sábado, 23 de octubre de 2010

LOS TIPOS DE LA AGENCIA de Luis Orihuela

Llegaron cuando el mozo servía su café.
Los vio dejar la moto sobre la vereda, entrar al bar y elegir una mesa desde la cual podían controlar todo.
Como era habitual, a pesar de que él los identificaba fácilmente como tipos de la agencia, no pudo hallar rasgos conocidos en sus rostros; además el episodio, como los anteriores, aparentaba ser fortuito e inocente. ¿Qué había de raro en dos tipos entrando a un bar? Nada. Pero suficiente para confirmarle que el acoso continuaba sin que él hubiese podido acostumbrarse a tolerarlo.

Ya había pasado un año desde su toma de conciencia sobre las actividades de la agencia.
Un año del encuentro con aquel fingido turista inglés, que lo había detenido para preguntarle por una calle. Cuando él, extrañado, trataba de entender lo que balbuceaba ese personaje casi grotesco, otro hombre, semioculto, le tomó una foto.
Ese fue el primer capítulo de una novela que lo llevaba como protagonista, sin que pudiera entender el motivo. Objetivamente no existía causa lógica para ser controlado y perseguido. Su vida era mediocre. No tenía dinero ni otros bienes que la casa y el auto. Sobrellevaba un empleo de viajante cada vez más improductivo y una esposa casi desconocida. Excepto el tema Ingrid, poco para despertar la atención de alguien.
Sólo al unirlo con otros episodios comprendió que la persecución iniciada con ese supuesto turista tenía motivo y objeto.
El segundo incidente fue, sin dudas, el repentino interés por su salud que demostró el vecino del 1320, cuando le dio neumonía en julio. En principio le fue agradable porque hasta ese entonces no habían hecho más que saludarse de prisa y con monosílabos. Pero cuando el hombre comenzó a formular demasiadas preguntas, el halago se convirtió en desconfianza y prontamente se deshizo de él.
El tercer episodio se produjo una mañana cuando esperaba un colectivo hojeando el diario. Notó que desde de un auto estacionado, un hombre pequeño lo miraba con insistencia. Se propuso ignorarlo pero la obstinación del otro logró sustraerlo de la lectura. Entonces el sujeto bajó del auto para encararlo. Recuerda que entre otras incoherencias dijo que lo había confundido con otra persona a la que aguardaba pero que evidentemente lo había dejado plantado. Que estaba muerto de frío y con ganas de tomar algo caliente Tal vez él supiera si el bar estaba abierto.
Le dijo que no, que se fijara.
-Sí claro, pero quién me cuida el coche
Se negó arguyendo que esperaba el ómnibus y fingió retomar la lectura. Mientras el hombre volvía al auto, memorizó sus rasgos para la próxima vez.

Dentro del bar los tipos miraban aquí y allá con expresión anodina. Era obvio que aguardaban. Por eso cuando Ingrid llegó salieron rápidamente. Sin explicaciones, hizo que caminara hasta comprobar que no los seguían. En el hotel y con la cabeza en otra cosa, quiso hacerle el amor pero no pudo. Sin hablar, encendió un cigarrillo. Ingrid, como cada vez que lo encontraba así, no dijo nada y también se puso a fumar. En medio de ese silencio, un spot resplandeció con dos límpidos fogonazos y se apagó. El se puso de pie de un salto.
- Qué te pasa
- El foco, ¿no lo viste?
- Sí. ¿Se quemó?
Le dijo que les habían tomado fotos.
Ingrid lo miró extrañada pero prefirió no disentir. Sonriendo le dijo que seguramente eran cosas de la bruja que tenía en la casa. Luego se sentó y lo besó en la frente.
-Nos ha descubierto. Estás acabado y lo mejor es que te suicides.
Advirtió que no le había causado gracia.
- Si preferís, te suicido yo a mordisquitos, con mucho placer.
Ahora sí rió. Ingrid siempre podía hacer que riera.

