voz dulce y clara de Sofía. Cuando se disponía a salir sonó el timbre de la puerta.
–Hola Guillermo. Vine a ver cómo estabas. ¿Me invitás con un café? –le dijo alargándole una bolsa de papel con humeantes medialunas. En la otra mano sostenía al gato.
Estaba tan confundido que no atinó a preguntarle cómo sabía su dirección. La hizo pasar y ella se apoltronó en el sillón mientras él se quedó parado, incómodo, frente a la puerta sin saber qué hacer. Había soñado muchas veces con el encuentro pero ahora ella lo arruinaba todo con su irrupción violenta, metiéndose en su intimidad de esa manera y encima, trayendo con ella a ese sucio gato. La vio irse a la cocina y poner agua para el café con una familiaridad que le resultó insoportable.
–Sofía, debo irme o voy a llegar tarde al trabajo.
–¿Te importa que me quede un rato? Todavía es temprano para mí y acabo de hacer café…
Guillermo dudó por un momento pero no se animó a contradecirla.
–Por supuesto, no hay problema.
En el trabajo no pudo concentrarse pensando en Sofía y preguntándose si había hecho bien en dejarla sola en su departamento. Al fin y al cabo no la conocía, era una perfecta extraña para él. A la hora de almorzar tomó un taxi y fue directo a su casa. Cuando llegó todo era un caos, fue directamente a la mesa de luz y comprobó que el sobre con el dinero no estaba. Sólo una nota para él: “Guillermo, tuve que tomar prestado algún dinero tuyo pero te lo devolveré cuando aprendas a querer a los gatos. Podes encontrarme en El Tulipán Negro. Nos vemos. Sofía”
Guillermo se maldijo por estúpido. No podía creer que sus ahorros de tres años se hubieran evaporado de la mañana a la noche en manos de una desconocida a quién él había dejado sola en su casa. Buscó frenéticamente en la web El Tulipán Negro. Sin cambiarse corrió al lugar. Era un bar de streapers en la zona roja. Apenas entró la vio, sentada con un hombre corpulento, tipo patovica. Ella le hizo señas para que se acercara. No podía creer el desparpajo de la mujer.
–¡Guillermo, viniste!
La tomó de un brazo y el patovica se levantó con ademán amenazante, pero ella le dijo que estaba todo bien.
–Vení, vamos a aquella mesa y tranquilizate.
–¿Cómo querés que me tranquilice si me robaste todo mi dinero?
–No te lo robé, lo tomé prestado, tal como te puse en la nota.
–Por favor, ¿me viste cara de idiota?...
–Si me escucharas verías que no hay nada de qué preocuparse.
–¡Soy todo oídos!
–El dinero lo jugué todo en el casino y lo dupliqué…
–¡¡¡Vos estás loca de remate!!!
–Calmáte y escuchá. Si venís conmigo a mi casa te daré todo tu dinero, menos la ganancia por supuesto que es mía, me la gané en buena ley.
–No entiendo cómo tenés el descaro de hacer chistes todavía, estás para el Borda nena.
Guillermo no sabía si estrangularla o abrazarla, dentro de su chifladura seguía viendo algo especial en esta mujer que había irrumpido de la noche a la mañana en su vida poniéndola patas para arriba. De mala gana, accedió a acompañarla. El patovica lo miró desconfiado pero Sofía agarró a Guillermo de un brazo y lo llevó hasta la puerta.
Caminaron unas tres cuadras y tomaron un taxi. Cuando ella le dio la dirección, Guillermo se sobresaltó una vez más. En el camino estuvieron silenciosos hasta que el taxi paró frente a un edificio en el barrio más lujoso de la ciudad. En silencio ella abrió la puerta y subieron al ascensor que se abrió directamente en el hall de entrada de su piso.
–Ponéte cómodo. Ya vengo.
Guillermo no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Quién era esta mujer? Todo a su alrededor destilaba confort y pulcritud.
Cuando la vio aparecer cambiada, sólo con un jean y una camisa de hombre que contrastaba con la elegancia que la rodeaba, la deseó aún más. Guillermo no quería admitir la fascinación que ella ejercía sobre él. La odiaba por eso.
–Acá está tu dinero. Contálo por favor.
El la zamarreó por los hombros con fuerza y le gritó:
–¿Se puede saber qué significa este juego? ¿Creés que podes entrar así nomás a mi vida y hacer lo que te plazca, niña rica? ¿Quién sos? ¿Qué querés de mí?
–Soy tu ángel guardián. Me mandaron de arriba para que te enseñe a vivir.
Sofía cerró los ojos y le ofreció sus labios. Él no se pudo resistir.

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