domingo, 23 de junio de 2013

Añoranza


Hay momentos en los que el pasado vuelve con brutal intensidad y lo que uno creía guardado bajo siete llaves de repente se vuelve real y nos invade; nuestro cuerpo respira imágenes que se nos aparecen con estremecedora claridad.

Hoy fue uno de esos días. Releí casi todos sus mails y estuve con él toda la tarde. Me pregunté si seguiré siendo aquella mujer que él tanto decía querer. Poco importa ahora que ya no está conmigo pero vale para reafirmar que fue el único hombre que entendió mi espíritu solitario. Nadie más pudo entrar a mi mundo interno como lo hizo él. Aunque por espacios de tiempo, algunas veces cortos, otras veces largos, no estuvo presente en mi realidad, sí en lo trascendente, en un tiempo en que pude conocer el amor. Se puede amar a alguien que nunca vio nuestra cara al despertar, que no conoció la calle donde vivo ni la cotidianidad de un paseo con mi perro? Categóricamente sí. Yo tampoco conocí sus rutinas y, sin embargo, fuimos juntos a todas partes.

Esta tarde, quizás por un hecho fortuito del inconsciente, me encontré añorando sus palabras cariñosas, sus besos cálidos, su abrazo y sus ojos cuando me vieron por primera vez.

Y pienso cómo estará, si seguirá enredado en sus circunstancias o habrá encontrado esa paz que tanto buscaba. Me gustaría que supiera que yo finalmente la encontré y que, gracias a él, la soledad ya no es más mi compañera de ruta. El recompuso mis alas, ahuyentó los fantasmas que me rondaron siempre y me enseñó el camino más seguro para llegar a casa donde estoy hoy, segura y confiada en que la felicidad está en hechos tan simples como haber compartido con él otra tarde soleada de invierno.

jueves, 29 de noviembre de 2012

RUBIOS GIRASOLES



Cuando te llevaste nuestro amor lejos
intenté sobreponerme a tu olvido
me dejaste con la ilusión partida
vacía también de palabras, sola.

Se cerraron de una vez todas las compuertas
no quise mirar atrás
el cansancio ganó la partida
la pasión se convirtió en volátiles cenizas
le endosé al tiempo la melancolía
y me escapé a destinos más apacibles
donde el amor no es protagonista.

Ahora camino entre rubios girasoles
buscando el sol que entibie las zonas frías
me enfrasqué en los libros para entender
por qué seguimos siendo niños obstinados
en un juego solitario y narcisista
que nos devuelve silencio y apatía.

Te quise tanto y sé que a tu modo me amaste
y aunque intente cada día no pensarte
tu recuerdo no será olvido
en cada célula de mi cuerpo extenuado
que aún insiste en creer
una parte de vos se ha empeñado en quedarse.

