jueves, 21 de abril de 2011

El anillo

–Sonia, voy a hacerte un psicodiagnóstico, de manera que vayamos perfilando tu problema. Te voy a mostrar una serie de manchas y me tenés que describir qué ves. Lo primero que te venga a la mente. ¿De acuerdo?

–De acuerdo.

Nora le muestra la primera ficha a Sonia, ésta se queda mirándola un rato sin decir nada.

–Lo primero que te venga a la mente Sonia. Decíme qué ves.

–Un toro rojo sobre un campo verde.

La psicóloga queda sin reacción, su rostro lívido. La revelación es una sorpresa, sólo ella sabe que tiene que ver con su pasado.

–¿Qué pasa Nora? ¿Dije algo malo?

–No… este… no… es que… No puedo seguir por ahora. Disculpáme Sonia. Te veo la semana que viene.

–Pero, todavía no es la hora…

–No te preocupes, no voy a cobrarte la consulta. Volvé el jueves por favor.

Sonia salió muy preocupada del consultorio, pensó que su psicóloga estaba más loca que ella. Se preguntó qué tendría de raro haber visto colores en una mancha negra.

Llegó a su casa y no tuvo tiempo de pensar demasiado en lo ocurrido. Todo era un caos; los perros habían quedado encerrados adentro y a pesar de las recomendaciones de Alfredo, ella se había olvidado de sacarlos al jardín antes de salir. Los echó afuera a patadas descargando en ellos toda la ira contenida contra el energúmeno de su marido; no podría soportar otro de sus retos. Si no se olvidaba de comprar queso cuando comían pasta, se dejaba la tarjeta de crédito en el supermercado; no pagaba las facturas de gas, luz y teléfono a pesar de que él le daba el dinero y siempre se olvidaba dónde había dejado el auto. Pero no, no soportaría una queja más. El problema era más profundo y tenía que hacer un corte. Cuando terminó de dejar la casa en orden, se tiró en la cama y se quedó dormida.

Soñó que ella era una chiquita de diez años y que un chico rubio, de su misma edad, le hacía señas de que mirara a un toro rojo en un prado verde. El muchacho le decía que se acercara, que no había nada que temer, él estaba allí para protegerla. Confiada, se abrazó a él y le pidió que no se fuera, que no la dejara sola con el animal. Él la consolaba y le decía que no tuviera miedo, que ese toro era de papel –al menor viento se volaría– y no podía lastimarla. Juntos se acercaron y cuando puso su manito sobre el enorme lomo rojo comprobó que no era de carne y hueso. Cuando sus ojos se encontraron con los del toro vio en ellos a los de Alfredo. Asustada se despertó con el ruido de las llaves en la puerta.


Luego de que Sonia se fue, Nora se acercó al dispenser de agua del consultorio y se sirvió un vaso. Debía recuperarse de la impresión que le había causado la sesión con su nueva paciente. Hacía años que la buscaba y jamás se imaginó que la encontraría precisamente allí, en su consultorio. Durante toda la semana estuvo pensando cómo encarar el asunto con Sonia, hasta que recordó las palabras de su padre antes de morir: “es muy importante que conserves este sombrero, él te ayudará a encontrarla en Buenos Aires”.

El jueves siguiente Sonía llegó unos minutos antes a la consulta. No había nadie. Mientras aguardaba su turno vio colgado en el perchero un sombrero verde que tenía bordado en un costado un escudo con un toro rojo. ¡Otra vez esa imagen! Escuchó su nombre y entró al consultorio.

–Hola Sonia. ¿Cómo estás?

–Más o menos. Esta semana ocurrieron cosas muy extrañas.

–Contáme.

– ¿Te acordás cuando te dije que no podía quitarme mi anillo de casamiento y que no me decidía a ir a una joyería a que me lo cortaran? Bueno, el jueves, después de que salí de acá me fui a casa. Cuando llegué encontré todo patas para arriba… los perros… ya sabés… Terminé de limpiar y me quedé dormida; cuando me desperté me di cuenta de que el anillo no estaba en mi dedo. Lo busqué por toda la casa y no lo encontré; curiosamente me alegré. Mientras estaba dormida tuve un sueño donde aparecía un chico con la cara más linda que vi jamás y un toro rojo sobre un prado verde, el mismo que vi en las manchas. Recién, en la sala de espera vi un sombrero verde con…

–…un escudo de un toro rojo…

–Sí. ¿Cómo lo supiste?

–Continuá por favor.

– El chico ese, el de mi sueño, me recuerda a alguien. Sé que lo conozco de alguna parte. Sí, ya sé quién es… Hace yoga conmigo y es muy atractivo. Creo que le gusto y a mí me encanta él… Y también recuerdo que mi padre siempre usaba un sombrero como ese, como el que está colgado en la sala de espera... Mi madre murió en el parto, cuando me tuvo a mí, y me criaron unos tíos. El siempre venía a visitarme pero un día no volvió. Yo tendría cuatro años, creo. Mis tíos me dijeron que se había ido a España y cuando ya fui mayor me contaron que había vuelto a casarse y que tuvo otra hija. Luego supe que murió.

–¿Intentaste encontrar a tu hermana?

–Sí. Al principio, cuando me enteré de su muerte quise saber pero mis tíos desconocían completamente su paradero. Luego perdí las esperanzas.

–Bueno Sonia, terminó la sesión. Creo que estamos avanzando mucho. Te veo el próximo jueves.

Sonia salió de la consulta y se sintió bien, por primera vez en años. Aguardaba ansiosa su próxima clase de yoga.

Nora la despidió con un beso. Sonrió para sus adentros, sacó una foto del cajón del escritorio y se la quedó mirando

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