Esa misma noche, de regreso a casa, se le reveló claramente, la trama que Ingrid intuyó casi por juego.
Su mujer enterada de su relación extramatrimonial, había decidido divorciarse y necesitaba pruebas para un juicio que imaginaba contradictorio y difícil. De ahí, la aparición de la agencia.
Era un plan lógico, pero llevarlo a cabo requería talentos que jamás imaginó en Esther. Para él hasta ese momento era nada más que una mujer oscura, resignada a las carencias que acababan con su matrimonio. Seguramente compartía con él esa sensación de hartazgo y rutina, pero no aparentaba estar disconforme y era probable que hubiera podido disimular hasta que algún hecho imprevisible -verlo con Ingrid o alguna delación- la forzara a actuar como mujer ofendida.
Darse cuenta del cambio en su mujer no le causó ira sino sorpresa, y eso le permitió elegir el enfrentamiento con Esther y su agencia. Solo que ahora participaría por su voluntad.
Recapituló que las pruebas reunidas contra él hasta el momento eran pocas y a confirmar. De modo que si no daba lugar, no tendrían nada concreto. Para eso era necesario llevar adelante una técnica simple. Por supuesto no iba a renunciaría a Ingrid pero variar rutinas y lugares de encuentro haría que las pruebas de su infidelidad se esfumaran y en caso de que Esther resolviera enfrentarlo con la evidencia ya reunida, admitiría a Ingrid como una aventura, un asunto de viajantes. Nada importante. Y su mujer le creería porque necesitaba que nada cambiase.
Con atención y minuciosidad, invirtió sus tiempos muertos en perfeccionar la estrategia. Archivó su celular para hablar solo desde teléfonos públicos. Antes de encontrarse con Ingrid hacía largas caminatas; sin rumbo, abordaba un colectivo o se metía en una estación del subterráneo y cambiaba el transporte por el que venía en sentido contrario. Entraba por pocos minutos a lugares distintos sólo para tomar café o leer.
Desde el principio el acoso parecíó disminuir. No hubo reclamos de Esther ni sucedió nada fuera de lo habitual. El goce de frustrarlos lo hizo sentir más joven y vital y en la relación con Ingrid renació el gusto por lo prohibido
Sin embargo, el rápido triunfo trajo como contrapartida el fin del poco cariño que conservaba por su mujer. Ahora sólo le interesaba frustrarla, tanto como a los tipos de la agencia y solo Ingrid lo rescataba de tanta aridez.
Por fin un día corroboró que ya no lo seguían. Seguramente la falta de resultados había hecho que Esther desistiera. Festejó la rendición a solas con una botella de buen vino, pero no dejó de controlar durante varias semanas, al cabo de las cuales retornó a su vieja rutina.
Trascurrió después un tiempo prolongado y sin sobresaltos hasta que un viernes vio entrar al bar donde él estaba, a aquel falso turista. En un error inexcusable la agencia lo había vestido de hombre de negocios, con traje y maletín, pero era, sin dudas, el mismo individuo.
Comprendió que era la oportunidad para encarar por fin a uno de esos y llamó para pagar. El tipo pareció reconocerlo y salió de prisa. Atrás fue él pero pronto lo perdió en una calle peatonal.
De ese modo recomenzó la persecución. Como la actitud de Esther no variaba, entendía que la agencia quizá hubiese tomado el caso como una cuestión profesional.
No obstante responder con su estrategia probada y efectiva, esta vez el acoso fue mayor, ahora era riguroso y no excluía siquiera el tiempo que pasaba en su hogar. Muchas noches desde la oscuridad del living vio personas que lo vigilaban fingiendo ser transeúntes.
La tensión lo perjudicó notoriamente. Pérdida de clientes y falta de energía para generar nuevos, afectaron su trabajo. Las enormes y repetidas dificultades para conciliar el sueño lo agotaron rápidamente. Ahora aparecía conveniente hablar con Esther y acordar el divorcio, pero no estaba dispuesto a dividir lo poco que tenía.
Un domingo muy temprano, camino a prepararse un té que amenguara su insomnio, vio a un hombre grande en el jardín de su casa que fingía observar unas flores.
Se acercó sin ruidos. Casi a su lado le dijo que era bueno que apreciara las flores pero no tanto como para meterse en una casa a las seis de la mañana.
El otro, sobresaltado, dijo: Es cierto, discúlpeme. Es que son tan lindas que no pude evitar acercarme a mirarlas.
Su actitud corporal era casi infantil y la voz ligeramente ahuecada. Increíble el grado de improvisación de los tipos.
- Es decir, la propiedad privada nada.