martes, 17 de julio de 2012

Mejor retirarse

El señor Trimarchi estaba nervioso. Tenía que justificar la reunión de último momento con su jefe.
-Licenciado Bisconti, sostengo que sería apropiado renunciar al cometido. –dijo.
-¿A qué se refiere, señor Trimarchi?
-Someter las papilas gustativas de nuestros clientes a semejante experiencia de sabor puede volverse peligroso.
Su jefe lo miró con recelo.
-¿Juzga usted reprochable la calidad de nuestros productos? –cuestionó.
-Todo lo contrario, licenciado. Precisamente, es su exquisitez lo que me tiene preocupado.
-Explíquese, señor Trimarchi.
El empleado revolvió algunas hojas, y continuó:
-Mire, es la segunda vez que formo fila en el supermercado y me enfrento con situaciones irracionales provocadas por nuestras galletitas. En mi caso sucedió con la línea Crachitas, pero sospecho que toda la gama de productos Franbún está implicada.
El licenciado Bisconti frunció el ceño.
-Cuénteme del episodio –dijo.
-¿Cuál entre los dos?
-Cualquiera, señor Trimarchi. No ande con vericuetos.
-Discúlpeme, Licenciado. Procedo a relatarle el último de ellos: resulta que estaba yo aguardando mi turno en la caja cuando reparé en un niño de modos inquietos. Apenas superaba los diez años, lagrimeaba y sujetaba tenazmente la blusa de su madre en un evidente gesto de reclamo.
-¿Por qué motivo llorisqueaba el precoz, señor Trimarchi?
-Según la lógica del diálogo que alcancé a escuchar, la madre le prohibió llevarse un ejemplar de la línea Crachitas rellenas con dulce de leche.
El licenciado Bisconti apuntó con un dedo a su empleado y protestó:
-¿Está usted insinuando que un niño infeliz es la razón por la cual Franbún debería retirar sus productos del mercado?
El señor Trimarchi temblaba:
-Bajo ningún punto de vista, licenciado. Con todo respeto, es que no me dejó continuar con la historia.
-Entonces hágalo, por favor, y le ruego que direccione su relato hacia los aspectos relevantes.
-Sí, licenciado –devolvió Trimarchi, que subrayaba palabras intrascendentes en sus apuntes- Resulta que al niño no le bastaron los argumentos esgrimidos por su madre, por lo cual acentuó su reclamo hasta mutar la escena en un escándalo.
-Justifique si es tan amable el calificativo de escandaloso. –desafió el jefe.
-Resulta, licenciado, que la escena llamó la atención de todos los presentes y hasta forzó la intervención del personal de seguridad.
-Señor Trimarchi, está usted agotando mi paciencia con el ejercicio retórico de evadir las cuestiones centrales del relato. Si no me brinda las explicaciones pertinentes, me veré obligado a ignorarlo y a relevar un informe haciendo énfasis en su comportamiento extraño.
-Le pido nuevamente disculpas, licenciado. Elijo detallar para que logre usted representarse los hechos adecuadamente.
-Señor Trimarchi, no necesito transformar esta reunión en un encuentro literario. Usted pretende poner en juego el futuro de productos Franbún, y su servidor, gerente comercial de esta prestigiosa empresa, desea saber los motivos. Cada palabra prescindible de su relato es un instante perdido de mi valioso tiempo. ¿Sería capaz de comentarme qué hecho concreto activó el desenlace al que usted hizo referencia?
