viernes, 15 de octubre de 2010

NOCHE (de Hugo Zimmerman)

La noche inhóspita acechaba cuando el auto se detuvo. Quedé varado en esa ruta inquietante con un techo de estrellas que me dejó mudo.
Hube de acostumbrarme a descubrir las siluetas de los cerros, la ruta de ripio que bajaba la cuesta, el auto inservible era ahora una maquina quieta. Elegí de las pocas posibilidades la más sensata y juré no desesperarme, la mañana traería la esperanza.
Y así fue, el amanecer amarillo prometía un día maravilloso, las nubes algodonaban el horizonte esperando al sol perezoso, el primer rayo quebró la luna e iluminó el paisaje extraordinario, el lago resplandecía como el oro, dorado y esplendoroso.
Y Dios haciendo de las suyas puso la bruma. Entonces todo se suavizó como un cuadro del Bosco y el paraíso era un infierno y el ángel un demonio.
Aproveché para bautizarme en el agua dulce que me recibió fría, aun así di dos brazadas antes de congelarme, el café me trajo de vuelta a la vida y el fuego me entibió el alma sin medialunas.
Reincidí en el arranque y el auto tosió como un humano, cuando puse primera nos amigamos y cuando metí la quinta éramos hermanos y ahí nos fuimos barranca abajo, el ángel de la guarda seguía a mi lado ocupando el espacio de ningún acompañante, una vez que se normalizó el viaje se fue volando.

Ella hacia dedo, lo primero que me llamó la atención eran sus jeans deshilachados, lo segundo que hubiera en ese remoto lugar esa casualidad increíble y lo tercero que evidentemente era mi día de suerte. Apreté el freno y abrí la puerta, el aroma de los cipreses fue increíble y el prologo de su perfume.
-Voy a Neuquén ¿vas en esa?- Para hacer honor a la verdad no era mi dirección pero no me importó, ¿que son trescientos kilómetros de diferencia cuando un ángel golpea tu puerta?
-Claro que voy Princesa, con todo respeto-
Ella sintió la estocada y frunció el seño.
-Acepto mejor doncella, no me gustan los títulos y los diamantes, prefiero una cabaña, un hogar a leña y dos conejos-
-Me gustan los perros- salió de mi boca sin quererlo
-Tendremos tres niños del mismo sexo- dijo ella.
-Tendremos- no puede contenerlo.
Nos detuvimos en la cabaña de los dos conejos, dos blancos pompones de algodón y orejas.
Salieron tres niños a recibirnos, eran gemelos.
Ella me tomó de la mano y me dio un beso.
La noche tenía un techo de estrellas, abrí los ojos y recordé el sueño, di arranque y el auto tosió como un humano, aceleré a la esperanza, sin ver el precipicio que me esperaba cien metros adelante.

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