domingo, 25 de julio de 2010

Enrique Nardelli (de Luis Orihuela)

Entre olvidos y confusiones había dejado transcurrir la entrevista de trabajo más importante de los últimos meses y sentado en un banco de plaza buscaba en vano, otra causa o explicación que mi devastadora y siempre vigente indolencia.
Durante ese tiempo inútil un hombre se sentó a mi lado. Agobiado, respondí a su saludo y casi sin querer comenzamos a hablar sobre el tiempo y otras pequeñeces.
Al rato noté que esa charla ligera silenciaba el rumiar de la culpa. Por eso, cuando se agotaban los temas, empujado por la necesidad de conservar ese valioso pasaje hacia el sosiego, le propuse continuar conversando en un bar.

Allí pude observarlo con detenimiento.
Era un hombre común, de aspecto y edad indefinibles. Comió con apetito y modales.
Después, al encender un cigarrillo, lo atrajo algo más allá de la ventana y guardó un largo silencio. Cuando comenzaba a incomodarme dijo:
-Perdone. A veces me distraigo.
-Está bien. Suele pasarme.
Me miró con simpatía.
-Le agradezco infinitamente la invitación y la charla y si me permite, voy a retribuirlas.
-De ninguna manera.
-¿Seguro? Porque no hablo de dinero sino de contarle una historia.
-Eso sería mejor. Soy escritor.
-Toda una coincidencia porque yo soy un personaje...o dos...-sonrió. Pero, aun así, creo ser el protagonista.
-Escucho.
-Claro que no siempre lo fui. En realidad, hace un tiempo -no puedo precisar cuánto- yo era una persona real, un individuo o como se quiera definir a los que transitan esta tierra. En fin, un hombre con una vida común y los afectos de cualquiera; más penas que alegrías; saludes, enfermedades; todo eso. Un día desafortunado me vi sin proyectos y me propuse cambiar. Pero casi al mismo tiempo percibí que no tenía fuerza para hacerlo. Entonces, no sé si por temor o desidia, me conformé. Me dije que no importaba; que si sólo existía neutro y gris, yo ya era neutro y gris y estaba cumplido. Y continué dejándome estar. Pero el mundo sigue girando y así, sin cabal conciencia ni defensa, entré en una dimensión absolutamente vacía.
Me parecía oír a mi conciencia.
-Hasta que un jueves sobrevino el caos. Por inercia caminaba hacia mi segundo empleo pero me sentía particularmente cansado y como en una nube. Para recuperar el aliento me detuve en un quiosco y compré cigarrillos. Estaba hojeando una revista cuando un hombre igual a mí pasó sin verme. Sé que no suena creíble pero de inmediato sentí que él también era yo. Percibí -cómo explicarle- que ambos éramos fragmentos de una misma cosa. Por supuesto me calmé diciéndome que se trataba sólo de un hombre muy parecido (en cierta forma todos los hombres comunes nos parecemos) y que todo era producto del estado de confusión en que me hallaba ese día.
Con el mismo argumento ignoré el gesto de extrañeza del portero. Pero para mi tremenda sorpresa, al abrir la puerta de la oficina encontré a ese hombre en mangas de camisa, acomodando unos papeles sobre el escritorio.
Quedé anonadado.
Él sin hablar pero con expresión serena, me tomó de un brazo, hizo que entrara y me sentó en un sillón. Guardó silencio hasta que pude reponerme.
-¿Quién es usted y qué hace aquí?
-Como has intuido, soy Enrique Nardelli -dijo con naturalidad.
-¿De qué habla?
Me miró con comprensión.
-En realidad, ambos somos Enrique Nardelli.
-De acuerdo; me rindo ante el parecido. Somos casi iguales. Puedo reconocer algún parentesco pero hasta ahí. Dígame, ¿qué está sucediendo?
-Soy el otro Enrique Nardelli, el que antes vivía en tu interior, ese que percibías como tu otro yo un poco loco. Debe ser brutal comprenderlo pero ahora somos dos personas físicas Enrique.
-Eso no es posible.
-Después de todo no puede sernos tan ajeno; siempre hemos sido espíritus opuestos en un mismo cuerpo. La diferencia es que ahora soy en carne y hueso. Algo o alguien me dio materialidad y ahora también existo.
-¿Realmente piensa que puedo creer eso? ¿Qué justificación tendría ese algo?
-No lo sé, pero supongo que brindarnos una nueva oportunidad. Es lógico pensar que si me materializó ha de ser porque seguramente esta doble identidad tuvo y tiene un destino mejor al de hoy.
-¿Doble? Hasta hoy he sido solamente yo.