-Le ruego que entienda, licenciado, que no se remite a un factor específico. Es más bien el desencadenamiento de diversos sucesos que fueron agravándose. Prosigo –dijo el señor Trimarchi acomodando los papeles-: al insistente tironeo de la blusa de la madre y al llanto caprichoso, les sucedieron los gritos. Primero los de él, acusándola de esotérica y de faltar a la justicia. Por lo que pude deducir, un segundo hijo completaba el triángulo de la historia, uno que, según recordaba el primero, había sido beneficiado con una importante golosina el día anterior.
-En efecto, obraba con criterio el niño al hacer ese reclamo. –Opinó el licenciado Bisconti, mostrando mayor interés.
-Pero espere a conocer la réplica de la madre. La señora, elevando aún más el volumen de los gritos, le recriminó a su hijo calificaciones bajas en un examen. Evidentemente, su hermano se merecía la golosina, no así él las galletitas de la línea Crachitas rellenas con dulce de leche. ¿Comprende?
-Comprendo. Habría que estar al detalle de los acontecimientos previos al día señalado para dar un veredicto juicioso. –Agregó Bisconti, de pie y sosteniéndose el mentón.
-Sin ninguna duda, licenciado. Esa es la razón por la cual deseché la posibilidad de intervenir –explicó Trimarchi, más aliviado.
-Algo quedó en el debe, señor Trimarchi: ¿Cuándo se concretó la intervención del personal de seguridad?
-Luego de que una clienta murmurara palabras a su oído antes de retirarse con el carro repleto. Tenga en cuenta que el enfrentamiento crecía en intensidad y a esa altura ya incluía insultos.
-¿El precoz faltó el respeto a su madre?
-Fue recíproco. ¿Me creería usted si le dijera que la señora planteó la pelea en código infantil? No vaciló en mostrar sus lágrimas y hasta le recriminó a su hijo cuestiones menos superficiales. Algo relativo al desinterés de él hacia los problemas de ella.
-Qué imprudente la madre, señor Trimarchi, ¡esos no son asuntos para discutir con una criatura!
-Coincido con su apreciación, licenciado. Para entonces la madre ya no estaba asistida por la cordura. La situación se tornó incómoda para los de la fila, mientras madre e hijo continuaban agrediéndose frente a la cajera y al personal de seguridad. Pero se sorprenderá cuando sepa que nada de lo sucedido hasta el momento fue en definitiva lo más curioso. Ese calificativo queda reservado para el final.
-¡Cuénteme! –exclamó el licenciado Bisconti.
-La madre no estuvo en condiciones de controlar la situación, por ende aflojó las rodillas y se dejó caer. Todos notamos que desde el piso observaba con detenimiento la góndola de bebidas, aunque parecía absorta en algún pensamiento triste. Permaneció inmóvil durante algunos minutos, rechazando la ayuda de terceros.
Bisconti le dio la espalda a su empleado en actitud pensativa.
-¿Qué hizo el precoz mientras tanto, señor Trimarchi?
- Aprovechó el desliz emocional de su madre para tomar su cartera y sustraer de allí los cuatro pesos con setenta y cinco centavos necesarios para adquirir nuestro producto. Por supuesto que la cajera lo impidió. ¿Pero entiende hacia dónde voy? A la hora de decidir entre su madre y Franbún, la criatura nos eligió a nosotros. Me pregunto si no estaremos atentando contra los valores de la familia.
