miércoles, 19 de enero de 2011

Diferencias (José Luis Morelli)

Querés que hablemos de nuestras diferencias pero no sé muy bien qué pretendes, me dijo, y yo Sólo de las que nos separan y que nos hacen infelices. Pensó unos instantes. ¿Diferencias en nuestros gustos? No, es algo lógico y lejos de alejarme, me atrae hacia ti. Somos como el Ying y en Yang. Pensó. ¿Diferencias en el carácter? pero yo le respondí Justamente eso fue lo que siempre me atrajo. Se quedó pensativa hasta que un halo de luz brotó de sus ojos y de su boca salió, entrecortada como si tuviera vergüenza, ¿Diferencias en la cama? No, no existen, le respondí mintiendo. Y callé. Pero creo que ella lo notó. Nos quedamos mirándonos uno al otro: ella sin entender a qué diferencias me refería y yo, sin poder creer que ella no se diera cuenta.

Pasaron los días y, de tanto en tanto, repetíamos el mismo diálogo. Ella, inquisidora, le fue agregando diferencias políticas, diferencias religiosas, diferencias económicas, las cuales negué en cada oportunidad. Yo, impasible, sin mostrarle la más mínima pista. Un mutismo muy de hombre me hacía callado y reservado. Seguimos sumando al inventario de diferencias los problemas de la edad y, los problemas de salud, porque los dos teníamos demasiado de ambos. También me preguntó si las diferencias que tanto me molestaban se debían al trato diferente que teníamos con los hijos o con los amigos, pero yo le aseguré que tales diferencias no existían, aunque estaba seguro que ella podría oler la mentira. Sin embargo las diferencias existían y ahondaban cada día más nuestra relación, mientra yo seguía sin poder creer que no fuera capaz de darse cuenta.

Cuando me vio con el bolso en la mano comprendió que me iba de su lado. Decime porqué, me pidió en tono imperativo. Por las diferencias, respondí. De qué diferencias me hablas, si… le tapé la boca con la mano y no la dejé terminar. De ninguna en particular y pero sí de todas en general. Siento que somos dos seres completamente distintos, casi agua y aceite, respondí. Yo siempre creí que los polos opuestos se atraen, me dijo sollozando, con esa carita de ternura que hacía mucho tiempo que no mostraba. Sí, es verdad. Los polos opuestos se atraen… sólo mientras se es joven, le dije, y me fui.

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