martes, 21 de diciembre de 2010

En el penúltimo desvío (Luis S. Orihuela)

No todos mis momentos han sido desolados,
pero si sólo reparase en deseos mi vida tendría pocas estaciones.
Porque los que los amainaron han sido diestros en apagarlos
casi sin rencores.

Así, el aliento de mi tren fueron las quimeras.
El pensamiento. La idea lejana.
Y el imprescindible espejismo para vestir de voluntad el abandono
y la resignación, donde todo se pierde sin murmullos ni protestas.

Donde todo es monotonía y silencio,
puede que haga mucho frío,
o que el sol abrace.
Pero ha de ser siempre la condena:
que ese tren jamás llegue a destino.

Sin embargo,
un día,
el alma o una mirada nueva,
repara en algo que aguarda en el penúltimo desvío.

Y aunque la rutina fuerce a no advertirlo,
la pasión agita las pupilas quietas.

Entonces la marcha se detiene junto al árbol más antiguo de la espera,
y me es dado beber agua fresca y clara
y percibir el viento que, preciso y necesario
te anuncia y te devela
y declara que estás aquí,
que llegaste,
para saciar mi sed añeja.

Y deberé velar para que siga apacible la senda que te trajo.
Y escribir los mejores versos en la paciencia de los plazos.
Para que ya no seas pausa ni tregua.
Sino esa ansiada estación donde, por fin, experimentar la vida.

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