Bisconti, del otro lado de la sala, reflexionó. Volvió a mostrarse y apoyó sus manos en la mesa.
-Un desenlace a la altura de los acontecimientos, y una historia de tintes dramáticos. Sin embargo, señor Trimarchi, sería imprudente de mi parte supeditar los capitales de la empresa a los caprichos de un infante.
-Licenciado, este es apenas un ápice del conjunto de factores. ¿Dispone de tiempo para atender a la segunda anécdota?
En ese momento llamaron a la puerta. Sin esperar permiso entró el ingeniero Ronchetti, alterado:
-Licenciado Bisconti, la asamblea está aguardando su presencia en la sala de conferencias para dar inicio a las sesiones ordinarias. ¿Qué razón amerita semejante retraso? –interpeló.
-Ingeniero Ronchetti, dispénseme por el incumplimiento de los horarios debidamente pactados con usted vía telefónica. Sucede que el señor Trimarchi, a quien le presento mediante este sencillo y desprolijo acto –dijo Bisconti señalando a su empleado- vio la imperiosa necesidad de convocarme a una reunión de carácter urgente. Amparado en evidencias discutibles, cree menester el paso a retiro de productos Franbún.
Con los ojos puestos en Trimarchi, Ronchetti sostuvo:
¬-Licenciado Bisconti, apelo a mi intachable juicio para pensar que los motivos que alega el empleado deberían ser atendibles si por ello usted osa concretar tamaño desplante a la junta directiva.
-Una vez más, ingeniero, me permito felicitarlo por sus atinadas conclusiones. En efecto, los argumentos del señor Trimarchi debieran considerarse, ya sea que determinen o no el futuro inmediato de tan prestigiosa empresa.
-Tenga a buen criterio facilitarme los detalles que hacen factible la desaparición de productos Franbún.
También tembló Bisconti al relatarle a Ronchetti con delicada precisión lo ocurrido en el supermercado. Finalizada la exposición, el ingeniero dirigió la palabra a Trimarchi:
-¿Es cierto que fue testigo usted de un segundo altercado de características similares?
-Absolutamente –respondió el señor Trimarchi.
-Y dígame, ¿haría falta conocer sus pormenores o podríamos considerarlo como un elemento más sin necesidad de agotar más minutos de nuestro invaluable tiempo?
-El segundo caso, ingeniero Ronchetti, conduce a las mismas conclusiones que el primero. Bien podríamos no abordarlo e iniciar sin miramientos el debate pertinente.
-Licenciado Bisconti, me enorgullece y tranquiliza por igual tener conocimiento de empleados tan comprometidos con el porvenir de productos Franbún. No obstante, mi apreciación no implica concordancia con las alternativas planteadas.
Aquí el señor Trimarchi arriesgó decir:
-Con el debido respeto que le otorga su magnánima investidura, ingeniero Ronchetti, me doy permiso a prescindir del protocolo e instar tanto a usted como al licenciado Bisconti a abandonar el edificio so pretexto de adentrarnos en el supermercado más próximo, para dar cuenta de indeseables que ocurran en torno a la adquisición de un producto de la gama Franbún. Arriesgo en esta causa mi honrado puesto, firme en mis convencimientos de que en estos términos, nuestras deliciosas galletitas serán únicas responsables de un descalabro cultural.
El ingeniero Ronchetti suspiró, luego levantó el teléfono y mandó a su secretaria a disculparse con los ejecutivos.


