martes, 4 de mayo de 2010

La rosa blanca

Martín volvió de Haití extenuado pero con una sensación de libertad que no había sentido antes. Durante los quince días que estuvo con los médicos de frontera ayudando a ese pueblo enterrado en vida, por mandato de quién sabe qué dios vengador, había conocido a Elisa. ¿Cómo describirla? Su belleza enigmática parecía provenir de otro planeta, no era real. Sus ojos color avellana parecían ver más allá de él mismo, como si lo conociera de siglos, como si ese mismo dios vengador la hubiera puesto en su camino con el fin de exorcizar los fantasmas que lo consumían desde su último tercer divorcio. Nadie hasta ese momento había podido entrar en su piel y en su corazón como Elisa. Quince días bastaron para atraparlo en un hechizo del que no pudo salir, ni siquiera cuando aterrizó en Buenos Aires hasta donde el horror de un pueblo mutilado lo acompañaba y sólo el recuerdo de sus besos amortiguaba el sufrimiento compartido, donde médico y enfermo se unían en la lucha codo a codo contra el absurdo. Ella estaba desahuciada cuando Martín la encontró y le salvó la vida; por el shock no recordaba quién era ni dónde vivía, sólo que su nombre era Elisa. Elisa. Durante el vuelo no pudo dejar de pensar en ella, como si se hubiera apoderado de todos sus sentidos y ya no fuera él mismo, la sentía en su piel; los dos fundidos en una sola carne. Se sentía extraño, poseído por una pasión inusitada; el sentido común le decía que debía recuperar la cordura pero fue imposible. Ansiaba llegar para llamarla, para escuchar una vez más su voz.
Mientras pasaba por la Aduana escuchó su nombre por los altoparlantes: “Señor Martin Hughes presentarse urgente en la Oficina de Informes”.
-Tenemos una carta que debe serle entregada urgente y en mano. Firme aquí por favor.
El sobre lacrado era de color amarillo pálido y tenía en la esquina iquierda dibujada una rosa negra. Con su equipaje a cuestas, Martín guardó el sobre en el bolsillo y buscó un taxi. Una vez dentro, con manos algo temblorosas, lo abrió.
“Mi dulce Martín:
Recobré la memoria y con ella un destino que nos separa. No me busques, es preciso que te olvides que una vez me conociste, es muy peligroso. Este tiempo no nos pertenece. Sólo tu recuerdo me dará fuerzas para seguir viviendo.
Tuya hoy y siempre
Elisa”
Martin cerró la carta, pagó el taxi y subió a su departamento. Una vez adentro marcó un número de teléfono. A pesar de que insistió varias veces, no hubo respuesta del otro lado. Marco otro número.
-Francisco, soy yo Martín. Acabo de llegar a Buenos Aires y necesito urgente una información. ¿Te acordás de Elisa, la que encontramos entre los escombros cerca del Palacio Presidencial?
-Sí, cómo olvidar a esa belleza… ¿En qué puedo ayudarte?
-Necesito toda la información que encuentres sobre ella. Es urgente.
-¡Qué misterioso estás mi amigo! Parece que la morocha te atrapó.
-No hagas chistes. Esto es serio.
-Ok…Ok! En cuanto sepa algo te llamo.
-Dale, gracias!
Martin se desvistió y se dio una ducha rápida. Caminaba como fiera enjaulada de un lado para el otro, preguntándose, imaginando mil situaciones que le dieran una respuesta, que no tardó en llegar.
-Hola Martin, soy Fran.
-Decime Fran ¿qué pudiste averiguar?
-No te va a gustar viejo…
-¿Qué pasa?…
-Elisa es la mujer del Presidente de Haití. Sí, así como lo oís. Pero eso no es lo más grave… Parece que éste se enteró de un affair que ella tuvo en su convalecencia y…
-¿Y?
-Dicen que la mandó matar… Justo cuando corté con vos corrió la versión…Es lo que dicen… que apareció muerta en su cama con una rosa negra que al tocar su cadáver se volvió blanca… Lo siento mucho Martín… ¿Eras vos el del affair?
Martín dejó caer el teléfono y se desplomó sobre la cama…

Afuera, el bullicio de la ciudad se confundía con las noticias internacionales que mostraban, en un enorme LCD, el rostro de una hermosa mujer negra.

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