- Bueno, me disculpo otra vez. No sé qué más decirle señor.
-¿Por qué no prueba con la verdad?
- ¿Qué verdad?
Comenzaba a exasperarse y le contestó que se diera cuenta de que él conocía perfectamente el motivo de la intromisión, quién lo mandaba y para qué.
- Está equivocado. Entré solo porque me gustan las flores, pero no quiero problemas. Me disculpo nuevamente y ya me voy.
Trató de ir hacia el portón, pero era lento y lo alcanzó sin dificultad. Tomándolo del cuello le gritó que si querían enloquecerlo lo habían logrado y le ordenó que confesara. El hombre era menudo y no pretendió resistir, pero él continuó asfixiándolo hasta que varios lo forzaron a soltarlo.
Entonces oyó la voz de Esther rogándole y, como si fuera uno más de los tipos de la agencia, se reacomodó rápidamente. Pretextó haberse salido de quicio por la falta de sueño. Trató de disculparse con el viejo que aún estaba sofocado y se refugió en la casa. Desde allí vio y oyó como su mujer, tras asistir al hombre, ponía fin al incidente disculpándose y agradeciendo a los vecinos.
Tomó conciencia de que su pérdida de control había sido real y que era hora de concluir el juego. Para reunir coraje esperó a Esther sentado en el sillón y tomando una bebida. Ella dejó las llaves sobre la mesa y le ofreció el desayuno.
- Esther, tenemos que hablar.
- No te preocupes, el pobre hombre está bien. Es el suegro de Mirta que vino a pasar unos días con ellos y anda dando vueltas temprano, como cualquier viejo. Tiene más de ochenta, pero se nota que del corazón está muy bien porque con el susto que le diste...Pero no te preocupes, le dije que pensaste que era un ladrón. Olvidáte, ya pasó.
- Lo hice a propósito Esther.
Ella se sentó a su frente: – No entiendo.
- Estoy al tanto de tu plan y de esa maldita agencia que te saca el poco dinero que gano.
Ya aborrecía esa expresión de absoluta ignorancia en su mujer.
- Realmente no imaginaba que pudieras fingir tan bien. Pero bueno, te repito, conozco el plan aunque ignoro el motivo, pero ganaste, no voy a luchar más. Decíme que querés, dinero, el divorcio, la casa, pedí y arreglamos. No juego más.
- Carlos. No entiendo nada. ¿Qué tomaste? Voy a llamar al médico.
Se enfureció. Fue hasta ella y la levantó en vilo.
- Creí que sólo querías dinero o el divorcio, pero no voy a tolerar que me enloquezcan. Decíme de una vez que querés o te mato.
Quizá fue el llanto de Esther o su expresión aterrorizada, pero lo mismo que le demostró la inocencia de su mujer, a la par, le reveló al verdadero autor de esa trama tortuosa.
¿Cómo pudo no verlo? ¿Quién sino? ¿Quién con más interés que ella?
Se dio cuenta de que aún mantenía en el aire a Esther. Con vergüenza la devolvió al sillón y murmurando una disculpa, salió de la casa.
Caminaba preparando su venganza cuando escuchó los pasos.
Puso en práctica el método acostumbrado. Comenzó a caminar variando la velocidad y deteniéndose cada tanto. En un primer instante pensó que sus nervios eran los responsables de convertir una casualidad en la sensación de ser perseguido, pero el eco que sus movimientos provocaban en el otro lo descartó. No obstante, seguramente alertado, el tipo de la agencia simulaba ocuparse de otra cosa porque cada tanto podía escucharse que algo caía al suelo. Luego sí, otra vez los pasos presurosos para que él no se alejara demasiado.
La evidencia del acoso era un cambio en la metodología de la agencia seguramente motivada en la falta de resultados. Entendió que era hora de sacarla del medio de una vez y para siempre. Era preciso ir más allá del juego de disimulos. Por eso resolvió no seguir huyendo y enfrentar la situación.
Como no sabía hasta dónde estaban dispuestos a llegar esos tipos tomó una barra de hierro que emergía de la arena y se ocultó tras una columna de una obra en construcción.
El otro se detuvo pero del lado opuesto del pilar.
Imaginó que tal vez lo atacara y que era imprescindible defenderse.
Giró hasta a quedar a espaldas del otro y descargó la barra sobre la cabeza desprevenida.
Recién al ver al hombre quieto de cara contra el piso pudo mirarlo bien. Era joven y fuerte y en una lucha frontal seguramente lo habría vencido con facilidad, pero ahora estaba inerme y su inmovilidad contrastaba con el vuelo de los diarios que simulaba vender.
Retomó la marcha. Debía sorprender a Ingrid antes que la enterasen de lo sucedido.
Antes que ella y los de la agencia comprendieran que él también era capaz de cualquier cosa.

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