-Señor Trimarchi, ¿habrá sido prudente usted al inclinarse por este horario para demostrar su hipótesis? No percibo suficiente movimiento en este reducto de orientales -dijo el ingeniero Ronchetti mientras sujetaba y observaba un paquete de Crachitas.
-Ingeniero, será excluyente que usted se abandone a la paciencia. De lo contrario, sugiero que retome su agenda habitual y desestime el asunto. –se atrevió a responder Trimarchi, a lo cual el licenciado Bisconti creyó conveniente agregar:
-No puedo menos de imaginar que semejante entrega a esta causa tiene fundamento en la razón, habida cuenta de que el señor Trimarchi está apostado el futuro de su estabilidad económica en ella.
Pocos segundos después, un adolescente recorría con su mirada la góndola de galletitas.
-Estimados, préstense a observar al detalle el comportamiento del cliente –advirtió Trimarchi a sus jefes, a metros del comprador.
-Figúrense que sus ojos aparentan desorbitarse en estos instantes en que no logran dar visualmente con nuestro producto –agregó.
-¿Qué basamento sostiene su afirmación de que el lampiño se halla a la búsqueda de un producto Franbún? –preguntó el ingeniero Ronchetti.
-Cedo al transcurso del tiempo la respuesta a sus dudas –respondió Trimarchi con seguridad.
Finalmente, el adolescente eligió un paquete de Crachitas rellenas con dulce de leche. El licenciado Bisconti sonrió.
-Adivinó, Trimarchi. Sin embargo, lejos está la escena de tornarse escandalosa.
-Le ruego, licenciado, que espere a ver la reacción progresiva del lampiño cuando perciba que la demora para efectuar el intercambio de dinero por producto no estará por debajo de los cinco minutos. ¿No ve la cantidad de clientes que aguardan su turno en la caja? Sumado a esto, la empleada pareciera no estar avezada en la tarea de cobrar. Auguro un desenlace infeliz.
¬El ingeniero Ronchetti intervino:
-En efecto, observo que el púber carece de facultades para controlar su sistema nervioso. Ahora sus hombros y rodillas obran bajo la tutela de un intenso temblequeo.
-Note además la frecuencia con que tuerce el brazo para revisar la hora –agregó Trimarchi.
-¿Es mi ángulo de visión el que me engaña o ciertamente el subdesarrollado intenta comunicarse con la vendedora desde su posición? –consultó Bisconti. Su superior replicó:
-En vano realiza tal empresa, visto y considerando que la nacionalidad de la empleada y su inexperiencia implican desconocimiento total del idioma castellano.
-Esto pareciera atentar aun más contra su nula parsimonia –subrayó el licenciado.
-Afloran las primeras víctimas –remarcó Trimarchi-. La integrante de la fila que precede al virginal acaba de reprocharle a éste cierta falta de respeto.
Bisconti agregó:
-No supone esto una solución al conflicto. El virginal comienza a priorizar gestos iracundos por sobre los socialmente aceptados. ¿Continúo acaso desfavorecido por el campo visual o efectivamente lo que el púber tironea con su diestra es cabello de la predecesora?
-No falta a la verdad, licenciado. Lo que es más, permítame aportar que la intervención a gritos de la encargada sólo colabora con transmutar el entredicho en una mezcolanza incomprensible de idiomas.
-Tal vez debiéramos abandonar nuestra condición de espectadores e intervenir a los meros fines de prevenir una ola de violencia –sugirió Bisconti.
-Nuestro trabajo abarca un terreno más amplio, licenciado. De nuestro juicio depende que esta clase de hechos continúen o no sucediendo a la postre. Para ello debemos limitarnos a la abstracción –señaló Ronchetti.
-¿Aún mientras el alterado, tal como podemos apreciar, continúe proyectando sus fluidos salivales hacia los rostros de los orientales? –cuestionó Bisconti.
-Es este justamente uno de los parámetros a tener cuenta. Excelentísimos, estimo que ya contamos con evidencia suficiente. Procedamos a regresar a nuestras oficinas para debatir con la tranquilidad necesaria, lejos de este caos derivado.
Al atravesar la zona de conflicto rumbo a la salida, los tres trabajadores simularon no prestar atención al ida y vuelta de golpes de puño entre cliente, empleados y terceros.
Antes de cruzar la calle, Ronchetti percibió un último detalle y alertó a sus compañeros:
-¿Pueden verlo? Es el virginal escapando del asedio oriental. Presa de la gula y el vicio, elude peatones mediante empujones y se voltea para comprobar que la distancia que lo separa de sus adversarios sea sostenible en el tiempo. Allí avanza nuestro héroe, con todo dado para disfrutar de su objeto de deseo.
Hizo una pausa y luego continuó:
-Excelentísimos, escasean los motivos para discutir. Encuentro idónea la circunstancia para tomar una decisión unilateral: productos Franbún adelantará el lanzamiento de la línea Crachitas bañadas con chocolate. ¿Qué opina, licenciado Bisconti?
-Ingeniero, no podría esperarse de usted determinación menos atinada.

