martes, 21 de septiembre de 2010

Mi amigo bantú

La maestra cerró el libro que acababa de leer y, levantando la mirada hacia los chicos de cuarto grado, les dijo:

-La tarea que deben hacer para el lunes es escribir una composición sobre el Escudo de Swazilandia.

Matías se quedó pensando en la historia y la geografía de ese país tan lejano, que les había leído la señorita Agustina: seguramente los chicos allí eran muy diferentes; por lo pronto, tenían otro color de piel y se imaginó que sería bueno tener un amigo extranjero, como los que veía en las películas. Ya tendría tiempo más tarde para pensar en eso. Ahora, lo único que le importaba era ir al cumpleaños de Martina.

Tocó el timbre, todos los chicos salieron corriendo de la clase y la voz de la maestra se perdió en el barullo reinante. Con un suspiro de resignación, ella levantó la voz para advertirles que salieran despacio, sin atropellarse, aunque fue inútil. Era viernes.

Matías se despidió con un beso de su mamá que había ido a buscarlo, y entró apurado en el auto del papá de Rodrigo, quien los llevaba directamente a la casa de Martina. En el trayecto, los dos amigos reían excitados y se golpeaban a las trompadas, tratando de descargar toda la tensión acumulada en la semana. Cuando llegaron a destino, casi se tiran del auto, ansiosos por llegar a la fiesta.

Entraron a la casa, Martina los recibió con una sonrisa seductora y un beso. Matías no cabía en sí de la emoción y ella, conciente del encantamiento que producía en su joven enamorado, con un gesto que pretendió ser de indiferencia, les dijo que fueran a la mesa, que había torta y refrescos. Matías vio todo lo que había: papas fritas, sandwiches de miga, galletitas dulces y una enorme torta de chocolate y pensó en lo que les había contado la maestra sobre los chicos del África, que morían de hambre. Pero ahora no pensaría en eso, sólo quería estar con ella, y se quedó mirándola embobado mientras se iba rodeada de sus amigas que cuchicheaban y se reían, observándolo de reojo.

Cuando los pasaron a buscar, Matías se dio cuenta de que no había comido nada y tampoco había charlado ni una vez con Martina. Bueno,
pensó, por lo menos ligué dos besos en el mismo día y eso ya es mucho.

Al llegar a su casa, fue directo a su cuarto y se dispuso a hacer la tarea para sacársela de encima y olvidarse hasta el lunes del colegio. Aunque esta vez, le divertía el tema de composición que les había dado la maestra. Y, sin dudarlo, sacó su cuaderno y escribió:

Hola amigo bantú,
Me llamo Matías, tengo 9 años y vivo en Buenos Aires, Argentina. Hoy la maestra nos habló de tu país. Nos dijo que está ubicado al sur de África. Si miramos el mapa, estamos casi a la misma altura, los dos al sur, aunque es re lejos, parece cerca, pero en kilómetros es un montón. También nos dijo que la capital es Mbabane y que tienen un rey que se llama Mswati. Nos mostró la foto de tu rey pero no tiene corona. No importa, igual tiene plumas y collares. Nosotros no tenemos rey, tenemos presidente; mi papá dice que cambiamos mucho de presidente. ¿Ustedes también? Bueno, nos mostró el escudo de tu país y me pareció re copado, un león y un elefante que sostienen una armadura, parece. El nuestro tiene laureles y un gorro que simboliza la libertad. Pero a mi me parece que mucha libertad no tenemos, porque nuestras casas tienen rejas como en las cárceles y nuestros papás siempre tienen miedo de que salgamos a la calle porque nos puede pasar algo. También tiene unas manos que se agarran y eso parece que simboliza la unión. Pero yo veo que hay muchas peleas en este país, salvo cuando gana Argentina al fútbol, que ahí si salimos todos a festejar a la calle y es una verdadera fiesta. Tu rey es de otro color, vos también ¿no? A mi me gustaría tener un amigo de otro color, pero mi papá dice que no hay que confiar en la gente que es diferente a nosotros. No sé por qué lo dice, a veces no entiendo a mi papá. ¿Querés ser mi amigo? Yo, cuando sea grande, voy a ser piloto y voy a tener mi avión y te voy a ir a visitar. Allá hay leones y elefantes y un montón de animales de verdad, ¿no? Salvo por mi perro Benicio, yo no veo nunca animales, de los de verdad, digo. Una vez fui al zoológico y los vi, pero están encerrados en unas jaulas…
Bueno amigo, ojalá me contestes así me contás más cosas de tu país y de tu escudo. Acá está anocheciendo y veo las estrellas desde mi ventana, quizás vos también las estés mirando. Chau amigo

Matías cerró el cuaderno y un ruido en la panza le recordó que tenía hambre.

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