-Sí, pero ahora somos dos y presumo que esa chance sólo cabe a uno. Es evidente que no podremos coexistir. De hecho, uno deberá partir para que el restante pueda continuar siendo un nuevo y único Enrique Nardelli, sin trabas ni lastres. Se nos ha impuesto la pesada carga de elegir cuál.
-¿Elegir? ¿Y si me niego? ¿Y si opto por mí mismo? No lo entiendo.
- Tampoco yo. Pero no creo que modifique esta realidad. La fractura nos ha sido impuesta y nosotros debemos asumir esa responsabilidad por el bien de “Enrique Nardelli”. Y en cuanto a decidir por uno mismo, me parece honesto hacer un balance de lo logrado y de lo que esperamos para la entidad. Valorando adecuadamente lo hecho y las posibilidades de cada quien podremos decidir. A propósito, con esa misma honestidad debo confesar que creo ser quien debe continuar.
-Lo imaginaba. Pero lo cierto es que yo no estoy dispuesto a ceder. No considero haber desperdiciado mi vida. Es verdad que no tuve el destino que imaginé. No pude trascender, ser importante, pero creo haber sido medianamente feliz. He alcanzado muchas metas pequeñas que me enorgullecen.¿Eso no cuenta?
-También siento ese orgullo. Lo hemos conseguido juntos, cada cual desde su sitio, pero por lo visto, no alcanzan.
-Pero esta es mi realidad, y tal vez la única que le corresponda a Enrique Nardelli. Quizá él ya tenga cuanto debía.
-Eso es conformidad y resignación Enrique. Creo que lo logrado por ambos es respetable pero que se nos ofrece la oportunidad de ir por más. Y sabés que estás agotado, que ya diste cuanto te fue posible. En cambio yo estoy lleno de ambición y sueños. Por eso debo continuar. Queda mucho por intentar. No es justo que lo impidas.
-Tal vez, pero cómo no pensar que acaso esto ya haya sucedido.¿Por qué no creer que vos, enjundioso Enrique, ya tuviste esa oportunidad? Porque si hubieses sido el primero yo sería nada más que una mera consecuencia de tu fracaso. Una creación de ese “algo” o “alguien” para rescatarte. Una ficción, un remanente, un soporte, que nos permitió vivir acomodados en un rincón discreto, la realidad de un destino más pequeño que bien pudo ser el de Nardelli.
-No lo niego. Es más, pudo ser así. Aunque yo siempre me he sentido sumergido en la chatura de oficinas y rutinas admito que tal vez tu vida haya sido consecuencia de mi anterior fracaso. Pero en todo caso, mi error no puede privarnos de una nueva posibilidad.
-Para que ante tu nuevo fracaso, ese algo deba recrearme nuevamente como sostén -otra vez emergente- de la existencia de un tal Enrique Nardelli que no pudo ser lo que soñó por otro error de cálculo. No tiene sentido.
-Sí lo tiene. Sé que has intentado cuanto te fue posible. Reconozco y valoro las causas de tu fatiga pero ahora te has sentado a un costado del camino mirando pasar la vida y no te importa. Y Enrique Nardelli merece mejores cosas. Alguien nos regaló un tiempo nuevo, no terminemos oscuramente. Esa esperanza bien vale una última entrega.
-Que exige partir, marcharse lejos.
-Desaparecer, transcurrir. Otro lugar, otra gente.
-Otros afectos. Es como morir.
-Tal vez, pero de una manera especial e inédita. ¿Cómo puede morir quien es parte de otro? Las pequeñas muertes son sólo estados de ánimo. - -Morir o continuar viviendo no puede ser una cuestión del azar o cálculos errados. Debo pensarlo con detenimiento. Lo decidiré mañana o algún día.
Me miró por un instante. Luego fue hasta el guardarropa y descolgó un saco igual al mío. Mientras se lo ponía dijo:
-Está bien Enrique, nuestro tiempo original aún es tuyo y tuya la decisión.
Antes de cerrar la puerta agregó:
-Tal vez nos veamos mañana.

El hombre pareció concluir. Al apagar la tercera colilla se quedó mirando más allá de la ventana.
Me urgía conocer el fin del relato pero dejé que transcurriesen algunos instantes. Imaginaba que le era terriblemente dificultoso volver luego de bucear en las profundidades del milagroso Enrique Nardelli.
Ofreciéndole otro cigarrillo pude arrancarlo de su mutismo. Me miró sin expresión; no parecía dispuesto a continuar y entonces le pregunté
-¿Y qué fue de ellos?
Hizo otra pausa y mirando más allá de mi hombro contestó:
-¿Usted qué cree?
-No lo sé.
Sonrió levemente; sacudió las cenizas de su saco y meneando la cabeza dijo:
-Tampoco yo. Nunca volví a aquella oficina.

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