martes, 3 de julio de 2012

Rayos

En un juego de tramposos intercambios -si me das te doy- la corriente se estira en rayos que van y vienen, de otros a mí y de mí a ellos, y descubro el alimento que alienta mi metamorfosis. De eso se nutren mis venas y escribo.

Cada palabra que surge espontánea tiene la cadencia de sus guiños, de un mínimo gesto de aprobación, aunque no sea cierto. Vos, vos y vos son mi contínua inspiración. Pero me alejo. Mi sombra melancólica se escapa temerosa desintegrándose en justificaciones vanas.

Busco el amor en este mundo que se empeña en mostrarme el miedo.

Sin lágrimas que me ayuden a vivir el duelo, recorro caminos ajenos y me redimo en el recuerdo de tus besos cálidos.

Las palabras resurgen y vuelvo a ser, a saber, a entender...

Te necesito cerca para quebrar juntos el silencio.

sábado, 16 de junio de 2012

El artista de las mariposas (Celia Castro, España)

-Fue en verano, en un mediodía abrasador. El verano no es propicio para las confidencias; todo tiene demasiada luz, todo queda demasiado expuesto ante nuestros ojos.
Hacía casi quince años que no veía a mi amigo Simón. Quince años son muchos años para el amor pero no para la amistad que, en el primer abrazo de nuestro encuentro, se nos vino de golpe, avasalladora, intacta y entera. “Quiero contarte algo – me dijo Simón-. La verdad es que no pensaba contárselo a nadie pero ahora sé que quiero contarlo y que ha de ser a ti.”
No le hice ninguna pregunta ni me permití especulaciones. Simón no se caracteriza por ser hombre de carácter accesible. Las mujeres que se han relacionado con él han acabado huyendo de su lado. Las imagino despavoridas, escapando con lo puesto, obligándose a olvidar el traspié que en sus vidas supuso conocer a Simón.
La vida sentimental de mi amigo me tiene sin cuidado. Yo, simplemente, lo quiero como es: inteligente y oscuro; irónico hasta rayar en el sarcasmo; duro en sus juicios, sobre todo en los propios; solitario y huraño. No sé por qué lo quiero ni mucho menos me explico por qué él me quiere a mí. Creo que se trata de una especie de mutua debilidad o quizá del vestigio de una antigua rebeldía. “Grita si te muerde” – me dijo el conocido común que nos presentó cuando teníamos diecisiete años. Pero Simón no me mordió ni aquel día ni nunca. También supimos algo uno del otro ese primer día: sin palabras, como un conocimiento repentino y tácito, comprendimos que jamás llegaríamos a amarnos. Supongo que esta garantía rompió entre nosotros cualquier barrera y consolidó nuestra incorruptible amistad.

