sábado, 16 de abril de 2011

Los nenes primero

En un domingo de mayo fresco y nublado, el padre duda si hacer un asado. Le gusta cuando hay sol, con los perros festejando el único día en que ellos también participan del rito y ligan un hueso. Pero el nene está en casa y le gustan tanto los asados, que decide hacerlo igual. Por el nene.

El nene duerme, pobrecito, trabaja y estudia toda la semana y ahora
descansa; no vayamos a importunarlo con una tarea que lo aparte de su música, de su computadora, o de su fútbol. A él no se le ocurre colaborar, para eso está el Viejo, a quien le encanta hacer el asado y que lo aplaudan cuando termina. La madre se ocupa de limpiar el polvo de la mesa y las sillas de afuera, poner los platos y preparar las ensaladas. Pobrecito el nene. Trabaja tanto y estudia tanto. Él es quien más necesita el descanso de los domingos, sobre todo después de una trasnochada con los amigos. Pobre nene, que sigue durmiendo mientras la Vieja, además, plancha su ropa, no sea cosa que no la tenga lista para salir a la tarde con los amigos. La de los demás no, porque es domingo y los domingos los hizo el Señor para descansar.

La nena se arregló con el novio y casi no para en casa. De a poco se fue llevando las cosas, claro, la facultad le queda muy lejos y está cansada de viajar en tren. Pobrecita la nena. Estudia tanto que no puede trabajar. Todavía no se fue del todo, primero fueron dos días, después tres, ahora casi cinco. Ayer dijo que venía pero no pudo. Hoy dijo que viene, pero a la tarde, después del asado, cuando el novio pueda traerla en auto. Pobrecita la nena, cómo se va a venir en tren un domingo que no es nada seguro, salvo cuando tenía veinte y salía de parranda con las amigas hasta el centro. Entonces no tenía miedo. Ahora sí y es lógico. Pobrecita la nena. Está creciendo y los miedos se le van metiendo adentro.

El Viejo trabaja todo el día en el centro, maneja un taxi. La crisis los dejó mal parados, pero ellos se esforzaron más para que los nenes tuvieran una buena educación. La vieja hizo de todo un poco: limpió casas, vendió tortas, puso una peluquería, que después trasladó a su casa porque los impuestos no le dejaban casi ganancia. Hoy los viejos están contentos. Los nenes son inteligentes, estudiosos, responsables y tienen un futuro. Los viejos a veces se desubican y les dan consejos para que sean más felices. Claro, ellos tienen la experiencia de los años y quieren hacerles un poco más fácil el camino. Pero los hijos no quieren que los viejos se metan. ¿Qué carajo te importa si desayuno pizza o empanadas? Grita el nene cuando la Vieja le dice que eso no es sano para su salud. Pobrecito el nene. Está nervioso. Hay que entender las presiones a las que están sometidos en estos tiempos difíciles. La nena llama y dice que viene a buscar plata y se va; está apurada, no puede quedarse. Por suerte está el nene. Después se va a jugar al fútbol y no puede levantar su plato, también está apurado. A veces la vieja le pide que lo haga. A veces. Pobrecito el nene. Es varón, eso es trabajo de mujeres.

La Vieja se queda sola terminando el postre en la mesa. Todos se van. Porque el Viejo hizo el asado, pobrecito el Viejo. Trabajó mucho hoy. Se tomó unos vinos y le dio sueño. La Vieja mira hacia arriba y se imagina que está en una playa y ve venir hacia ella un hombre descalzo caminando por la arena, y el hombre le regala una flor y se queda con ella y le acaricia el pelo.

Los ojos se le humedecen, no entiende qué le pasa. Aparta las lágrimas con una mano y con la otra acaricia al perro que la mira fijo. Se levanta y, mientras junta los platos, se pregunta a qué hora llegará la nena.

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