martes, 4 de mayo de 2010

La morocha y los perros

No puedo creer que todos los rollos que me hice por tanto tiempo se resolvieron en una charla de cuarenta minutos, durante un viaje en tren. En los escasos momentos de intimidad que compartimos con Juan, es raro que nos animemos a hablar de nosotros y, menos que menos, del hastío y la rutina que nos envuelve desde hace varios años. Estamos juntos por conveniencia mutua, de eso no hay ninguna duda. Él, porque es un burgués que no concibe la vida sin su familia, su casa y sus perros; y yo, por un miedo ancestral a salir del sarcófago, según mi psicóloga. De sexo, ni hablar.

Pero hoy algo cambió. No sé si atribuírselo a los astros o a una nueva predisposición mía a romper moldes, a salir del cascarón. Sin pensarlo demasiado le pregunté a boca de jarro:

-Ya que ninguno de los dos se quiere separar, qué opinarías de darnos un permiso mutuo para salir con otras personas. Creo que los dos nos merecemos una vida más plena y feliz y así no podemos seguir.

El se me quedó mirando atónito pero sonrió y me dijo:

-No puedo creer lo que escucho. Vos estás cambiada, algo te está pasando. ¿Eso te lo dijeron en el curso que estás haciendo?

Me reí y le dije que no. Estaba sorprendido pero divertido a la vez. Y yo, que me había pasado los dos últimos años pensando cómo encarar la realidad de que ya no lo amaba ni lo deseaba y, lo peor de todo, cómo decírselo a él, se lo largué así nomás, serenamente, como si hablara de otras personas y no de nosotros.

-Bueno, mi conciencia la tengo tranquila porque no soy quien tiene el problema, estoy siempre dispuesto.

-El problema es de los dos, no mío Juan –le contesté muy tranquila-.

-Vos fuiste quien cambió, no yo. Antes te encantaba y lo hacíamos en cualquier parte y a cualquier hora. Acordate cuando me despertabas a las tres de la mañana porque los chicos a esa hora dormían, y eras una tigresa, nadie podía pararte…

-Eran otros tiempos. Por empezar, teníamos treinta años menos y las hormonas a full. Fue una etapa donde estábamos formando nuestro proyecto de vida, de tener una familia. Ahora es diferente, los chicos ya son grandes, no nos necesitan.

-El famoso síndrome del del nido vacío.

-Sí, y es tiempo de que tengamos un proyecto diferente, pero no sé si juntos. Somos muy distintos. A vos te gusta quedarte en casa y a mi salir, no tenés muchos amigos y yo cada vez más. A mí me gusta viajar, conocer gente, lugares, ir al cine, al teatro. A vos leer y ver películas viejas de Clint Eastwood por dvd. De casa al trabajo y del trabajo a casa, como decía el General.

-Todos mis compañeros de laburo, los de mi edad, están en la misma situación. Las mujeres ya no quieren lola. Y todos, sin excepción, les meten los cuernos. Yo no.

-¿Y como hacés? ¿Cómo te aguantás?

-No me aguanto. Uno tiene sus recursos…propios…

-Decime la verdad Juan. ¿No sería más sano que nos diéramos permiso para salir cada uno por su lado?

-Podría ser… Dejámelo pensar… Yo saldría con putas, eso sí.

-¿Por qué?

-Porque a la larga te salen más baratas.

-¡Dejáte de joder! Vos tenés derecho a conocer a alguien que te dé lo que yo no puedo darte.

-Vos me das todo lo que necesito.

-Todo no.

-Bueno, me la banco.

Mientras veníamos caminando desde la estación rumbo a casa, nos cruzamos con una morocha que rajaba la tierra .

-A esa morocha me la cruzo cada vez que paseo los perros y me mira con ganas…

-Bueno, el arreglo sería que nos damos permiso pero nada de detalles. No pretendo que vos me cuentes con quién salís y a quien te levantás. ¿Ok? ¿En serio nunca me fuiste infiel?

-No, una sola vez le toqué el culo a una mina en el laburo, hace como veinte años y ella se entusiasmó… pero yo preferí cortarlo ahí. Y vos ¿tenés a alguien en la cabeza?

-Mmm… no. Pero me gustaría sentirme libre, saber que si alguien me gusta puedo salir y no te estoy traicionando.

-¡No, la traición jamás! Separarnos tampoco.

-Bueno, no sabemos, quizás alguno de los dos se enamora de otro.

-No. Yo no voy a volver a enamorarme.

-Eso no lo sabés, no podés decirlo ahora.

-Nunca voy a abandonar a mi familia.

Estábamos llegando a casa y la conversación quedó allí. Para seguirla en otro momento, dijimos. Cenamos en silencio y nos fuimos a dormir.

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