Para desmentir la hiriente claridad del verano recurrimos a un restaurante cercano. Una buena comida, una botella de vino y, sobre todo, una temperatura más benévola, formalizarían el conjuro que toda confidencia precisa.
El vino lo escogió Simón. Todos los misántropos son excelentes catadores de vino porque el vino, además de magnífico catalizador de emociones compartidas, es también una pasión solitaria.
Así comenzó nuestra conversación:
-Quiero hablarte de piedras.
-¿Renales? ¿Además de miope también padeces cólicos?
-Déjate de tonterías, bebe este vino indigno de tu paladar y escucha lo que voy a contarte…
Y esto es lo que Simón me contó:

“Sabes que no creo en nada ni en nadie, ni siquiera en mí mismo. Antes era un simple escéptico pero ahora, degenerando a propósito, ante la certeza íntima de que la degeneración es la forma más inteligente de evolución, me he convertido en un cínico. Ser un cínico tiene sus ventajas, sobre todo cuando el principal deseo es estar solo. Pero ser un cínico, créeme, es una pesadísima carga. Lo que empieza como un truco o un recurso estético termina por devorarte. Uno comienza siendo un cínico como deporte, como un juego de sociedad que te mantenga intocable dentro de una mampara de cristal y acaba por ser víctima de su propio maltrato.
Está bien, ya lo sabes, soy un repugnante cínico, un antisocial, un ser arrogante que elude el contacto con sus semejantes y, sin embargo….sin embargo, no hay nada que me atraiga más en este mundo que las cosas que vienen de la mano de los hombres, sus obras, todo aquello que los seres humanos son capaces de crear, de construir y, por consiguiente, de destruir.
Sigo, como siempre, detestando los amaneceres; los arrullos de las aves; los panoramas pintorescos; las fuentes cantarinas y todas esas zarandajas de égloga pastoril que hacen a las gentes más felices y no sé por qué, sinceramente. Esa misma naturaleza tan apacible que admiran con ojos empañados puede volverse contra ellos en cualquier instante. Un amanecer es en la otra esquina del mundo tiniebla; una brisa es la sonrisa de un rugiente huracán que asuela el otro extremo del mapamundi.
La naturaleza es hostil, mucho más que los hombres. Los hombres nos matamos por necesidad, por odio, por interés, por rencor, por maldad, siempre por alguna causa. La naturaleza no se justifica. Arrasa con la misma indolencia que fascina. Y aquí es justo donde quería llegar:
Yo, el cínico, el que todo lo niega, el incrédulo, he sido testigo de un hecho inexplicable, uno de esos hechos que tú, que eres una sentimental, llamarías milagro.
Las piedras… ¿Leíste mi último artículo en la revista de Arte? Sí, estoy convencido pero, de cualquier forma, lo que voy a contarte sucedió después, cuando ya había concluido el estudio de todos aquellos capiteles. ¿Te gustó el enfoque que le di? Estaba harto de hablar siempre desde la admiración, de exaltar la belleza, de arrodillarme ante el genio creativo de los artistas y quise ponerme del otro lado.
Cuando se restauró aquel claustro y salió a la luz después de tantos siglos el esplendor de sus capiteles, me sucedió algo inexplicable. La fascinación que ejercen sobre mí las piedras esculpidas, domesticadas por el hombre y transformadas en libro pétreo, se vio sustituida en esta ocasión por una especie de descontrol emocional, de furia interna. Por eso redacté el artículo desde esa misma convulsión. No me preguntes cómo lo supe pero el caso es que tuve el convencimiento de que la furia no era mía, de que el anónimo artista que talló aquellos extraños capiteles era cautivo del dolor y la inquina. No había nada piadoso en las figuras retorcidas, ningún afán doctrinal, no había siquiera una voluntad de crear belleza. Ese hombre atormentado, desconocido y antiguo, odiaba su obra, o a quien se la había encargado, o a sí mismo, ¿qué importa? El odio no se atiene a razones. Es puro y simple, auténtico.
Todo mi artículo, la minuciosa descripción de los capiteles, la atención a su originalidad, está escrito desde la rabia. Paradójicamente, ha sido el trabajo que más felicitaciones me ha reportado. Quizá las gentes estén cansadas de que les hablen siempre desde la perspectiva bondadosa. Quizá deseen que se las ubique en la perspectiva correcta: la del dolor y la náusea.
Las mariposas… En todas las facetas de cada capitel hay una mariposa esculpida que no debería estar ahí. Una mariposa coronando la cabeza decapitada del Bautista; otra, brotando del árbol de Jesé; otra, sobrevolando las ruinas de Sodoma; otra más surgiendo de las fauces de un dragón… No son mariposas amables ni están talladas con esmero. Estas mariposas fueron esculpidas impetuosamente: quién sabe por qué motivo el artista descargó su cincel sobre la obra ya concluida y la fue llenando de pequeñas figuras aladas, de mariposas ávidas de protagonismo.
Ninguna de las mariposas nos procura una sensación placentera. No están pensadas para adorno. Están ahí por un motivo terrible, como si las mariposas fuesen desde el principio de los tiempos testigos de lo más aberrante del alma humana. Como si Dios las hubiese creado para espiarnos.
Claro que yo no creo en Dios, pero el artista que cinceló las mariposas sí. Y eso es lo que importa.
Un artista verdadero, sobre todo si se deja llevar por un arrebato, puede legarnos mucho más que su obra. Puede legarnos su fe. O su odio. Y yo lo heredé todo. Fui aquel anónimo artista mientras escribía el estudio sobre su obra. No era yo, ¿entiendes?, era él quien me llevaba la mano, renglón a renglón, como a un párvulo.
Y luego, cuando el artículo se publicó, pasó lo que pasó. Pero esto requiere algo más fuerte que el vino que acabamos de consumir. Me tomaré un brandy. Tómate tú una de esas ponzoñas amaneradas y dulzonas que tanto te agradan. Un Baileys, qué horror. Tú nunca serás testigo de un prodigio. Dios, que no existe, lo perdona todo menos el mal gusto.

En fin, allá va:

Una semana después de que la revista de Arte estuviera editada y en circulación me desperté de madrugada con una sed espantosa, como de resaca, sólo que la noche anterior no había bebido nada. Tenía la boca como llena de estropajos, seca y áspera. Me levanté y fui directo a la cocina. No me gusta beber agua en el baño, me sabe distinta, más blanda, más… pero mejor dejemos a un lado mis manías…
…Tenías que haberlas visto. No me dio tiempo de fotografiarlas, lo cierto es que en esos momentos ni lo pensé. Se me olvidó que existiesen artilugios capaces de registrar lo que vemos y guardarlo… Se me olvidó todo, hasta la sed. Me quedé pasmado, atónito… Tenías que haberlas visto: revoloteaban por mi casa en racimos, en nubes, en pequeñas nebulosas, por todas partes… Mariposas de toda clase, diurnas y nocturnas; pardas, negras y de vivísimos colores; grandes y pequeñas; rápidas y pausadas, pero todas silenciosas. Me parecía mentira que tanto aleteo no causase el mínimo roce en el aire cerrado de mi casa.
Poco a poco fui recobrando el movimiento, lo justo para sentarme en mi sillón y mirar, mirarlas… No se chocaban entre sí, lo cual era asombroso si tenemos en cuenta el poco espacio y la miríada de mariposas que se desplazaban ante mis ojos. No podía apartar la vista de sus extrañas evoluciones aéreas. Me percaté de que respondían a un patrón. Las mariposas no volaban azarosamente sino atentas a una cadencia. A un plan.
Al principio describían círculos concéntricos de tal manera que conformaban una profunda espiral cuya visión producía vértigo. El efecto óptico, como en un cuadro de Vasarely, era el de que un abismo en movimiento rotatorio se cernía ante mí, aproximándose y amenazando con succionarme. Después, las mariposas variaron su trayectoria, rompieron los círculos y comenzaron a volar en zigzag. Parecía como si abriesen un hueco, como si pretendiesen dejar un espacio libre con algún fin. Y así fue. Eso era lo que hacían: apartarse para liberar el centro de la habitación. Se trataba de una representación. Las mariposas que formaban parte del cortejo, como actrices secundarias, se retiraban del proscenio para que hiciese su aparición triunfal la estrella de la velada. La diva. La mariposa que, de pronto ocupó el centro.
Por supuesto. Era la misma mariposa labrada en los capiteles. La misma mariposa tosca y cincelada con furia. Era ella, reconocible en la forma de sus alas y de su cabeza, similar a la de una víbora.
No, no tuve miedo. De alguna forma la había estado esperando. A ella o a él, eso ya no puedo concretarlo. Cuando se fueron todas –que no fue un irse repentino sino una suerte de disipación-, la mariposa cayó pesadamente al piso. Volvía a ser una mariposa de piedra.
La tengo en casa, ¿quieres verla? Tienes que verla, a ella y a mi obra. Porque ahora es ella la que manda. La mariposa de piedra, o él, eso es lo de menos.
¿Quieres ver mi obra? No te imaginas en qué consiste. Termina ese estúpido brebaje y acompáñame.
No tengas miedo…

No fui. No quise ni pude andarme con rodeos. Le dije que tenía miedo. De él, de su otro él, de la mariposa, de su mirada, de su obra, fuese ésta la que fuese.
Porque en un momento dado creí ver que sus pupilas titilaban y se agrandaban hasta formar la figura de una extraña mariposa.

martes, 5 de junio de 2012

Amores imposibles

Amores imposibles se empeñan en ser posibles
atrapan y ahogan hasta el hartazgo
gusanos carcomen deshojados pétalos mustios
envuelven en telarañas sedosas quimeras
despiertan sueños inútiles, sin sustento.

No basta querer de lejos, el trueno se convierte en débil flama
se añora el suave abrazo del amado, la íntima complicidad, las frías manos
entibiadas en el encuentro que ya es pasado.

La igualdad del sentimiento cuenta cuando el amor se instala,
ir y venir que complementa la unión inequívoca de dos almas
no conforma al cuerpo sólo la palabra
y el olvido no cabe en la ardiente vastedad de una mirada.

jueves, 3 de mayo de 2012

Mutantes

De día, de noche, con lluvia, con sol, a oscuras, encandilada,
camino aunque no sepa dónde
lloro rio acaricio abrazo suelto amarro sigo
me encuentro, me pierdo, fumo, me calzo un jean y rejuvenezco
bailo vuelo doy vueltas
soy un remolino que se lleva el viento
una brisa suave que convertida en vendaval arrasa mis penas y las hace añicos
me tiro al piso y me arrastro
como un resorte salto brinco vibro me elevo y te encuentro en el aire
nos confundimos en un abrazo y
somos nubes, luego soles, rocas fuego lunas espejos cristales
que se derriten y se funden en una sola copa, nueva, fulgurante.
Y ahora caminamos.

Escriba II


Me topé con tus ojos trémulos y la mirada enrollada. No sé qué pensar te había reprochado después de un largo silencio y la frase se mezcló entre café y medialunas.
Una duda disipó la ilusión de volver a ser amantes y hablamos de pasados que no se mueven y nos definen. ¿Hay otra? Quiero saber pero me decís que eso no se pregunta, vuelve la mirada en sombras, tu indignación me alcanza, y las palabras suenan vacías en mi boca.
Una vez le pregunté a Borges si la noche es mejor musa que el sol, me dijo que no pero él desconoce que en este tiempo nuevo por vos escribo.